La política franquista hacia los judíos

ngel Sanz Briz - Foto: Rob Mieremet - Wikipedia - CC BY-SA 3.0 nl

Tras la derrota de las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial el régimen franquista se ve aislado internacionalmente. Para afianzarse en el interior la propaganda del régimen recurre entonces al mito de la conspiración antiespañola, de la que forman parte los judíos. No es casualidad que los escritos más claramente antisemitas del general Franco y de Carrero Blanco sean precisamente de esta época.

Junto con los artículos del diario Arriba firmados por el general Franco con el seudónimo de Jakin Boor, su principal consejero, el marino Luis Carrero Blanco, publica varias colaboraciones sobre el tema, algunas de ellas para ser leídas en Radio Nacional de España, utilizando diversos seudónimos –NauticusOrionJuan de la CosaGinés de Buitrago-. Respecto a la condena del régimen franquista por la ONU en 1946, Carrero Blanco se pregunta, en lo que parece una alusión velada al judaísmo y a la masonería, “¿Qué misteriosos poderes actúan en el seno de la ONU e inspiran tan extrañas reacciones?”. ​

Cuando se pone fin al aislamiento del régimen gracias al viraje de Estados Unidos y del resto de potencias occidentales motivado por la guerra fría, el “discurso antisemita pierde cada vez más peso”. Eso se refleja en los artículos que el general Franco publica entonces en el diario Arriba -siempre bajo el seudónimo de Jakin Boor-. En uno de ellos llega a afirmar que “judaísmo, masonería y comunismo son tres cosas distintas, que no hay que confundir”, pero añade a continuación: “muchas veces las vemos trabajar en el mismo sentido y aprovecharse unas de las conspiraciones que promueven las otras”.

El debilitamiento del discurso antisemita se ve acompañado de medidas aperturistas respecto de los judíos. En 1949 se abren dos sinagogas en pisos de Madrid y Barcelona -a cambio de que el viejo dirigente hebreo madrileño Ignacio Bauer apoye al régimen franquista en los foros internacionales- y en 1953 el Caudillo concede una audiencia al presidente de la sinagoga de Madrid, Daniel Barukh, otro gran defensor del régimen franquista. En 1954 se abren dos sinagogas más en Barcelona y un centro comunitario, aunque la legalización de las comunidades judías peninsulares no se producirá hasta 1965. ​

Al mismo tiempo se produce un giro en la política exterior como lo demuestra el Decreto-ley del 29 de diciembre de 1948 por el que se reconocía la nacionalidad española a 271 sefardíes que vivían en Egipto y a 144 familias que vivían en Grecia y eran antiguos protegidos de España.Y a continuación se ofrece al recién creado Estado de Israel el establecimiento de relaciones diplomáticas “de cara a lavar la imagen del pasado y acercarse al bloque occidental”, aunque solo unos meses antes la prensa franquista había desplegado una campaña en favor de los árabes en el conflicto de Palestina y al informar de la primera guerra árabe-israelí se habían magnificado las supuestas atrocidades cometidas por los “sionistas” que eran presentados como peligrosos comunistas y como “sacrílegos” profanadores de los templos cristianos. Israel se negó a reconocer al régimen franquista, por ser un antiguo aliado de Hitler, y además votó en la ONU en contra del levantamiento de las sanciones decretadas en 1946, lo que desató una campaña antisemita en la prensa, en la que participó el propio general Franco con sus artículos en el diario Arriba escritos bajo el seudónimo de Jakin Boor. El presidente de las Cortes franquistas, Esteban Bilbao, aludió en la Cámara a la “mente judía” de Karl Marx, “perturbada por el odio de su raza a todos los progresos e instituciones que llevan el signo de la cruz”. Y en la apertura del curso universitario 1949-1950 el rector de la Universidad de Oviedo pronunció un duro discurso contra los israelíes en el que recurrió a todos los tópicos antisemitas, llegando incluso a citar los Protocolos de los Sabios de Sión. Es entonces cuando la propaganda franquista lanza el mito de “Franco, salvador de judíos” para mostrar la “ingratitud” de Israel. Según Gonzalo Álvarez Chillida, “toda esta reacción antiisraelí puso de manifiesto que el antisemitismo no había muerto con el Holocausto, sino que permanecía aletargado. Muchas ideas pervivían. Lo que había cambiado drásticamente desde 1945 era el ambiente en el que expresarlas”.​

