Para los políticos, el ego es más importante que la unidad del pueblo

Foto Kneset

Jorge Iacobsohn

Hay muchas razones para festejar el 70 aniversario de la Independencia del Estado de Israel: hay pleno empleo en el país, los indicadores macroeconómicos siguen positivos, el espíritu innovador sigue intacto produciendo descubrimientos científicos y tecnológicos revolucionarios, el poder de disuasión de los enemigos continúa fortaleciéndose. Las alianzas internacionales logradas en los últimos tiempos no son nada despreciables. Sin embargo, la clase política no parece anoticiada de estos logros, que son más producto del esfuerzo de la sociedad civil y sus organizaciones que del ego pequeño de los ministros o diputados.

No parece anoticiada, es un decir. Saben que nuestro país “está muy bien”, a pesar de los grandes desafíos pendientes que son la disminución de las brechas sociales, la aún rezagada integración al mercado laboral de los ultraortodoxos judíos y los árabes, el fortalecimiento de la educación para evitar una sociedad dual de ultra-educados e integrados al privilegiado circuito de innovación y emprendimiento y trabajadores de baja productividad, y la utópica paz con los vecinos árabes. Sin embargo, un asunto parece ser más urgente que el mencionado avance del país y sus desafíos: el obsesivo control del ego y su imagen.

Divisiones políticas y disputas ideológicas las hubo siempre antes y después de la independencia del país. Pero las ceremonias que unen a los ciudadanos en la congoja y en la alegría por los logros colectivos han estado exentas de esas divisiones, ya que el consenso colectivo por la existencia del país y su futuro está por encima de ellas.

Tan bajo se ha caído actualmente que aquellas disputas egoístas y narcisistas han contaminado también la organización de los eventos para el Día de la Independencia.

Decenas de nombres fueron barajados y vueltos a descartar en la participación de las ceremonias (en especial el escándalo diplomático al querer involucrar al Presidente de Honduras como uno de los portadores de antorchas para forzar la participación del primer ministro Biniamín Netanyahu, que por protocolo tradicional tiene prohibido ser la figura del evento, al ser éste perteneciente a la Knéset y al pueblo y no a sus representantes).

Hasta el momento aún hay disputas entre la ministra de Cultura Miri Regev, una de las principales organizadoras del evento del Día de la Independencia, y el presidente de la Knéset Yuli Edelstein, que por protocolo preside la ceremonia, por la extensión de tiempo de sus discursos.

Mención especial cabe para el partido Likud, que ha descendido en caída libre en los últimos años en una pendiente hacia el populismo, sumándose a la ola global de repudio de las democracias liberales y de sus instituciones, con el ingrediente de apelación al sentimentalismo y al rechazo emocional visceral de los adversarios.

Sin entrar en la polémica actual sobre los alcances y límites de la legislación del parlamento y de la capacidad de veto de sus leyes por la Corte Suprema, es preocupante el creciente repudio de la autoridad de esta última, de parte del primer ministro, de su partido y de sus aliados de la derecha. Sobre todo cuando fue el mismo partido Likud el que promovió en 1992 en la Knéset la ley básica “Libertad de ocupación profesional”, que también daba a la Corte Suprema la autoridad de vetar las leyes que el parlamento promulgue en tanto sean contradictorias al espíritu de las leyes básicas (en Israel, al no haber Constitución, las leyes básicas ocupan su lugar de referencia última). Uriel Lynn, actual presidente de la Federación de Cámaras de Comercio de Israel, fue uno de los promotores de esa ley, y quien nos recordó este hecho histórico en una entrevista televisiva. Los promotores de la ley eran figuras intelectuales y profesionales del Likud, como Dan Meridor y Amnon Rubinstein, que fueron echados o silenciados en el partido. Fueron remplazados por figuras circenses como Miri Regev, que sugirió con su gusto peculiar incluir en la ceremonia del Día de la Independencia un fondo de sonido que incluye ruido de trenes y ladridos de perros para recordar ya no digamos de modo emocional, sino morboso, los tristes y trágicos eventos del Holocausto.

La oposición política, lamentablemente, no es ajena a la guerra de egos y además no es capaz de salir de la crítica testimonial. Israel se merece todavía una mejor clase política, esperemos que ésta logre consolidarse para el centenario.

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One thought on “Para los políticos, el ego es más importante que la unidad del pueblo”
  1. hay que reconocer que comparada la actual clase politica con la que israel tenia hace 70 años….el retroceso a sido brutal….los politicos actuales son en su mayor parte unos esperpentos….para decirlo suavemente.

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