Europa y el mundo tras la agresión rusa a Ucrania

Bombardeo de Mariúpol - Foto: Wikipedia - CC BY 4.0

Ricardo Angoso

Una vez superadas las consecuencias traumáticas de la Guerra Fría, sobre todo después de la caída del Muro de Berlín (1989) y la implosión de la Unión Soviética (1991), las relaciones entre la nueva Rusia emergente del naufragio soviético con la OTAN entraron en una fase de normalización, sobre todo durante el periodo en que los presidentes norteamericano, Bill Clinton, y ruso, Boris Yeltsin, establecieron unas excelentes relaciones entre ambos países, basada en la confianza y el respeto mutuo y allanaron el camino para la cumbre OTAN-Rusia del año 1997.

En dicho encuentro, casi como la firma de defunción del Pacto de Varsovia que aglutinaba a los países comunistas y a la URSS, se firmó una denominada Acta Fundacional que definiría a partir de ese momento histórico las relaciones entre la Alianza Atlántica y Moscú.  Según el Acta Fundacional, esta cooperación debe basarse en “los principios de los derechos humanos y las libertades civiles” y aclaraba que los países firmantes también se comprometen a no “recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza” entre ellos o contra cualquier otro Estado. 

Sin embargo, la crisis de Kosovo, en 1999, en que la OTAN intervino a favor de los albanokosovares y su organización terrorista, el Ejército de Liberación de Kosovo (UCK), y en detrimento de Serbia, el aliado histórico de Rusia en los Balcanes, provocó tensiones entre ambas partes y un cierto temor al comienzo de una nueva guerra fría tras una serie de desavenencias en varias cuestiones, entre ellas la crisis de Yugoslavia.

Pese a todo, tras la llegada de Vladimir Putin al poder, en 1999, después de la tormentosa salida de Yeltsin debido a su impopularidad y a numerosos casos de corrupción en torno a su entorno familiar y personal, hubo un contexto favorable para recomponer las relaciones entre Rusia y la OTAN, entre Putin como líder supremo e indiscutible de su país y Occidente. En ese entorno relativamente amistoso se creó en 2002 un Consejo OTAN-Rusia que permitía a Moscú sentarse en pie de igualdad con cada uno de los miembros de la Alianza. Sin embargo, la crisis de agosto de 2008 en Georgia, cuando esta ex república soviética trató de recuperar militarmente las regiones de Osetia del Sur y Abjasia, arrancadas por la fuerza y secesionadas con el apoyo de Rusia entre 1991 y 1992, puso fin a esta cooperación entre ambas partes y comenzó una nueva “glaciación”.

 La intervención militar rusa, en contra de Georgia y a favor de Osetia del Sur y Abjasia, teóricamente “independientes” y tuteladas por Moscú, concluyó en una humillante derrota georgiana en toda regla que, de no haber habido una intervención diplomática occidental por medio entre las partes, quizá hubiera finalizado hasta con la toma de la capital de este país, Tiflis, y la instalación una administración prorrusa en este casi “satélite” ruso. La crisis de Georgia fue el comienzo de los primeros desencuentros entre Rusia y Occidente, liderado por los Estados Unidos, la OTAN y la UE.


DE LA CRISIS DE CRIMEA A LA GUERRA DE UCRANIA

La crisis y posterior anexión de Crimea por parte de Rusia, en 2014, fue como un inesperado trueno en la tormenta, el verdadero punto de inflexión en las relaciones con Rusia. Hasta esa fecha, una vez superada la crisis georgiana con altas dosis de diplomacia y tolerancia hacia las brutales formas de actuar de Rusia en Chechenia, con masivas y comprobadas violaciones de los derechos humanos, las relaciones con Rusia se asemejaban, en cierta medida, a las de la vieja Guerra Fría, es decir, basadas en una suerte de coexistencia pacífica entre ambas partes.

En marzo del 2014, aprovechando el vacío de poder en Kiev tras un cambio de gobierno caótico y violento, Rusia apoyó el proceso de secesión de Crimea para, a renglón seguido, declarar oficialmente su anexión, en una acción tan súbita y rápida que dejó desconcertadas y casi sin capacidad de maniobra a las autoridades ucranianas. La comunidad internacional, como tantas veces, reaccionó tibiamente y condenando la anexión, aunque sin tomar medidas concretas y contundentes que pusieran fin a una acción que violaba de una forma flagrante el derecho internacional y amputaba a Ucrania territorialmente. Occidente, por su parte, más concretamente la UE, Estados Unidos y Canadá, comenzaron con su política de sanciones contra Rusia, que tan pocos resultados prácticos y efectivos ha dado hasta ahora.

En esas fechas, ya con la tensión muy alta entre Rusia y Ucrania, comenzó la guerra en la región del Donbás -una región conformada por las provincias de Donetsk y Lugansk-, cuando las autoridades separatistas de ambos territorios celebraron un referéndum ilegal, en que supuestamente el voto afirmativo a favor de la “independencia” fue mayoritariamente a favor, y proclamaron la misma con respecto a Ucrania en mayo del 2014. Ucrania, por supuesto, no aceptó ni la legitimidad democrática de la consulta ni la supuesta proclamación de la “independencia”, atacando las posiciones de las milicias prorrusas que atizaban el conflicto y que estaban descaradamente apoyadas, financiadas y armadas por Moscú.

