Cuando la crueldad está en manos de mujeres

Campo de Concentración de Ravensbrück - Foto: Wikipedia CC BY-SA 3.0 de

Dra. Bejla Rubin

El nazismo puso al descubierto sin ambages las mayores vilezas del ser humano, inimaginables, improferibles, esas que pudieron ser llevadas a cabo con tanta crueldad sin miramientos inclusive si éstas eran aplicadas a criaturas y bebés. No tengo respuestas, ni argumentos válidos para entender ni justificar tal grado de maldad.

La palabra judío se reduce en el nazismo a un común denominador, y que va acompañada de todo tipo de injurias, se convierte en el único enemigo y culpable de todos los males del pueblo alemán: es el judío-marxista, el judío usurero, el judío explotador, el judío culpable de la Primera Guerra Mundial, el judío que traicionó a Cristo y por ende a toda la humanidad, el gusano oculto de Hitler que le hizo de causa y de síntoma para usarlo como argumento propio amén de que con él exaltó el odio en las masas, tal es así que el propio Hitler hubo de declarar: “si los judíos no hubieran existido yo los hubiera inventado”. Inclusive los ideólogos del nazismo solían definir a los ingleses como los descendientes de la tribu bíblica perdida, excusa entonces conveniente y necesaria para bombardear la isla británica, luego de que el vuelo de Rudolf Hess hubo de fracasar con el intento de entablar un pacto secreto con Churchill y Lord Hamilton para invadir conjuntamente Rusia y apropiarse del petróleo de los Urales. O sea, que el nazismo distaba de una gesta patriótica y de un intento de purificar la raza aria sin mácula de judaísmo, se escondían argumentos arteros y viles de una causa absolutamente económica y de robo en cuanto al patrimonio ajeno.

La estrella amarilla de seis puntas fue impuesta a que todo judío debía portarla en su vestimenta a partir del 19 de septiembre de 1941. En el centro tenía escrita la palabra Jude con una caligrafía simulando los caracteres hebreos. La elección del color amarillo no fue casual, es el color de la envidia, la bilis, el color del mal que se usaba durante la cuarentena de la Edad Media, también impuesto a los judíos que portaban la peste y que fueron culpados de provocarla. Y esa estrella cosida en la ropa, inclusive de los niños, invitaba a los antisemitas a autorizarse a proferir todo tipo de injurias y maldiciones, aleccionando a sus hijos a discriminar a los judíos como “los cerdos malditos”, o que son culpables de todos los males económicos y de las guerras en Alemania.

Víktor Klemperer relata “que no todos los detalles de la estrella alcanzaban a apuntar las reales amarguras de la tela amarilla”. Recuerda cuando un transeúnte en plena calle le grita “¿aún sigues vivo cerdo maldito? Debieron atropellarte hasta matarte, pasar por encima de tu barriga”.

Pero las historias se siguen repitiendo, las injurias van cambiando de lemas, pero pareciera que los portadores de ellas no cambian de destinatarios, “el cerdo judío” es el más conveniente como chivo expiatorio en donde volcar sus odios, frustraciones, pero de sobremanera las ominosas envidias.

Dado que la palabra dilecta de Hitler era “exterminar”, usada preferentemente sobre los judíos, cualquier excusa era correcta para llevar a cabo dicha demanda de exterminar a la plaga judía, de dejar a Europa Judenrein, de purificar al mundo de esa raza pestilente e inferior. Y de hecho lo han logrado, la Europa de hoy extraña y añora el aporte de las mentes judías y a cambio se encuentra invadida de fundamentalistas y asesinos musulmanes. Se lo ganaron, ahora que coman su propio producto, dado que no sólo Hitler ha sido un antisemita extremo, sino que supo poner de manifiesto el imaginario colectivo dado que muy pocas naciones alojaron y escondieron a los desahuciados judíos, tanto en Europa como así mismo en América. Tan sólo República Dominicana dio asilo a judíos escapados de la política nazi y los campos de concentración.

Ahora bien, cómo podemos describir el Mal cuando éste está ejercido por mujeres mostrando sus perversiones y sus goces frente al sufrimiento ajeno sin ambages, casi con fruición y ejecutando el poder sin límites, con un mandato absoluto y desmedido.

Ravensbrück fue un campo de concentración de mujeres y niños, al norte de Alemania próximo al otro campo, Saschenhausen. Significa Puente de Cuervos. Construido dentro de un pantano y toda la edificación y drenado fue hecho por estas pobres mujeres allí cautivas. Su pena era doble, eran las grandes olvidadas, doblemente víctimas por su condición de cautivas ya que debían cargar rodillos y objetos pesados que no les alcanzaban las fuerzas para hacerlo, pero el punto de dolor extremo era el hecho de tener que ser testigos como eran matados de la forma más cruel sus pobrecitos hijos, pues sólo los niños a partir de los 8 años eran explotados para trabajos esclavos, los bebés eran ahogados y los recién nacidos arrojados cual piedras y estrolados contra los muros. Crueldad impensable, improferible y única en la historia de la humanidad hasta ese momento. Entonces podemos definir a Ravensbrück como el infierno de las mujeres que ni Dante osó imaginar tal tortura.

Tomamos como paradigma a Isabel la Católica dado que su sadismo en cuanto a disfrutar de manera presencial la tortura a los judíos era desmedida, con el irónico lema “sin derramamiento de sangre” esa era la condición, y que luego el nazismo supo muy bien emular. Y ya dentro del nazismo, el sadismo de Ilse Koch, esposa del comandante de Buchenwald, también se caracterizó por su impiedad, incrementando su sadismo dado su lugar de poder por ser esposa del comandante y pensó entonces que el mundo le pertenecía.