Tras el reconocimiento internacional del régimen franquista que culmina con la entrada en la ONU en 1955, el régimen ya no está interesado en establecer relaciones diplomáticas con Israel manteniendo así las buenas relaciones con los países árabes, aunque recupera el filosefardismo, sobre todo para congraciarse con la opinión pública norteamericana. En 1959 la Biblioteca Nacional organiza la Exposición bibliográfica sefardí, que no dejó de levantar recelos en algunos sectores del régimen franquista -el Ministerio de Asuntos Exteriores pidió que en la misma no se glorificaran “aquellos aspectos del pensamiento sefardí fundamentalmente antagónicos con el concepto espiritual de la España auténtica”-. ​

Al igual que el antisemitismo, pasa a segundo plano la teoría de la conspiración antiespañola, siendo sustituida en la propaganda franquista por el énfasis en el crecimiento económico y la paz social. En consecuencia “las referencias a las supuestas actividades del judaísmo desaparecen, siendo muy escasas las publicaciones que incumplen esta regla”. Así el policía Comín Colomer en su libro de exaltación del régimen solo habla de pasada del judeomasonismo, del judeosovietismo o del supergobierno de Sión. Sin embargo Mauricio Carlavilla, al que sumó Joaquín Pérez Madrigal -un antiguo diputado del Partido Republicano Radical que nada más comenzó la guerra civil colaboró con el aparato de propaganda franquista y que dirigió en la posguerra el semanario ultraderechista ¿Qué pasa?– siguieron con el tema antisemita. ​ Carlavilla fundó en 1946 la editorial “Nos” que tradujo varias obras antisemitas e incluso editó un clásico del antisemitismo que aún no había sido publicado en España: La Franc-Maçonnerie. Synagogue de Satan (1893) del obispo jesuita Léon Meurin. Además de Nos, otras dos editoriales publicaron libros antisemitas e incluso pronazis -la del falangista catalán Luis de Caralt y la editorial Mateu, ambas de Barcelona-. La revista Cristiandad fundada en 1944 por el sacerdote integrista Ramón Orlandis publicó artículos sobre el complot judeomasónico. El boletín de la Guardia de Franco En pie fue más lejos pues además de atacar a la masonería y al judaísmo incluyó artículos en los que se elogiaba a Hitler y a Mussolini.

Los que no desaparecieron en absoluto fueron los viejos temas del antijudaísmo cristiano. En numerosas publicaciones y libros, la mayoría escritos por miembros del clero o por católicos integristas, se siguió hablando de la “perfidia judaica”, justificando la violencia antijudía y la expulsión de los judíos de España en 1492 y elogiando la represión de la Inquisición española hacia los judeoconversos. Y se siguieron publicando libros escolares que contaban a los niños los “crímenes de los judíos” y rodando películas con alusiones antijudías, como el film Faustina (1957) de José Luis Sáenz de Heredia. ​

Antisemitismo y política judía entre 1960 y 1975

El papa Juan XXIII impulsó la renovación de las ideas católicas sobre el judaísmo -en 1959 puso fin a la referencia a la “perfidia judaica” en la liturgia del Viernes Santo-, lo que tuvo una inmediata repercusión en España. En 1961 el hebraísta católico José María Lacalle publicaba un libro defendiendo las tesis de la Conferencia de Seelisberg que establecían las bases teológicas para poner fin al antijudaísmo cristiano. Ese mismo año se funda la asociación Amistad Judeo-Cristiana -que será autorizada en 1962- por iniciativa de un grupo de sacerdotes, que recibieron el apoyo de los dos grandes hebraístas de la época, Cantera Burgos y Millás Vallicrosa, y por otros catedráticos, así como del obispado de Madrid y de algunas personalidades filosefardíes del régimen como Pedro Laín Entralgo y el entonces presidente del Instituto de Cultura Hispánica Blas Piñar. A la reunión fundacional de octubre de 1961 asistieron los dos miembros más destacados de la comunidad judía de Madrid, Max Mazin y Samuel Toledano. Tal vez el evento más sonado promovido por la Asociación fue el acto interconfesional judeo-cristiano celebrado en la parroquia madrileña de Santa Rita el 28 de febrero de 1967, del que se hicieron eco dos de las tres grandes cadenas de televisión norteamericanas, así como otros medios escritos internacionales. Año y medio antes el Concilio Vaticano II había aprobado la declaración Nostra aetate sobre la relación de los católicos con las religiones no cristianas, en la que se puso fin al antijudaísmo cristiano y se condenó el antisemitismo así como cualquier otra forma de odio racial o religioso.

