El pasado lunes, el ex editor del Hollywood Reporter Stephen Galloway comunicó el fallecimiento de William Friedkin a sus 87 años. El director había estado enfermo los últimos años.
La carrera de Friedkin lo posiciona como uno de los directores más importantes de la historia del cine americano, sobre todo por su revalorización de un género por momentos considerado menor, como es el terror.
El director forma parte de una generación de directores que, a partir de las décadas del 60 y 70 comenzó a transformar la industria, desestabilizando el hasta entonces inamovible poder absoluto de los productores de los grandes estudios.
Friedkin tenía también una conexión especial con Israel. Hijo de un inmigrante judío ucraniano, el director se crío en una casa en la que se respetaba kashrut. Ya en su adultez, el estadounidense visitó muchas veces Israel, e incluso dirigió en Tel Aviv una puesta de la ópera Samson y Delilah.
“Israel es mi corazón. Admiro y respeto enormemente el coraje de las personas que viven allí y luchan por lo que creen”, había afirmado en el año 2002 el director.
Los recuerdos de sus colegas y de algunos de los actores más importantes de Hollywood no tardaron en aparecer. Guillermo del Toro lo despidió llamándolo “uno de los Dioses del Cine”. Kiefer Sutherland, el protagonista del último filme del director, expresó que trabajar con él “fue uno de los grandes honores de mi carrera”.
Incluso Stephen King envió sus condolencias: “lamento mucho el fallecimiento de William Friedkin, un cineasta profundamente talentoso”.