Isabel de Castilla, tras esa apariencia de cabellera rubia y ojos claros escondía a un ser sádico y despiadado en su interior, que ha sido nominada en la actualidad La Führer del siglo XV.

Decidió expulsar a los judíos españoles que llevaban más de mil quinientos años viviendo en la Península Ibérica. Puso como excusa el hecho de ser herejes e infieles a la cruz, y eran exceptuados de la expulsión aquellos que decidían convertirse al catolicismo, pero aún así no dejaban de ser perseguidos los “cristianos nuevos” o marranos dado que no creían en su verdadera y convincente conversión a la nueva fe cristiana. Pero el verdadero motivo de tal decisión no era religioso sino más bien económico, o sea, expulsarlos y apropiarse de sus bienes.

Es la madre de la Inquisición española que inclusive habría de llegar al continente americano luego de su conquista, siendo que la expedición de Cristóbal Colón no fue solventada por las joyas de la reina tal como nos lo enseñaron en la escuela, sino con el dinero apropiado de los judíos expulsados de España.

La paradoja de su antisemitismo la vemos cuando la propia Reina Isabel acude a un médico judío, Badoc, para solucionar su problema de infertilidad, hecho que el médico le dio una solución satisfactoria.

El 31 de marzo de 1492 se promulgó el edicto de expulsión de los judíos hecho inédito en Europa, el plazo perimía el 31 de julio, o se convertían o debían irse de España. En mayo de 1492 comienza el gran éxodo judío donde fueron obligados a abandonar España, dejando atrás sus tierras, sus raíces y su historia. Y luego comenzaría el recorrido incesante de ver qué países estarían dispuestos a aceptar a la judería expulsada. La misma historia se habría de repetir con el nazismo, nadie daba visado para aceptar a los judíos echados de Europa, y los que pudieron huir a tiempo de Alemania y Austria dejaban sus bienes en manos de los nazis pagando por el patrimonio de toda una vida un precio vil cuanto no un robo.

El modelo de “la pureza de sangre” que se da en España bien fue emulado por la ideología nazi. La investigación de Yael Guiladi establece un paralelismo entre “la persecución nazi y lo que se produjo en tiempo de Isabel pues en ambas se usaron los mismos métodos de la Gestapo, el sistema de interrogación, la delación, incluso el principio de la limpieza de sangre”.

Quinientos años después se repite el modelo de implementar la maldad sobre el pueblo judío con la excusa de no contener la sangre pura de la raza aria superior. Y se dará a conocer nuevamente el sadismo de manos de una mujer fanática del nazismo y su ideología racial, usando a los judíos como chivos expiatorios en donde volcar su maldad, y posiblemente sus frustraciones y envidias personales disfrazadas bajo una causa digna en aras de su Führer y su lealtad a él. Nos referimos a Ilse Koch, esposa del comandante de Buchenwald, campo de concentración en Alemania, y dado que era su mujer nadie osaba objetar sus atrocidades. Con el tiempo Ilse optó por fabricar abrigos, lámparas y billeteras con la piel humana de sus víctimas, las seleccionaba antes de asesinarlas eligiendo aquellos que llevaban tatuajes en la piel o si ésta les resultaba atractiva. También hacía adornos con la osamenta y banquitos con los huesos de la cadera. No ocultaba sus adornos ominosos, todo lo contrario, más bien los exponía cual trofeos decorando la sala de recibir de su casa en el campo de concentración. Era la digna esposa de Karl Koch, especialista en violencia y golpear a los pobres cautivos inocentes con látigos que llevaban hojas de afeitar.

Esta perversa nació en Dresden en 1906. Era nueve años menor que su esposo, candidato que le fue presentado por Heinrich Himmler porque consideraba a la pareja el ideal de la raza aria.

Ella emuló a su esposo paseándose por el campo de concentración entre los prisioneros donde disfrutaba castigándolos ella misma, y el castigo era doble sobre aquellos que ella consideraba feos. Ese causar dolor y castigo la excitaba sexualmente en extremo. Se le aceleraba el pulso y se le dilataban las pupilas de tanto placer y fruición.

El final del matrimonio Koch fue que él fue ejecutado por la SS por su brutalidad en 1944 en el campo de concentración de Buchenwald, mientras que Ilse fue condenada a cadena perpetua y a trabajos forzados. Lamentablemente el 1 de septiembre de 1967 se suicidó ahorcándose con sábanas no habiendo pagado lo suficiente por sus crímenes de lesa humanidad. Deja una nota diciendo “no hay otra salida, la muerte es la única liberación” con lo cual se deduce que no sintió ninguna culpa ni remordimiento por sus actos criminales cometidos sin piedad.

Si las historias de la maldad se repitieron con el lapso de 500 años nada impide que la barbarie se vuelva a dar, siempre está al acecho, a la espera, vigilante buscando su oportunidad.

No olvidar, no perdonar, no ignorar cuando los pequeños indicios comienzan a emerger prestarles suma atención y no soslayar la mirada antes de que éstos sean monstruos declarados e ingobernables siendo entonces nuestra intervención demasiado tarde, ineficaz pues el Mal ya se estableció y empieza a hacer estragos.     

Aprendamos de la Historia, nada es pasado, o la típica frase de “ya fue”. El Mal siempre está agazapado y a la espera, y lo que es peor, siempre va por más, es creativo y sabe cómo tomarnos por sorpresa. Entonces, ganémosle de mano, juguémosle nuestras cartas, la de la experiencia, la cultura y la inteligencia digna, únicas herramientas que nos puede hacer de antídotos y advertencia cuando un nuevo Mal comienza a asomar.

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