Nicolás Guillén: Negritud blanca

21 diciembre, 2016

Joseph Hodara
El poeta no disimula su rebeldía contra la prosa. La trasciende y la enriquece con palabras y ritmos inesperados. Reinventa y distorsiona la gramática con el propósito de imprimir energía y superior claridad a su voz. Y cuando se recuerda a los poetas africanos que fueron traídos como esclavos a las Américas, el orden gramatical se desploma y se enriquece simultáneamente. No faltan ejemplos. Uno de ellos es Ildefonso Pereda Valdés cuando imagina el barco que trajo a sus antepasados a las tierras blancas: …“Los piratas en la borda vigilan la noche/ no han pegado el ojo temiendo una venganza/entre un dolor de esclavos/ el barco de los negros se va tragando el mar…. ”
Pero el nombre celebrado por su itinerario personal y por la musicalidad de sus versos es Nicolás Guillén. Su Sóngoro Consongo y Negro Bembón contienen palabras y sonidos que han enriquecido la sensibilidad de no pocos, particularmente entre los excepcionales adolescentes que ayer y aún hoy tiemblan con un poema. Y las fechorías gramaticales que se permite añaden riqueza al lenguaje convencional. En Mulata, por ejemplo: “Ya yo me enteré mulata- mulata, ya sé que dise- que yo tengo la narise-como nudo de cobbata”.  Se trata de una re-vuelta no sólo contra la sociedad; también contra la aceptada letra.
Nicolás Guillén nació en Camaguey, Cuba, en 1902. Su padre fue asesinado en alguna de las múltiples revueltas que se verificaron en la Isla; experiencia que modelará su trayectoria como activista político y poeta. Su cuerpo tenía “color cubano”, ni negro ni blanco, resultado de un mestizaje que conoció la violencia. Su encuentro con el poeta negro norteamericano Langston Hughes fue enriquecedor; le enseñó que la musicalidad es un ingrediente cardinal del verso y que puede y debe ignorar cualquier canon establecido, especialmente el impuesto por los blancos.
Frisando los treinta años de edad, Guillén se enriquece con experiencias y personajes en México y en España. Entre ellos: Federico García Lorca y el ruso Ilya Ehrenburg. La guerra civil española lo conduce a adherir al frente antifascista, el último recurso entonces contra los afiebrados nacionalismos que antes de la II Guerra dividieron a Europa. Postura que trae a Cuba y por la cual debe pagar con jornadas en cárcel. El régimen de Fulgencio Batista, avalado por Washington, lo expulsó repetidamente del país. Por sus acciones y versos mereció el Premio Lenin, y en su peregrinación en los países latinoamericanos recibió el aplauso de múltiples audiencias. A su momento, la revolución castrista le confirió un alto lugar como militante y poeta. Falleció en La Habana en 1989.
No pocos de sus poemas fueron musicalizados. Uno de ellos canta: “Aquí estamos- las palabras nos vienen húmedas de los bosques- Traemos el humo de la mañana- y el fuego sobre la noche”. Y en otro suspira: “Ay, negra- si tú supiera….”
Merced a su travesía personal y a su obra, el negro cubano dejó de ser un objeto exótico y gracioso, irrelevante y lejano. Se enriqueció y difundió el interés por su fisonomía y presencia. Sin embargo, su hacer y su presencia no siempre fueron bien evaluados por el hombre blanco como si su blancura fuera garantía de limpieza y honestidad. Incluso en los días revolucionarios el liderazgo cubano apenas logró restringir la mutilación social del negro. Pero éste sabe que en el país poderoso y vecino la marginalidad de los negros no es menos acentuada, y no tiene mayores perspectivas para encontrar remedio.
Nicolás Guillén propicia algún consuelo: “Tu vientre sabe más que tu cabeza y tanto como tus muslos” Y evoca-invoca al prójimo: “Camina, caminante… Sigue… La sangre es un mar inmenso”.

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