Si por algún momento me permito ceder a equilibradas reflexiones, la pregunta en el título no admite otras respuesta: un gobierno de unidad nacional. Parece obvio: Netanyahu y Gantz presentan perfiles similares e intenciones convergentes. Ambos han sido modelados por difíciles experiencias civiles y militares; comparten convicciones seculares y democráticas; y no están comprometidos con rígidas plataformas políticas. Pueden dialogar y negociar hasta suscribir acuerdos que garantizarán la vivaz continuidad de la democracia israelí.
Un escenario que lamentablemente apenas parece viable en estos días que siguen al áspero y vocinglero pugilato que la ciudadanía conoció en los días pasados.
Una agresiva coalición gubernamental se perfila. El entendimiento con las fracciones religiosas y con la agrupación neokahanista parece irrefrenable. Sólo un actor -Avigdor Liberman- con el recurso de sus cinco escaños en la Knesset es capaz detener -o moderar al menos- tendencias que, si se materializan, el carácter humanista del régimen israelí, la legitimidad y la tolerancia que merecen las diásporas judías, el dinamismo y la creatividad de los israelíes que trabajan en múltiples países conocerán una quiebra radical.
No falta aquí el rasgo irónico. Desligándose de su original formación en un régimen totalitario, Liberman exige a la ortodoxia religiosa no sionista defender militarmente al país como el resto de la ciudadanía, flexibilizar las normas sobre quién y cómo es un «verdadero» judío, permitir el matrimonio civil a quienes así lo deseen. Y también predica un brazo duro contra las acciones agresivas en Gaza, aunque sin desoir las advertencias de los altos mandos militares.
En suma: si Liberman acierta a concertar un entendimiento con Kahalón- incluyendo la necesidad de que Netanyahu aclare sus sombríos asuntos en los tribunales – las aspiraciones de la extrema derecha ortodoxa y kahanista conocerán algún freno. Si se rinden, los horizontes del país y de las diásporas conocerán abrumadoras sombras.