Guerra en Ucrania, entre el desgaste y el estancamiento

25 febrero, 2023 , ,
Vladimir Putin durante una sesión de la Duma en Moscú Foto archivo: Kremlin.ru CC BY 4.0 vía Wikimedia Commons

En la actual coyuntura en los frentes de guerra entre Rusia y Ucrania, cada vez más enfangados de cadáveres, nadie sabe a ciencia cierta quien tiene la iniciativa y, sobre todo, más capacidad de resistencia para desgastar al otro.

Ricardo Angoso

Cuando ha pasado ya un año desde que comenzó la agresión rusa a Ucrania, que en principio se preveía para Moscú como un paseo militar sin complicaciones, los frentes de batalla aparecen empantanados, sin apenas avances, y cada vez más centrados en el control por la parte rusa de las regiones del Dombás y el Donetsk y la consolidación de sus posiciones en los puertos del mar Negro y alrededores.  Mientras Rusia avanza a base de sangre, sudor y lágrimas, dejando en el camino miles de víctimas, Ucrania resiste heroicamente y parece haber perdido la iniciativa que tuvo el pasado otoño, en que recuperó numerosos territorios a los rusos, y se limita a contrarrestar las ofensivas de su brutal enemigo.

Como ocurrió en la guerra entre Egipto e Israel entre 1968 y 1970, considerada por los expertos en doctrina militar como la más típica guerra de desgaste, el conflicto entre Rusia y Ucrania ha entrado en un punto muerto porque prosigue en el mismo lugar, con los mismos soldados, los mismos tanques y armamentos. Pero, en este caso, el elemento novedoso es el apoyo occidental a Ucrania con ingentes envíos de pertrechos militares, muchos de última generación, y la utilización de fuentes de la inteligencia de la misma procedencia para señalar los objetivos rusos. Nadie, en las actuales circunstancias y sin avances sustanciales en los frentes de batalla, aparece como el perdedor de una clásica guerra de desgaste, sino que ambos bandos muestran la suficiente capacidad de resistencia, suministros militares y fuerzas para continuar la guerra durante mucho tiempo. Un escenario, cuando menos, agotador.

Para Rusia, el problema radica en que no hay vuelta atrás y la victoria en la guerra, aunque sea pírrica manteniendo el Dombás y otros territorios arrebatados a Ucrania, está absolutamente ligada a la supervivencia política del presidente ruso, Vladimir Putin, quien no puede permitirse una derrota ni ante su país, sobre todo ante las elites políticas y económicas, y ante sus escasos aliados en la comunidad internacional, que comenzarían a cuestionar su liderazgo y autoridad para ejercer el mismo en el mundo. Putin, además, no ha mostrado en sus últimas declaraciones públicas ninguna voluntad para iniciar un diálogo con sus declarados enemigos e iniciar un proceso político negociador que ponga fin a la guerra, sino más bien lo contrario: exhibe cada vez más un tono más belicista y su retórica anti occidental comienza a rozar el delirio nacionalsocialista tan parecido al discurso antisemita de Hitler al final de la guerra cuando se refería a la “judería internacional”.

Mientras que para Ucrania dar marcha atrás ahora sería suicida y quizá el final para siempre de su soberanía nacional y territorial, que Rusia había asegurado respetar en 1991, tras la implosión de la Unión Soviética y la errónea entrega por parte de los ucranios de su armamento nuclear a sus ahora enemigos rusos. La supervivencia de Ucrania, como un Estado democrático y libre anclado en la Unión Europea (UE) y la OTAN, pasa también por una victoria pírrica en la guerra y demostrar a Rusia su error al invadir Ucrania. Pero, no cabe duda que los sueños ucranios son la pesadilla de Putin y que los objetivos de ambos bandos están, por ahora, muy lejos de ser no ya coincidentes, sino algo más cercanos a la cruda realidad sobre el terreno.

SIN AVANCES EN EL FRENTE DIPLOMÁTICO

Aparte del disparatado plan chino para lograr la paz en Ucrania, que ni siquiera condenaba la agresión rusa ni exigía la devolución de todos los territorios ocupados a Ucrania, incluyendo Crimea, en el plano político y diplomático tampoco se atisban avances. Hasta ahora casi todos los planes e iniciativas presentadas, como la china y la surrealista del presidente mexicano, AMLO (Andrés Manuel López Obrador), pasan por la rendición incondicional de Ucrania y porque este país acepte como un “mal menor” la entrega de una buena parte de su base territorial -aproximadamente el 25% de su territorio si incluimos Crimea y los nuevos territorios ocupados por los rusos en el mar Negro- a Rusia para asegurarse una suerte de paz fría por unos años.

Este discurso, también subyacente en una buena parte de la izquierda europea que grita inútilmente el “no a la guerra” sin condenar a Rusia y en los países que todavía apoyan a Putin, como la India, China, Serbia y la Hungría del neofascista Viktor Orbán, se basa en la vieja política del apaciguamiento que llevó a Europa a la Segunda Guerra Mundial. En septiembre de 1938, conviene recordar, los primeros ministros de Francia y el Reino Unido, Edouard Daladier y Arthur Neville Chamberlain, respectivamente, entregaron los Sudetes checos a Adolf Hitler para saciar su voraz apetito territorial en los ignominiosos acuerdos de Múnich, rubricados también por el dictador fascista italiano Benito Mussolini. Unos meses después, vista la debilidad de Europa a la hora de defender sus principios morales y éticos, Hitler se anexionó los restos de lo que quedaba de Checoslovaquia, ante el silencio cómplice del mundo, y el 1 de septiembre de 1939 atacaba Polonia, comenzando la Segunda Guerra Mundial en el continente y la mayor matanza de la historia: el Holocausto.

Hoy los que invocan el apaciguamiento con Rusia obvian la historia y la forma cómo Putin ha actuado con casi todos sus vecinos en los últimos años, en que ha ocupado territorios a Ucrania, Georgia, Moldavia e incluso a su “aliada” Armenia. También arrasando a sangre y fuego sin ningún pudor a Chechenia. Putin solamente entiende el lenguaje de la guerra, no admite ningún tipo de disidencia en el interior de Rusia y es un criminal de guerra sin necesidad de usar ningún otro eufemismo, tal como ha demostrado con sus indiscriminados ataques a objetivos civiles sin interés militar en la guerra de Ucrania. Vive en un pasado que no existe, una Rusia imperial que no volverá, pero que puede convertirse en una pesadilla para Europa y también para el mundo.

En fin, pasó un año desde el comienzo del conflicto, la guerra sigue su curso y las Naciones Unidas volvieron a mostrar su inutilidad congénita, como tantas veces en su inerte existencia y tantos sangrientos episodios que nos dejó para el recuento de una historia terrible: Ruanda, Bosnia y Herzegovina, Chechenia, Yemen y Siria, por citar solamente algunos casos. Lo único que ha quedado constatado en este largo, sangriento, duro y triste año de guerra en Ucrania es la soledad de Rusia en la escena internacional. La última resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas, exigiendo la retirada de las tropas rusas de Ucrania, solamente cosechó seis votos negativos (Rusia, Bielorrusia, Corea del Norte, Malí, Eritrea y Siria) y 141 a favor de la misma, una muestra del rechazo unánime y universal a esta injusta guerra. Algo es algo, aunque sea demasiado poco para Ucrania.

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