Las actividades de la Asociación encontraron la oposición de los sectores más integristas y ultras del franquismo -también las embajadas de los países árabes protestaron frecuentemente-. El gobierno vigiló sus actividades y en alguna ocasión prohibió alguna conferencia. Recibió amenazas en las que se decía, por ejemplo, «¡Fuera de España, perros judíos!«, acompañado de «¡Viva Cristo Rey!«. También fueron objeto de amenazas por medio de pintadas antijudías aparecidas en sus fachadas y de ataques con bombas incendiarias contra sus puertas las sinagogas de Madrid y Barcelona.

En 1968, al amparo de la llamada ley de libertad religiosa aprobada el año anterior -que intentaba ponerse al día en cuanto a la renovación que estaba experimentando la Iglesia a raíz del Concilio Vaticano II, aunque seguía imponiendo severas restricciones a las confesiones no católicas-, se inaugura la nueva sinagoga y el centro comunitario de la calle Balmes de Madrid. “El rabino Garzón es entrevistado por televisión para la ocasión, mientras que un comunicado del Ministerio de Justicia afirma explícitamente que el decreto de expulsión de 1492 estaba derogado desde 1869”. En aquel momento vivían en España cerca de 10.000 judíos, la mitad de ellos repartidos entre Madrid y Barcelona y unos 2.000 en Ceuta y en Melilla.

Por otro lado, el filosefardismo recibe un nuevo impulso con la creación en 1964 del museo sefardí en la sinagoga del Tránsito de Toledo, un proyecto que la Segunda República (régimen democrático que existió en España entre el 14 de abril de 1931, fecha de su proclamación, en sustitución de la monarquía de Alfonso XIII, y el 1 de abril de 1939, fecha del final de la Guerra Civil, que dio paso a la dictadura franquista) no llegó a realizar.​ En el preámbulo del decreto de creación del museo del 18 de marzo de 1964 se puede comprobar, según Joseph Pérez, la continuidad del “filosefardismo de derechas” iniciado con la Dictadura de Primo de Rivera:

“El interés que ofrece la Historia de los judíos en nuestra patria es doble, pues si, por una parte, su estudio es conveniente para un buen conocimiento de lo español, dada la presencia secular en España del pueblo judío, también es esencial a la entidad cultural e histórica de este pueblo la asimilación que una parte de su linaje hizo del genio y de la mente hispanos a través de una larga convivencia. Sin la referencia a este hecho no pueden entenderse los variados aspectos que ofrece la personalidad de los sefardíes en las distintas comunidades que formaron al dispersarse por el mundo. En el deseo de mantener y estrechar lazos que secularmente han vinculado a los sefardíes a España, parece singularmente oportuna la creación de un museo destinado a los testimonios de la cultura hebraico-española…

En esta época no se abandonó el mito “Franco, salvador de judíos”, hasta el punto de que el ministro de asuntos exteriores Fernando María Castiella obligó en 1963 a Ángel Sanz Briz “a mentir a un periodista israelí, diciéndole que lo de Budapest fue todo iniciativa directa y exclusiva de Franco”.