Moscú después, en un gesto inamistoso y claramente provocador, siguió apoyando a dichas milicias levantadas en armas contra Ucrania, entregó miles de pasaportes a los ciudadanos de la nueva entidad política, siguió pagando las pensiones en dichos territorios, permitió el paso por la frontera con esta entidad de ayuda militar y, casi de facto, el territorio pasó a manos a rusas. El rublo es la moneda de uso corriente en el Donbás y sus ciudadanos están más atentos a la realidad de Rusia, a través de las televisiones y emisoras de radio rusas que emiten libremente y de los medios que también circulan por el territorio, que a lo que sucede en Ucrania.

Desde el 2014 hasta la agresión militar de Rusia a Ucrania, el 24 de febrero de 2022, la guerra civil entre los levantados en armas en Donbás y las fuerzas ucranianas ha provocado ingentes daños materiales, la parálisis económica de la región y unas 14.000 víctimas mortales entre ambas partes, incluyendo muchos civiles muertos en los bombardeos y los duelos artilleros de las dos fuerzas. Ahora, con la entrada de las fuerzas rusas apoyando a las milicias prorrusas del Donbás, casi la totalidad de las dos provincias están en manos rusas y de sus aliados locales.


RUSIA REIVINDICA LA DOCTRINA DE LA SOBERANIA LIMITADA

Así las cosas, desde el año 2014 hasta el estallido de la guerra en Ucrania, la desconfianza, la ausencia de diálogo y la falta de consenso en cuestiones fundamentales, como por ejemplo la crisis de Siria y el respeto a los derechos humanos, que brilla por su ausencia en Rusia, han sido la tónica dominante en las relaciones entre Occidente y Moscú. Este largo periodo de escasa sintonía culmina ahora, con la guerra ucraniana comenzada en febrero de 2022, en uno nuevo ciclo caracterizado por una nula comunicación y cooperación entre la UE y la OTAN con Rusia. La agresión rusa a Ucrania inicia una nueva era en las relaciones internacionales que se presume incierta, plagada de enormes desafíos y peligros y que augura futuros conflictos y un escenario proceloso en la periferia de este gran país, donde los viejos conflictos pueden evolucionar hacia situaciones de riesgo impredecibles.

Rusia, siguiendo la tradición imperial de los zares rusos de los siglos XVIII y XIX, reconstruye su imperio a base de sustraer territorios en su periferia, que considera sujeta a  la ya referida anteriormente doctrina de la soberanía limitada de sus vecinos, en una reactualización de la “doctrina Brezhnev”, en la que se sostenía que, en virtud de la «solidaridad socialista internacional», la URSS tenía el derecho de intervenir en los asuntos internos de cualquier país socialista si optaba por reformas que pusieran en peligro el régimen comunista. Ahora Rusia invoca, de una forma u otra, esa misma doctrina y se cree con el derecho de intervenir en los asuntos de sus vecinos e incluso sustraerles algunos de sus territorios, tal como ha hecho desde 1991 y sigue haciéndolo en el presente, como estamos viendo en Ucrania.

El conflicto de Moldavia revela a las claras esa reivindicación de la doctrina de soberanía limitada por parte de Rusia. En 1992, en una corta guerra, las autoridades separatistas de la región moldava de Transnistria declararon la “independencia” de su territorio, con la inestimable ayuda del XIV Ejército ruso establecido en la zona, y desde entonces la situación se ha mantenido inalterable. Transnistria, un territorio no reconocido internacionalmente y que solamente se sostiene por la ayuda política, militar y económica de Rusia, se encuentra enclavado y encajado en la frontera entre Ucrania y Moldavia, a menos de 100 kilómetros de la ciudad portuaria de Odesa, y podría convertirse en un objetivo ruso en la actual guerra.

Para ir concluyendo, la crisis de Ucrania ha generado un nuevo escenario internacional con trascendentales cambios para Europa, especialmente para la UE, que tendrá que replantearse nuevos desafíos, como una nueva política de Seguridad y Defensa. Es más que seguro, como ya se ha anunciado, que casi todos los países aumentarán sus gastos en defensa y Alemania, hasta ahora sin apenas gastos militares, ya ha anunciado que desembolsará 100.000 millones de euros a modernizar sus Fuerzas Armadas y que dedicará al menos el 2% de su PIB en gastos esa materia, convirtiéndose, este giro en un cambio radical histórico en su política exterior y de defensa desde la Segunda Guerra Mundial. La guerra de Ucrania cambiará, sin lugar a dudas, la arquitectura de seguridad europea y redefinirá muchos conceptos que hasta ahora parecían inalterables, tanto a nivel continental como global.

Además, esta crisis de Ucrania conforma y vertebra nuevos bloques internacionales y, quizá, deshace del mito de la supuesta multipolaridad del planeta. Ahora, con la agresión rusa, se conforman claramente dos bloques: uno conformado por Rusia, y los países que le apoyan en su guerra contra Ucrania, tales como China -que nunca ha descartado tomar por la fuerza a Taiwán, tutelado y protegido, por ahora, por los Estados Unidos-, Irán, por razones coyunturales y el aislamiento internacional crónico que padece, Bielorrusia, y los escasos aliados de Putin en la escena internacional, entre los que se deben destacar a Corea del Norte, Siria, Venezuela, Cuba y Nicaragua; y, el otro, liderado por los Estados Unidos y la OTAN, entre los que se encuentran los 27 países de la UE, el Reino Unido, Canadá, Australia, Japón y otros aliados de Washington en el mundo. 

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