Parashat Ki Ketze 2020

28 agosto, 2020 ,
Representación de una reunión del Sanedrín en una enciclopedia de 1883. Foto: Wikipedia - CC BY-SA 3.0

Hijos libertinos y borrachos

Pese a que jamás los tribunales dictaron el castigo fijado en la Torá para el hijo libertino y borracho, desleal y desafiante; «que no hace caso de su padre o de la madre», bebedor y comedor insaciable, la posibilidad que los padres conduzcan a su hijo a los dayanim-jueces para que decidan si merece la pena de muerte, no deja de sorprendernos.

El duro pasaje acerca del hijo «porfiado y rebelde, que no obedece la voz de su padre ni la voz de su madre» (Devarim 21: 18-21) subraya que la rebelión del hijo se dirige al padre y a la madre por igual. La Torá afirma que “su padre y su madre lo tomarán y lo llevarán ante los ancianos de su ciudad, al tribunal local” y la guemará desarrolla que si su padre quiere  castigarlo pero no su madre; o si su padre no quiere, pero su madre sí, no se convierte en un hijo rebelde y desafiante, a menos que ambos estén de acuerdo. Rabí Yehudá en Sanedrín 8.4 dice: «Si su madre no es similar a su padre [en su voz, la apariencia y la altura], no se convierte en un hijo rebelde y desafiante».

La extensa literatura rabínica que trata de explicar la diferencia en la responsabilidad del padre y de la madre en la educación, se reduce a una disputa especulativa cuando, ante este precepto, se consagra la misma función al padre que a la madre.

Incluso cuando los Proverbios del rey Shlomó recalcan: «Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre» (Mishlé 1: 8); y «Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre, y no dejes la enseñanza de tu madre; átalos siempre en tu corazón, enlázalos a tu cuello. Te guiarán cuando andes; cuando duermas te guardarán; hablarán contigo cuando despiertes. «Porque el mandato es una lámpara y la lección una luz; camino de vida los reproches y la instrucción» (6:20). Debemos entenderlo como complementos poéticos producto de las experiencias formativas propias tenidas de sus padres cuya justicia descubriera tardíamente, como tantas veces sucede con casi todos los hijos.  Hay buenas razones para encontrar muchas declaraciones de valor en las obras de los sabios que se refieren específicamente a la función educativa de las mujeres, su devoción, talentos y habilidades y tantas otras que dan preponderancia a los padres. Por ejemplo, el Talmud en Berajot 17a dice: «Mayor es la promesa hecha por el Santo, bendito sea, a las mujeres que a los hombres». La leyenda dice que un adivino predijo que la madre de Najman bar Itzjak que su hijo sería un ladrón. Ella por lo tanto, fue muy cuidadosa para infundir en él el temor al cielo. A menudo le recordaba: «Mi hijo, cubre tu cabeza por completo, por lo que vas a temer a Dios, y siempre ores por su misericordia, por lo que no serás superado por sus malos impulsos». Se cuenta que una vez, mientras estudiaba bajo un árbol, se le cayó el gorro que cubría su cabeza, y de repente sintió un enorme deseo de apropiarse lo ajeno” (Shabat 156b).

Pero, el subtexto de la larga literatura rabínica nos enseña que únicamente los padres que hablaban en una voz, estaban coordinados en los objetivos educativos, no se mentían ni engañaban al hijo, no se contradecían y no lo manipulaban podían llevarlo a los tribunales cuando su hijo salía rebelde y contumaz. Las familias en conflicto no tenían ese derecho porque el hijo había salido así por sus propios errores, por lo que no podía ser declarado culpable.

Pero, la historia nos dice que nunca se encontró un hijo terco, porfiado, ladrón y borracho, de un hogar en el que la convivencia se transmitía positivamente a la educación.

En nuestro lenguaje actual podríamos afirmar que cuando los padres están unidos en los objetivos y los métodos de enseñanza logran mejores resultados. Cuando transmiten valores: respeto, tolerancia, sentido de la justicia, aprecio del arte y la cultura, interés por conocer y entender la diversidad de sociedades y costumbres con un mensaje claro, los hijos lo asimilan.

En esa tarea deben evitar contradecirse y disputar el crédito por las medidas exitosas.

Que la jurisprudencia nos diga que no aplicaron jamás castigos a los hijos contumaces y porfiados,   significa que el sistema penal talmúdico deseaba evitar a toda costa la aplicación de la pena de muerte y no que incluso en las familias bien constituidas no exista delincuencia juvenil que es imprescindible erradicar antes que sea demasiado tarde.

Los padres y hermanos, los amigos y compañeros son los primeros que pueden descubrir esas tendencias y están obligados a actuar denunciando a los delincuentes precoces para que sean tratados.

Cuando leemos la prensa y nos encontramos con conductas delictivas, no podemos quedarnos tranquilos. Si somos testigos presenciales, debemos actuar para evitar el crimen sea del tipo que fuera si no lo hacemos nos convertimos en cómplices. Y si los padres enceguecidos por lo que creen es amor, salen en defensa de sus hijos malhechores, deben ser alejados de la comunidad.

Esa era la intención de la Torá. Y ella no ha perdido validez: Corregir antes que el malandrín crezca sin corregirse y se convierta en un asesino.

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