Un buen gobierno

7 abril, 2017

Sigisfredo Infante
Honduras

La añejísima noción del buen gobierno terrenal, se encuentra registrada en algunos textos del “Antiguo Testamento” bíblico. En los diálogos y sermones legendarios e históricos de Sócrates. En “La República” utópica del gran Platón. En “La Política” del extraordinario Aristóteles”. En “La Guerra del Peloponeso” de Tucídides. Y en “Las Analectas” de Confucio (también de Mencio) y de su grupo de “Letrados”.

De hecho el tema ha sido una preocupación constante de los pensadores y filósofos más destacados de todos los tiempos históricos, sobre todo del Renacimiento y la modernidad, hasta arribar a las fechas presentes, sin excluir a otras disciplinas humanas como la politología. Muchos documentos, que se han escrito y acumulado sobre este vidrioso tema, confunden, a veces, las diferencias grandes, o sutiles, entre el concepto institucional de Estado, y el concepto de gobierno. En Honduras, por ejemplo, cada semana escuchamos informaciones y desinformaciones en donde reiterativamente se mezclan y confunden, en forma caótica, ambos conceptos. Empero, el simple ciudadano de la calle no tiene ninguna culpa acerca de sus propias limitaciones y confusiones, sino que la culpa recae sobre muchos profesores que carecen de las más elementales claridades teóricas, porque suelen caotizar a sus alumnos. Y recae, igualmente, sobre algunos políticos aislados (de diversos segmentos organizacionales) que casi nada saben de estas diferenciaciones conceptuales; de la ciencia política; ni mucho menos de la “Historia”, la cual opera, en un constante devenir “inmóvil” (para juntar a Heráclito y a Parménides), por debajo y por encima de ciertas rigideces teóricas y legales. No saber nada de la “Historia” ni de la política como ciencia y como arte, al final de la tarde, resulta demasiado peligroso. Por eso a veces llegan a los tronos presidenciales (en diversas partes del planeta) algunos personajes superficiales, o violentos, que semejan al “Cisne Negro” descrito por Nassim Nicholas Taleb. Llegan, los aludidos cisnes negros, con máscaras de revolucionarios, o de súper-honestos, dispuestos a mercadear sus almas con Satanás, con tal de llegar al tan ansiado poder. (Respecto de la “Historia” real, y de la política real, debiéramos preguntarle al historiador, diplomático y político Henry Kissinger, quien todavía está vivo).

Pues bien. En Honduras, pese a todos los problemas subsistentes, los resquemores, las suspicacias, los prejuicios ideopolíticos y las distorsiones de la realidad, el licenciado don Juan Orlando Hernández, hasta este momento, ha cristalizado un buen gobierno. Tal situación ha sido admitida y reconocida, en fecha reciente, por jerarcas de Naciones Unidas; por el vicepresidente norteamericano el señor Mike Pence; por autoridades de inteligencia y seguridad hemisféricas; y por algunas instituciones de crédito internacional, como el BID. Lo que nosotros habíamos escrito porque ya lo sabíamos, lo han venido a confirmar y subrayar ciertas personalidades e instituciones respetables a nivel continental; e incluso mundial. Sería saludable, en este punto, que algunas personas que hacen afirmaciones rotundas, unilaterales y dogmáticas sobre mi forma de pensar, decir y escribir, tuvieran el cuidado de leer o releer mis artículos anteriores, porque la “Historia” los podría juzgar como mezquinos e irresponsables. Incluso debieran averiguar qué cosas ocurrieron, en realidad, hace diez años; o inclusive más allá de una decenio; añadiendo, en una hipotética balanza, mis aciertos y errores. No les sugiero que lean mis libros y ensayos, porque eso sería como pedir demasiado a los perezosos, frívolos y egoístas.

Estoy claro (como lo he expresado en varios artículos y ensayos) que Honduras arrastra problemas y desafíos estatales y sociales que se han venido postergando desde el siglo diecinueve. Incluso desde el momento de la Independencia. Que no son problemas, de ninguna manera, de un gobierno específico. Sino que problemas de nuestro Estado, de la sociedad y de la cultura misma. Uno de los tantos problemas estructurales que todavía padecemos, desde la reforma bien intencionada de los liberal-positivistas y románticos de finales del siglo diecinueve, es el problema de la distribución injusta (completamente legalizada pero ilegítima) de la tierra, que ha generado improductividad, pobreza, confrontaciones, crímenes, hambre y retraso social. En este sentido de muy poco sirve que Honduras sea un país potencialmente rico, que de hecho es verdaderamente pobre.

Una problemática enorme, comparativamente reciente, que se ha sumado a nuestras grandes calamidades histórico-nacionales, ha sido el de la importación, desde afuera, del crimen organizado internacional, especialmente en el sector del narcotráfico, que manipula, tras los telones de fondo, al crimen común de cada semana. Sin embargo, debemos reconocer, con algún nivel de coraje e imparcialidad, que el gobierno nacionalista que dirige Juan Orlando Hernández, ha venido a paralizarlo, en un fuerte porcentaje nada desdeñable. También se debe reconocer que dicho crimen se disparó, exponencialmente, mediante una curva casi vertical, desde el gobierno de don Manuel Zelaya Rosales, por motivos que nunca han sido suficientemente estudiados, y explicados. ■

 

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