De Nicaragua a Jerusalén

17 diciembre, 2017 ,
Barrio Judío de Jerusalén - Wikimedia

Edwin Sánchez

 I

Veámoslo así. ¿Qué tal si existiera una Liga Judía, compuesta por 22 estados que en su conjunto sumarían más de 13 millones de kilómetros cuadrados de superficie, y todos con la capital que quieren?

Y, ¿qué tal si hay un pequeñísimo estado árabe, digamos Yibuti, con 23 mil 700 kilómetros cuadrados? ¿Qué sucedería si no solo los países hebreos, sino ciertas naciones y organismos internacionales le conminan que su capital histórica, refrendada por las investigaciones científicas y los textos sagrados, debe ser otra y no la que con autoridad sus leyes, pueblo y gobernantes han confirmado?

El mundo reaccionaría indignado. Pero sucede que esa es la realidad de Israel. Es la única nación judía del planeta. Cuenta apenas con 21 mil 770 kilómetros cuadrados de encogida superficie, que bien podrían caber tres veces en la Costa Caribe de Nicaragua. A su lado, al Sur, al Este y al Oeste y más allá, están los 22 estados de la Liga Árabe. En su totalidad son propietarios absolutos e indiscutibles –libre de cualquier negociación, de las secuelas de antiguas injusticias y de actuales resoluciones pendientes– de nada menos que 13 millones 132 mil 327 kilómetros de tierra abundante, con todo lo que ya se imaginan hay en tanto subsuelo soberano.

Sería notablemente arbitrario, en el ejemplo primero, que una Liga Judía de multimillonario kilometraje sobre la faz de la Tierra, tratara de arrinconar al granito de arena de Yibuti mediante sus mecanismos de presión, incluidos algunos medios de prensa internacionales, para que su capital no fuera la estimada por sus habitantes.

El mundo debería, por un elemental acto de justicia, reconocer su estatus a la Ciudad Santa. Los cristianos sí lo han aceptado no desde ahora, de acuerdo a las evidencias arqueológicas y las Sagradas Escrituras.

Jerusalén no es ninguna capital indocumentada.

Hoy, en el terreno de la diplomacia, lo ha hecho el presidente Donald Trump, al anunciar el traslado de la embajada de los Estados Unidos. Esto disparó las alarmas precipitadas y prejuiciadas, de que no contribuye a la paz. Pero no ha sido la calma ni la tranquilidad precisamente el pan nuestro de cada día en Medio Oriente.

A pesar de que las sedes diplomáticas desde hace más de 30 años se encuentran en Tel Aviv, la paz no ha progresado a la velocidad de lo que quisieran los hombres y mujeres de buena voluntad.

II

No se le puede negar a ningún país, determinar cuál es su principal ciudad, menos cuando las ciencias y la historia coinciden con lo que narra la Biblia. Jerusalén ha sido la capital desde los tiempos del Rey David. Estamos hablando de más de 2 mil 500 años antes de la Independencia  de los Estados Unidos.

Aunque sea una verdad de Perogrullo, debe aclararse que la potencia norteamericana no instaló a Israel en el mapa, como leen algunos la Historia, después de “limpiarla” en la zaranda de sus creencias ideológicas.

La titularidad de Jerusalén no es por concesión alguna de un poder político o económico, imperio o civilización dominante en la noche de los siglos. El Rey David ocupó Jebús, ciudad de los jebuseos, pueblo de origen cananeo. Y fue la sede de su cetro, es decir, la capital de Israel, en el siglo X antes de Cristo, no a partir del 6 de diciembre del siglo XXI después de Cristo, bajo el “reinado” de “Trump I”.

Los jebuseos nada tenían que ver con los filisteos, un pueblo que llegó a Canaán probablemente de Creta, alrededor del siglo XII, pero desaparecieron de los anales en el siglo VIII antes de Cristo. Sin embargo, en un arranque de ira y rencor, el emperador Adriano, tras la rebelión conducida por Bar Kojba en el año 135 d.C., le cambió el nombre a Jerusalén por el de Aelia Capitolina, y al reino de Judea por el de Palestina. Claro, por la criba no pasan esas verdades de peso.

III

Los cristianos del orbe consideran a Israel conforme a lo declarado en las Sagradas Escrituras, y nunca han puesto en duda que Jerusalén encabece la división político administrativa. Si no fuera así, se estaría afirmando que todo es parte de una “mitología judía”, como la griega. En resumidas cuentas, lo mismo daría llevar la Biblia o La Ilíada a una iglesia, leer al profeta Isaías o al poeta Homero, venerar a la Virgen María o a la diosa Artemisa.

Lo que ha hecho el Presidente de la Unión Americana es concordar con lo que el pueblo cristiano de esa nación ha sostenido durante varias generaciones. Igual que los pueblos latinoamericanos, incluido el nicaragüense. Eso no significa azuzar la violencia: es construir la paz con la justa plomada. Por obvias razones, los creyentes no favorecen una salida militar al tema.

Como cristianos, esperamos que Nicaragua abra su embajada en Jerusalén, así como hay una en Ciudad del Vaticano, sin que necesariamente seamos un Estado Parroquial. El Sandinismo debe continuar latiendo al buen ritmo del corazón de los nicaragüenses.

Más allá de las inclinaciones ideológicas, propias de cada formación partidaria, nuestra cultura es de origen judeocristiana con expresiones socioeconómicas como el respeto a la propiedad privada. Y al aproximarse al pueblo, a su oriunda vivencia espiritual, más que a algún paradigma desfasado, es lo que hace la diferencia entre una institución política viva y actual, y un partido sin arraigo, metido en el sarcófago del pasado.

Sí, no se trata de renunciar a la izquierda, sino de enriquecerla con las coordenadas del alma de nuestra sociedad. Porque el pueblo es superior al relato de los teóricos del colectivismo y nuestro Estado Nación no se forjó tampoco para caer, heroicamente, en nombre de una doctrina fallida.

Nicaragua está hecha de la vida misma.

Así que no es de ahora, por lo que la Casa Blanca anunció, que los cristianos de Nicaragua tienen a Jerusalén como capital en su espíritu, porque saben que no es cualquier urbe. De ahí que han asumido el emblemático Salmo 122: “Pidamos por la paz de Jerusalén, y sean prosperados los que te aman; sea la paz dentro de tus murallas, y se respire tranquilidad en tus palacios”.

Escrito está. Y recordemos que Israel no es una opinión. Es una república.

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One thought on “De Nicaragua a Jerusalén”
  1. Ni más, ni menos. Lo felicito mi estimado compatriota, aunque no tenga el gusto de conocerlo, pero se me hace familiar porque yo sé que esa es una opinión bien extendida entre los nicaragüenses, que queremos y admiramos a Israel.

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