Raymond Aron, filósofo, sociólogo y politólogo francés

Raymond Aron - Foto: Wikipedia - CC BY-SA 3.0

Analizando estos temas fue consciente de la arbitrariedad de la historia por lo que llega a la conclusión de la dificultad para hablar de “objetividad histórica”. Dentro de esta misma línea de pensamiento establece que lo que más se podría acercar a la objetividad es la metodología para el estudio de esta disciplina. Fue uno de los grandes analistas de la sociedad actual y de la actuación de los intelectuales de izquierda. Trabajó estrechamente con Charles de Gaulle.

Hijo de un abogado judío, en 1930 Aron (1905-1983) recibe el doctorado en Filosofía de la Historia en la École Normale Supérieure. En 1939, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, daba clase de Filosofía social en la Universidad de Toulouse, pero dejó la Universidad y se alistó en la fuerza aérea. Cuando Francia fue derrotada, se exilió en Londres y se alistó en las Fuerzas de liberación francesas y, entre 1940 y 1944 fue redactor jefe del periódico La France Libre (Francia libre) publicado en Londres. Con el fin de la guerra, regresó a París para enseñar Sociología en la École Nationale d’Administration (1945-1947) y en el Institut d’études politiques de París (1948-1954).

Comienza su carrera como comentarista e influyente columnista en 1947 en Le Figaro y y también en L’Express.​ A partir de 1958 es profesor en la Facultad de Letras y Ciencias humanas de la Sorbona de París. Colaboró también entre 1968 y 1972 con la radio Europe número 1 y entre 1970 y 1983 fue profesor de Sociología de la Cultura moderna en el Colegio de Francia también en París. Fue presidente de la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Francia.

En 1978 fundó Commentaire, una revista trimestral de ideas y debate, junto con Jean-Claude Casanova, quien fue el director.

En palabras de Edward Shils (profesor Emérito en la Comisión del Pensamiento Social y Sociología en la Universidad de Chicago), Aron pasó de ser un abierto socialista en su juventud a convertirse en “el más persistente, el más severo y el más culto crítico del marxismo y del orden social socialista -o más precisamente comunista- del siglo XX”. Pero ese tránsito no fue una renuncia, sino que pensaba que los ideales que realmente han de abrazarse son aquellos que se pueden alcanzar sin destruir lo que se pretende defender.

Estimaba Aron que la sabiduría política estaba en tener la capacidad de escoger la mejor forma de actuar aun cuando la óptima no estuviera disponible, como sucede siempre. “Nadie dice nunca la última palabra”, insistía, “y no podemos juzgar a nuestros adversarios como si nuestra propia causa estuviera identificada con la verdad absoluta.”

Aron se refería al “Mito de la Revolución” (como el “Mito de la Izquierda” y el “Mito del Proletariado”) y sostenía que resultaba tan seductor precisamente por su atractivo poético: inducía la ilusión de que “todo es posible” de que todo puede ser completamente transformado en el fiero crisol de la actividad revolucionaria. Combinar la doctrina de la inevitabilidad histórica con el Mito de la Revolución era una receta para la tiranía totalitaria.

Se definía como reformista en contraposición al revolucionario, ya que el reformista reconoce que el verdadero progreso es contingente, parcial e imperfecto. Es contingente porque depende de la iniciativa individual y puede echarse a perder; es parcial porque los ideales nunca se pueden conseguir todos al mismo tiempo sino sólo un vacilante paso tras otro; e imperfecto porque el recalcitrante carácter de la realidad -incluyendo la turbulenta realidad de la naturaleza humana- garantiza los errores, las frustraciones, las imperfecciones y la simple perversidad.

Mantenía su oposición al comunismo porque “El comunismo es una versión degradada del mensaje occidental. Retiene su ambición de conquistar la naturaleza y mejorar el destino de los humildes, pero sacrifica lo que fue y tiene que seguir siendo el corazón mismo de la aventura humana: la libertad de investigación, la libertad de controversia, la libertad de crítica, y el voto”.

Defendía la libertad y la razón frente al totalitarismo político e intelectual y el fundamentalismo. Frente a este último proponía como mecanismo de defensa el escepticismo, pero con cuidado de no caer en la indiferencia para no llegar finalmente al nihilismo que consideraba profundamente negativo.

Aron reivindica las leyes propias del conocimiento en oposición a las actitudes deterministas y dogmáticas. Desde esta perspectiva, considera que, dada la enorme complejidad de los fenómenos políticos, estos deben ser analizados sin caer en actitudes reduccionistas, visiones binarias o falsos moralismos. Como Max Weber, Aron considera que la realidad no puede ser aprehendida de manera global y las verdades en economía, en sociología y en ciencia política siempre son parciales y reflejan tan sólo una parte de la complejidad social.

En la extensa obra literaria de Aron se aborda una amplia gama de temas que van desde el estudio de los clásicos de la filosofía, la sociología y la ciencia política, a las reflexiones sobre la guerra y la paz, al análisis sobre el papel de los intelectuales y al diagnóstico de la sociedad industrial. Una de las cualidades más notables de la obra no es tanto su extensión como su independencia en relación con los paradigmas reinantes en el mundo cultural y universitario de la segunda posguerra, dominado por un pensamiento de corte marxista y a favor de las políticas de la Unión Soviética. No gozó de la popularidad de Jean-Paul Sartre, con el que compartió formación en los años veinte en la École Normale Supérieure.

“El marxismo es un elemento esencial del opio de los intelectuales porque su doctrina de la inevitabilidad histórica lo aísla de poder ser rectificado por algo tan trivial como la realidad de los hechos”.

Recogiendo la teoría del totalitarismo de Hannah Arendt, propone la siguiente definición:

“Me parece que los cinco elementos principales son:

  • El fenómeno totalitario se produce en un régimen que otorga el monopolio de la actividad política a un solo partido.
  • El partido monopolista está animado o armado con una ideología a la que le confiere una autoridad absoluta y que, por tanto, se convierte en la verdad oficial del Estado.
  • Para difundir esta verdad oficial, el Estado se reserva a su vez un doble monopolio, el monopolio de los medios de fuerza y el de la persuasión. Todos los medios de comunicación, radio, televisión, prensa, son dirigidos y controlados por el Estado y aquellos que lo representan.
  • La mayoría de las actividades económicas y profesionales están sujetas al Estado y se convierten, en cierto modo, en parte del propio Estado. Dado que el Estado es inseparable de su ideología, la mayoría de las actividades económicas y profesionales son condicionadas por la verdad oficial.
  • Todo es ahora actividad del Estado y cualquier actividad está sujeta a la ideología, una falta cometida en una actividad económica o profesional es a la vez un fallo ideológico. Por lo tanto, el punto final es la politización, una transfiguración ideológica de todos los posibles fallos de los individuos y, por último, un terror tanto policial como ideológico. […] El fenómeno es perfecto cuando todos estos elementos están juntos y completamente cumplidos”.

A menudo se ha opuesto a Sartre y Aron. El primero siempre a la vanguardia de los acontecimientos, “progresista” e insertado en la “lucha revolucionaria”. El segundo dedicado al análisis del nuevo curso de la historia, sin sacrificar los patrones, en retrospectiva, un sociólogo o historiador que no quiere ser ni doctrinario ni moralista, sino libre y sin relación con ninguna “escuela de pensamiento”.

Del clima intelectual envenenado de la Francia de la posguerra es un ejemplo el aforismo del escritor y periodista Jean Daniel, que decía: “Mejor estar equivocado con Sartre que en lo cierto con Aron”.

Fuente: Wikipedia

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