Bertold Brecht – El teatro encamina a la revolución

30 marzo, 2017

Joseph Hodara

Cuando se compara la travesía vital de Bertolt Brecht con las obras teatrales que le dieron celebridad se visualiza una profunda distancia. Si las últimas llevaron al escenario asuntos como la porfiada resistencia a las convenciones burguesas, la protesta contra la ignorancia y el conformismo y el significado de las guerras como homicidios organizados, su biografía dibuja a un hombre presidido por valores convencionales que gravitan sólo y cuando se traducen en el firme avance de su persona. Al proyectar en escena lo que él no fue, Brecht atinó a disimular sus hondas debilidades.
Cabe aceptar: más que libros o documentos, el juego teatral ofrece una vivencia inmediata y profunda al amplio público. Recuérdese a Aristófanes quien en algunas de sus obras se burló ácidamente de Sócrates por fatigar a los atenienses con sus innumerables preguntas. Y así le apuró la cicuta. Más adelante, Shakespeare y Voltaire se valieron de públicos escenarios a fin de presentar un amplio arco de ideas y posibilidades como un juego presumiblemente inocente, sin suscitar enojo o suspicacias en regímenes opresivos.
Desde su temprana historia, el discurso teatral juega con las ideas, las opone unas a las otras y dispensa al público la posibilidad de conocer y juzgar conductas a través de múltiples canales: los diálogos, el elocuente silencio, la voz y los desplantes de los actores, hasta culminar en un mensaje que recibe aplausos de una audiencia que -por un momento- goza con ser agredida.
Bertolt Brecht atinó a identificar y a beneficiarse con estas posibilidades. Se le considera por buenas razones el dramaturgo más importante del siglo veinte. Nació en Augsburgo, Alemania, en 1898, y se formó en una familia burguesa y católica. Desde muy temprano reveló conductas adversas a los convencionalismos de su época.
Cursó algunos estudios de medicina en la universidad de Munich que le facilitaron oficiar como enfermero en los últimos meses de la I Guerra. Trágica experiencia que se sumó a otras; en conjunto gravitaron en múltiples temas de sus obras teatrales. Frisando los 21 años fue padre de un niño que tendrá ingrato final: morirá en el frente ruso en 1941. Desde temprana edad las mujeres fueron para Brecht un medio para desenvolver su egotismo y multiplicar su fama. Las amó sólo y cuando le fueron útiles.
El ascenso de la república de Weimar le abrió amplias posibilidades. Convencido de que “el peor analfabeto es el analfabeto político” se consagró a enhebrar obras teatrales que cuestionaron la ética burguesa.
En “La ópera de los tres centavos” puso al descubierto las torceduras de esta ética, y en “La vida de Galileo” difundió la importancia de la libre reflexión burlándose del dogmatismo de la Iglesia cristiana. Temas que alcanzaron particular relieve en “El alma buena de Szechwan” y se beneficiaron con los arreglos musicales del judío Kurt Weill.
En los años pre-hitleristas Brecht concertó amistad con filósofos y escritores judíos como León Feuchtwanger y Walter Benjamin, nexos que concluyeron al ascender el nazismo. En 1933 abandonó Berlín iniciando un largo peregrinaje junto con su elenco teatral. Dinamarca, Noruega, Finlandia, Rusia y, al fin, Santa Mónica en California fueron sus etapas. Al concluir la guerra debió lidiar con el macartismo. Y al ser investigado, negó cualquier adhesión a la ideología marxista y comunista. Temiendo que la verdad sería al fin conocida, retornó a Europa.
Encontró amable refugio en Alemania oriental. Prefirió sin embargo hacerse de un pasaporte austríaco que le facilitó el tránsito a Inglaterra y Francia. Formó el Berliner Ensemble en 1949, compañía teatral que celebró a través del espectáculo el realismo socialista y la censura a la moral burguesa. Obras como “El círculo caucásico de tiza” y “Madre coraje y sus hijos” le concedieron justa celebridad. Recibió el Premio Lenin un año antes de su muerte como reconocimiento a su rebelde y reveladora peripecia teatral.
Murió en 1956, sin alcanzar los sesenta años. Yace hoy en una tumba que comparte con su última esposa y asistente teatral -Helene Weigel- en Berlín, muy cerca de personajes como Hegel, Fichte y Heinrich Mann. Sus obras le dan vida en múltiples audiencias.

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