Una nueva investigación de la Universidad de Tel Aviv arroja luz sobre el proceso de “decisión” del virus sobre su agresividad

Ilustración creada en los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de la morfología del virus del COVID-19. Foto: Alissa Eckert, MS; Dan Higgins, MAM, Public domain, via Wikimedia Commons.Ilustración creada en los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de la morfología del virus del COVID-19. Foto: Alissa Eckert, MS; Dan Higgins, MAM, Public domain, via Wikimedia Commons.

Un grupo de investigadores de la Escuela Shmunis de Biomedicina e Investigación del Cáncer de la Universidad de Tel Aviv, liderado por Polina Guler, estudiante de doctorado en el laboratorio de Avigdor Eldar, llevaron a cabo un estudio del proceso que hace que algunos virus se vuelvan más agresivos.

Los resultados de la investigación se publicaron en la revista Nature Microbiology. Como se explica en el artículo publicado, los bacteriófagos son virus que infectan bacterias para replicarse y propagarse. Los bacteriófagos generalmente prefieren permanecer en el modo «durmiente», pero en algunos casos estos virus “deciden” activarse y volverse agresivos y las señales del exterior que indican la presencia de otros fagos.

Según Eldar, “un fago no puede infectar una célula que ya está ocupada por otro fago. Si el fago identifica que su huésped está comprometido pero también recibe señales que indican la presencia de otros fagos en la zona, opta por permanecer con su huésped actual, esperando su recuperación. Si no hay señal externa, el fago ‘entiende’ que podría haber espacio para él en otro huésped cercano y se volverá violento, replicándose rápidamente, matando al huésped y pasando al siguiente objetivo”.

Además, Eldar señaló la importancia de estos hallazgos: “Una razón es que algunas bacterias, como las que causan la enfermedad del cólera en los humanos, se vuelven más violentas si llevan fagos dormidos dentro de ellas: las principales toxinas que nos dañan están codificadas por el genoma del fago”, y por otro lado, concluyó que otra razón es que “los fagos pueden servir potencialmente como reemplazos de antibióticos contra bacterias patógenas”.

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