Los sectores católicos integristas, que incluían a la mayoría de la jerarquía eclesiástica, vivieron como un trauma los grandes cambios que trajo consigo el Concilio Vaticano II. Para hacerles frente desplegaron una campaña en la que recurrieron al antisemitismo, negando de hecho la declaración Nostra aetate del Concilio con la que se había puesto fin al antijudaísmo cristiano. Los clérigos y laicos integristas, por el contrario, siguieron considerando a los judíos como el pueblo deicida, y algunos de ellos, como el policía integrista, Mauricio Carlavilla o el monárquico franquista catalán Jorge Plantada, marqués de Valdemolar, llegaron a afirmar que el Concilio era obra de la conspiración judeomasónica -el marqués de Valdemolar escribió que en el “Concilio Vaticano II, la judeo-masonería logró penetrar en aquel sagrado reciento”, consiguiendo que se borrase “de la liturgia la expresión de pérfidos judíos con que secularmente se ha designado al pueblo deicida”-. Sus órganos de expresión fueron las revistas El Cruzado EspañolCristiandadCruz Ibérica y Reconquista -editada por la capellanía castrense-. A partir de 1970 la Hermandad Sacerdotal española -la principal organización del clero integrista dirigida por el franciscano Miguel Oltra y que se oponía abiertamente a la Conferencia Episcopal presidida por el cardenal Tarancón- comenzó a publicar Dios lo quiere. Pero fue el semanario ¿Qué pasa?, fundado por el integrista Joaquín Pérez Madrigal en 1964, el órgano integrista católico más antisemita de todos. En uno de sus artículos se decía que rechazar el antisemitismo suponía “paralizar al pueblo cristiano y gentil, impedirle su defensa del imperialismo hebreo y de la acción destructora de las fuerzas anticristianas”.

Además del integrismo católico, el discurso antisemita es utilizado por el resto de los sectores inmovilistas del régimen franquista que observan cómo los cambios económicos, sociales y culturales que se están produciendo en los años 60 y 70 alejan cada vez a la población española de los ideales de la Cruzada del 18 de julio, además de que son conscientes del resurgimiento de la oposición antifranquista, que encuentra un apoyo inesperado entre los sectores católicos partidarios de la renovación de la Iglesia Católica aprobada por el Concilio Vaticano II. Estos grupos ultras contrarios a cualquier tipo de cambio buscaron la explicación de lo que estaba ocurriendo en el mito de la conspiración judeomasónica. En 1962, tras el contubernio de Múnich, los principales líderes del falangismo se dirigen al Caudillo para que tome medidas y afirman: “No desconocemos la conjura internacional contra España; conjura atizada por la masonería, el judaísmo y también -tristeza es decirlo- por un sector de católicos que les hacen el juego”.

En 1965 la Delegación Nacional de Organizaciones del Movimiento Nacional organizó un seminario de formación para los futuros cuadros del régimen de contenido racista y antisemita. Una de las ponencias llevaba el significativo título de Evolución histórica del problema judío en el que se decía que el judío “está siempre allí donde una revolución que tiende a destruir el orden establecido para sustituirlo por otro en el que las distancias que separan a los distintos grupos sociales resulten acortadas, al de los revolucionarios, cuando no constituye, como en el caso de Rusia, el cerebro mismo de la subversión”. Así se entiende, dice el autor, que “donde hay judíos” haya antisemitas. En la ponencia “Antisemitismo en la época actual” se dice que “la raza judía presenta unas constantes históricas que hacen de ella el verdadero ideal de todos los pueblos”. Y en la ponencia “El antisemitismo: realidad y justificación” se justifica la política nazi respecto de los judíos y abogan por el negacionismo del Holocausto: se habla de la “leyenda de los seis millones de judíos gaseados” y se responsabiliza a los judíos sionistas de los crímenes nazis -“cuanto peor les fuera a los judíos europeos tanto más fuertes serían las exigencias sionistas respecto a Palestina”, se dice-.

Nacen nuevas editoriales de extrema derecha, como Acervo, y revistas como Juan Pérez y vuelven a publicarse los clásicos antisemitas -los ProtocolosEl judío internacional de Ford- a los que se añaden los textos negacionistas del Holocausto, que es el nuevo tema de la literatura antisemita, como Derrota mundial del integrista mexicano Salvador Borrego. El principal difusor del negacionismo en España fue el grupo neonazi CEDADE fundado en 1966 por un grupo de falangistas y guardias de Franco, que tradujo libros extranjeros o editó producciones propias, como los libros de Joaquín Bochaca entre los que se encuentra El mito de los seis millones (1979).

Fuente: Wikipedia

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