Film exigente, diferente

19 enero, 2017

Tikun (Israel, 2015). Dirección y guión: Avishai Sivan. Fotografía: Shai Goldman. Actores: Aharon Traitel /Jaim-Aharon), Jalifa Natur (padre), Riki Blij (madre) y otros

Este film ganó el primer premio en el Festival de Cine de Jerusalén en 2015, el premio a la fotografía en la Seminci de Valladolid y amplio reconocimiento internacional. En realidad no se parece a ningún film producido en Israel, ya que se centra en temas que como cuerpo y espíritu, pecado y castigo, sagrado y profano, lo que ocurre al respecto en la cerrada sociedad ortodoxa y se mide con uno de los conceptos fundamentales en el judaísmo, Tikun, una rectificación de entuertos y para alguno específicamente el retorno de almas para corregir errores o desmanes de su pasado. Claro que esta exposición escueta no llega a la profundidad de esa vivencia reparadora.
Tenemos aquí a Jaim-Aharon, un alumno de una yeshiva jasídica en Jerusalén. Es muy, digamos sumamente, aplicado hasta el ascetismo, dedica todo su tiempo a los estudios aún fuera de los tiempos de clase y se pasa el tiempo de noche en la yeshiva vacía, de tanto en tanto hace anotaciones en un pequeño cuaderno de notas con lo que va quedando del lápiz, sus ideas, sus pensamientos, todo con una escritura densa, apretada. El primer incidente o contravención ocurre cuando involuntariamente hace caer la bolsa de sus tfilim al suelo. La levanta y la besa con devoción pero además se compromete a ayunar para expiar su culpa.
22cineYa está muy flaco y debilitado por sus flagelaciones simbólicas, si se quiere. En casa de sus padres, cuando se dispone a ducharse, se tienta a tocar su miembro erecto y este sería su segundo, pecado. Un chorro de agua, tal vez simbólico, no faltan símbolos en sus circunstancias y por ende en el film, lo hace caer y desvanecerse, un suceso sin duda fundacional en lo que seguirá.
Llegan al rato los paramédicos con la ambulancia y tratan durante un largo tiempo de revivirlo pero al no lograrlo lo declaran muerto. Pero el padre, un carnicero Kosher de profesión, no se resigna a renunciar, continúa con los masajes del tratamiento y nuestro protagonista vuelve a la vida, si se quiere, un milagro. ¿Puede ser acaso considerado el empecinamiento del padre en que su hijo viva una especie de rebeldía ante la voluntad divina? ¿Un desafío, Dios nos libre y guarde? Como se verá, el padre con sus tribulaciones se va inclinando por esta vertiente con sus letales consecuencias.
La rebeldía ante la voluntad divina es un mito antiguo, desde los principios de la historia de la humanidad, se lo puede encontrar en la expulsión del paraíso, no hay de eso en el film pero el Tikun consecuente le otorga su dimensión dramática y emocional.
Vuelto a la vida, Jaim Aharon, deja de ser el alumno aplicado y comienza una serie de exploraciones en el mundo que le estaba vedado, ahí estaban el pecado y las tentaciones acechando, la parte de la carne si se quiere.
Sus devaneos nocturnos lo llevan a Tel Aviv, sacándolo de las callejuelas estrechas del barrio jerosolimitano donde está la casa y la yeshiva donde apartaba la vista de cualquier mujer que anduviera casualmente en su camino. Y así, incitado por ocasionales compañeros de viaje, llega a un prostíbulo, por supuesto no tiene idea de lo que ha de hacer, la mujer, bastante vulgar, no le tiene paciencia, hay gente que está esperando, si se quiere se podría también ver una provocación al espectador que tampoco tiene paciencia en este caso. El padre por su parte, pese a no tener nada que ver con lo que hace su hijo, se ve acosado por alucinaciones gráficas, cocodrilos saliendo del inodoro y cosas parecidas que le dan la pauta que las fuerzas superiores desaprueban su actuación al salvar a su hijo.
La fotografía es en blanco y negro o más bien diferentes tonalidades de gris en su gran mayoría con cámara fija. Luego de un accidente Jaim-Aharon vaga por entre una neblina y se llega a una escena muy osada de exploración de la vagina de una mujer muerta. Hay aquí en cierta manera una tendencia al film artístico que es algo exagerada en su afán simbólico de trabajar entre cielo y tierra, por así decirlo, un toque pronunciado de narcisismo de Sivan. Hay en el film un conflicto constante entre contenido y forma, una gran cantidad de imágenes que representan un desafío a cualquier intento de simplificar el drama. En todo caso es un esfuerzo meritorio para encauzar al cine local por senderos más omitidos y menos transitados. La resolución final, el Tikun, desde ya insinuado, no debe sorprender si se sigue el razonamiento que le precede. Un film digno de verse, puede generar obviamente controversias pero no tiene nada de simplismo.

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