Simón Dubnow. El valor de las palabras.

Simón Dubnow - Foto: Wikipedia - Dominio Público

«Las palabras vuelan, lo escrito se mantiene»                                                       Petronio, senador romano (14-66 D.C.)

El pueblo del libro
Nosotros los judíos somos considerados el pueblo del libro. Y en casi todas las casas de los judíos observantes como de aquellos que no lo son tanto, uno puede apreciar amplias bibliotecas. Con libros de Torá o de historia, o de materias seculares.

No cabe duda que por un combo de razones, muchos de nosotros tenemos sed de conocimiento, de saber y de investigar. Bucear en todo aquello que es fruto del intelecto humano, ni que decir, de los textos sagrados infaltables en cualquier hogar judío que se precie como tal.

En la biblioteca de mi madre
Siendo hijo de una docente o Morá de hebreo y de idioma idish, en nuestra humilde casa de mi niñez, en el cuartito, que era una habitación que nos servía a modo de depósito y de guarda de objetos cuyo valor material era muy cuestionable, allí encontré la pequeña pero densa y rica biblioteca de los libros de mi madre. Entre ellos, se destacaba «Historia Universal del pueblo judío» del gran historiador de nuestro pueblo Simón Dubnow (1860-1941), en realidad era un compendio, ya que la magnífica obra de este prolífico historiador, activista, y escritor judío (nacido en Bielorrusia), una voluminosa obra que consta de 10 volúmenes, inicialmente publicado en alemán entre 1925 y 1929.

El más famoso. No el único.
También Aida (mi madre Z»L), tenía parte de la obra de Heinrich Graetz (1817-1891), que escribió «Historia de los judíos», siendo uno de los primeros escritores, en escribir la historia completa de nuestro pueblo desde la perspectiva judía. Nunca podría olvidar leer con mucho dolor, las persecuciones a las que fueron sometidos nuestros antepasados, en pogromos, matanzas, o bajo las siniestras garras del Santo Oficio, o los crímenes cometidos contra los israelitas bajo la excusa de la peste negra y de oscuras acusaciones de envenenamiento de los pozos de agua o la inculpación del crimen ritual, una serie de disloques, pero con alta penetración en esa época dentro de las masas europeas presas del miedo y de la ignorancia y del atávico prejuicio contra los hebreos

Dubnow-Graetz, la pluma que continua…
Escribiendo de mano en mano, y cito nuevamente a Cayo o Tito Petronio Arbiter (vivió en la época del Emperador Nerón) que sentencia en latín: «Verba volant, scripta manent», que es la cita debajo del título de la presente, acerca de la fugacidad de las palabras frente a la permanencia de lo escrito.

Esta disyuntiva se puede apreciar en otros períodos de la historia de nuestro pueblo, cuando el Rabino Ieuda Hanasí (El Príncipe 135-219 D.C terminó de editar la Mishná (la Tradición Oral), y volcarla en forma escrita, ante el peligro de que se pudiera perder, debido a las constantes persecuciones sufridas por los judíos. También, muchos siglos después, en el gueto de Varsovia, el Dr. Emanuel Ringenblum (1900-1944), fundador y director del archivo secreto «Oneg Shabat»(delicias del sábado), donde se escribió las penurias de nuestros antepasados en el gueto de Varsovia. Estos escritos fueron ocultados en recipientes de leche, y parcialmente recuperados luego de terminada la Segunda Guerra Mundial. También hacia el oeste, El diario de Ana Frank, escrito en su escondite, en Ámsterdam (Holanda), entre el 12 de junio de 1942, y el 1 de agosto de 1944, deja testimonio de una vivencia personal y grupal de los judíos atrapados, e intentando sobrevivir a la maquinaria de aniquilación de los nazis.

Lo verbal y lo escrito.
No cabe duda que el lenguaje oral utiliza sonidos fonéticamente articulados y requiere de un canal auditivo, mientras que el lenguaje escrito requiere el canal visual, y nos lega el mensaje de las letras.

Entonces, no cabe duda que lo escrito permanece, más allá de quién lo escribió. Y se trata de un mensaje a la eternidad. Se trata de asegurarse de poder perpetuar la memoria, en particular la memoria colectiva, y permea la incertidumbre, y tiene como sustento o base una confianza infinita, de que alguien o algunos recogerán el guante, cuando la mano de aquel que decide tomar la pluma, no se encuentre más en este mundo.

En resumen, un testamento, o una necesidad de trascender o transmitir o de comunicar, o sea un simple desahogo personal. Una búsqueda de justicia, y una catársis individual, o el arma preferida de los iehudim, para enganchar cada eslabón de nuestra cadena histórica, llena de martirios y de sufrimientos, pero también de una riqueza espiritual, religiosa, histórica, y cultural, infinita que nadie puede ni podrá destruir jamás.

Simón Dubnow, el final.
El haber encontrado por «casualidad» el libro escrito por su hija Sofía Dubnov-Erlich (1950) y concluida la impresión en Buenos Aires en 1954, acerca de la vida y obra de este coloso del conocimiento, termino por cerrar el círculo.

Deseo terminar con el relato que me estremece, del asesinato del gran escritor, ya anciano y presa de la fiebre, cuando antes de ser ultimado por un policía letón, al no poder subir (junto a otros) al autobús que los conduciría a un bosque cercano donde serán exterminados, alcanza a gritar: judíos ¡escriban!

Simón Dubnow fue asesinado en Riga el 8 de diciembre de 1941. El cayó en el camino, y no llegó al bosque de Rumbula, donde entre el 30 de noviembre y el 8 de diciembre 25000 judíos fueron asesinados por los Einsatzgruppen (escuadrones de ejecución de las SS y SA) y de sus colaboradores letones.

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