La paranoia de las compras y el desperdicio de los alimentos en tiempos del virus corona

La gente hace filas para ingresar a los supermercados en todo el mundo. Foto: Reuters/Toby Melville

Debo confesar que en el transcurso de estas últimas semanas se hace muy difícil evitar escribir temas que de alguna manera no estén conectados con el virus corona. Los medios de comunicación no nos dan tregua alguna en referencia al tema, y, a pesar de no tener cuentas en Facebook, Twitter o Instagram veo a cada instante como mi teléfono celular se ve inundado de comentarios de expertos en pandemias, artículos científicos, consejos de psicólogos, bromas, videos y reflexiones acerca del virus y la vida de pareja, familia, dietas sanas, etc., etc., etc.

No evitemos recordar a los profetas, adivinos y comentaristas económicos que nos hablan ya, en plena crisis del periodo post corona. No faltan políticos que ven como la realidad, dura de ser digerida, nos cobra precios muy altos a la falta de inversiones que se deberían haber realizado en los sistemas de salud, seguridad social, suministro de productos agrícolas frescos y otros tantos temas que hacen el día a día de la población.

Siendo esta situación común a muchas de las personas que conocemos y probablemente comunes a habitantes de diferentes partes del mundo, quisiera hacer referencia a uno de los fenómenos que cada vez que se presenta me llama profundamente la atención: compras bajo pánico. El resultado se ve reflejado en los medios de comunicación que escriben y emiten videos de personas que en supermercados esperan horas para poder cargarse de inmensas cantidades de alimentos, personas que acometen contra los anaqueles generando desabastecimiento, y con él, se crea un mercado negro y los precios aumentan desproporcionadamente.

Para algunos quizás, esta actitud represente una especie de instinto de supervivencia, miedo a lo que vendrá, a lo desconocido. ¿Qué es definitivamente claro?, que es difícil escapar a la atmosfera apocalíptica que se genera en tiempos de crisis. Y pasan los días de confinamiento y nuevamente compramos frutas, verduras, papel higiénico. Seguimos acumulando por medio al desabastecimiento.

Lo absurdo de esta situación es, que paralelamente a la nueva compra de productos frescos botamos a la basura parte de aquellos que adquirimos porque se pudren, no parecen suficientemente frescos, o, simplemente porque no tenemos más lugar para almacenarlos.  Este «desperdicio” no es un fenómeno particular del periodo que estamos transitando, pero sí creo que se acrecienta y por ello pienso que es importante hacer referencia al mismo.

Para ser precisos, son dos las etapas en las cuales perdemos y desperdiciamos alimentos. Remarquemos que la perdida de alimentos es la disminución de los alimentos que pueden ser consumidos por el ser humano. La pérdida de alimentos es el proceso que ocurre bajo la responsabilidad del productor, durante la etapa productiva, cosecha, almacenamiento y procesamiento. La segunda instancia, que ocurre final de la cadena (comercialización y consumo), estando bajo la responsabilidad de los consumidores, es la etapa que definimos como desperdicio de alimentos.

Según FAO, el 45% de las frutas y vegetales que se cosechan en todo el mundo se desperdician. La cantidad equivale a algo así como 3700 millones de manzanas. También se desperdicia el 30% de los cereales, o 763.000 millones de cajas de pasta, y de los 263 millones de toneladas de carne que se producen mundialmente cada año, se pierde el 20%, el equivalente a 75 millones de vacas.  ¡Se pierden 1300 millones de toneladas de comida producida para el consumo humano, un tercio del total!

Las pérdidas de alimento y sus variadas causas se concentran en los países en vías de desarrollo y están relacionadas fundamentalmente con la falta de conocimientos e infraestructuras relacionadas con malas condiciones de transporte e instalaciones de almacenamiento, refrigeración deficiente, técnicas de elaboración obsoletas o poco eficientes, etc.

A diferencia de las perdidas, los desperdicios son un fenómeno propio de países desarrollados, en familias de medianos y altos ingresos, es lo que podríamos llamar el resultado del lujo que da la abundancia. En este caso, el desperdicio es resultado de malas decisiones a nivel de minorista, proveedores de alimentos y no menos importante, el consumidor. En esta problemática, sin duda alguna, los consumidores son los grandes culpables. Nosotros, como consumidores somos deficientes en la planificación o gestión de nuestros alimentos. Cabe señalar algunos de los factores que nos conducen al desperdicio: fechas de vencimiento cortas y poco claras, tamaño de empaque demasiado grande, promociones, compras excesivas de frutas y verduras por miedo a perderse las ofertas, falta de conciencia y conocimiento acerca de los alimentos que se consumen en cuanto a su vida de anaquel y sus propiedades nutritivas, etc.  Más del 35% de los productos de origen animal y más de 20% de las frutas y verduras que adquirimos, se pierden luego de ser comprados.

Desde un aspecto socioeconómico, mientras que los costos de cultivar alimentos sean altos y parte importante de ellos se pierdan, las consecuencias serán aumentos de precio y para algunos sectores sociales la imposibilidad de adquirir esos alimentos en la calidad y cantidad necesaria para sus familias. En el aspecto ambiental y económico, la pérdida de alimentos es en realidad un desperdicio de recursos naturales e insumos utilizados para producir alimentos, como tierra, agua, mano de obra, fertilizantes, combustible, etc. En resumen, se han desperdiciado recursos de tierra y agua, se ha generado contaminación y se han emitido gases de efecto invernadero sin ningún propósito. Las compras de cantidades inusuales, el acaparamiento y los fenómenos basados en la sensación de un desastre futuro crean situaciones en las que otras personas, en general aquellas más vulnerables, no pueden encontrar lo que necesitan.

En Israel, el contralor general recomendó que el tratamiento de la perdida y desperdicio de alimentos sea tratado a nivel nacional por intermedio del trabajo conjunto de todos los ministerios relacionados con el tema. Deberán realizarse estudios que permitan cuantificar las pérdidas y comprender los puntos débiles a lo largo de la cadena alimentaria para así crear mecanismos que reduzcan las perdidas y desperdicios de alimentos. Al nivel de los agricultores, deberá planificarse la producción para evitar excedentes de producción. A nivel de consumidor, para disminuir los desperdicios es necesario generar programas de educación que se centren especialmente en proporcionar información sobre el manejo seguro de los alimentos, el almacenamiento adecuado de los alimentos en los hogares y comprender las fechas de consumo preferente para prevenir y reducir el desperdicio de alimentos.

También en “tiempos de corona” es ético pensar en términos colectivos y menos individuales. Evitar el innecesario acaparamiento de alimentos, planificar nuestras compras y adquirir lo realmente necesario.

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