Moisés en la iglesia de San Pablo de Zaragoza

15 abril, 2023 , , ,
A la izq. la Iglesia San Pablo de Zaragoza. Foto: Francis Raher - Wikipedia - CC BY 2.0 - A la der. Detalle de Moisés en la Iglesia de San Pablo de Zaragoza - Foto del autor de la nota

Álvaro López Asensio

Esta representación quería recordar, a los conversos de judío del siglo XVI, los errores doctrinales del judaísmo e invitarles a seguir los misterios y dogmas cristianos.

La iglesia de San Pablo de Zaragoza es un templo mudéjar que se construyó entre los siglosXIII-XIV. Destaca su torre octogonal y el retablo mayor con armazón de madera, realizado por Damian Formet en el siglo XVI. 

Este mismo autor realizó primero el retablo mayor de la basílica del Pilar de Zaragoza, después el de la catedral de Huesca y, por último, el retablo de la iglesia de San Pablo con la misma disposición estructural, labor ornamental y guardapolvo de factura gótica, pero con relieves renacentistas. Ambos retablos tienen en sus extremos la representación, a tamaño natural, de Moisés y de Mahoma, las figuras más representativas de la religión judía y musulmana.

El retablo tiene un basamento inferior o banco, con relieves que representan escenas de la pasión y muerte de Jesús de Nazareth. El cuerpo o zona superior se divide en tres estratigrafías donde se repasa la vida de San Pablo, desde su conversión hasta su muerte, con milagros que realizó. Por último, en la parte superior el típico calvario (Jesús crucificado con la virgen y San Juan a los lados).

Pero la novedad de este retablo que damos a conocer, por primera vez, son los dos personajes que se encuentran en la parte inferior de los laterales: Moisés (a la derecha) y Mahoma (a la izquierda). Ambos están mirando al suelo para que el espectador pueda admirarlos desde abajo. 

Mahoma se representa con  barba larga y el texto del Corán (el libro sagrado del Islam) entre sus manos. Va vestido como en el siglo XVI: turbante típico de la época sobre su cabeza, atuendo o chilaba y un manto de sobre-cuerpo. Recordemos que, por entonces, todavía estaban presentes en la sociedad aragonesa hasta su expulsión en 1610.

Como se puede apreciar en la foto inicial, a Moisés se le representa como sabio anciano con barba, vestido con la saya típica del siglo XV, y con actitud orante por llevar sobre su cabeza y hombros el «talit» o manto de oración judío. Los pies de la talla están mutilados por el paso del tiempo. Entre sus manos sostiene (de arriba abajo) una tira de papel que reproduce el rollo de la Torá que simboliza, en este caso, la Ley revelada por Dios y fundamento religioso del mundo judío. Su mano derecha desapareció cuando el retablo fue trasladado, en el siglo XVII, a su actual emplazamiento. Hubiera sido interesante saber lo que señalaban sus dedos.

Su mirada no se dirige hacia los fieles espectadores, sino hacia arriba, concretamente hacia la escena central del retablo, es decir, hacia la talla central de San Pablo y los cuarteles donde se representa los acontecimientos centrales de su vida. El hecho de que mire hacia este misterio hecho arte, no significa que el Pueblo judío -representado en Moisés- reconozca su labor evangelizadora y fundadora de comunidades cristianas, sino más bien que el judaísmo rechaza su conversión y la Iglesia que él fundó como apóstol. La Ley que Moisés sujeta entre sus manos es la afirmación doctrinal antagónica a los postulados del cristianismo y la propia teología paulina.

Unos años más tarde a la expulsión de 1492, diecisiete años después, la iglesia utilizó la figura de Moisés para invitar a los conversos de Zaragoza a que no cayeran en los mismos errores del Pueblo judío (recogidos en su Ley) y siguieran las verdades recogidas en la doctrina de San Pablo y de la Iglesia. El retablo era una catequesis ejemplarizante a través de la imagen. Les invitaba a rechazar el judaísmo y ser buenos cristianos, pues muchos de ellos eran conscientes de su pasado judío. El objetivo era que olvidaran por completo sus orígenes judíos e invitarles a ser buenos cristianos. Durante el siglo XVI muchos conversos practicaban en secreto muchos de los ritos y ceremonias judaicas, motivo por el que la inquisición actuaba contra ellos.

Es muy probable que este detalle no estuviera en el proyecto inicial de Forment, sino que fuera impuesto por los clérigos de la iglesia de San Pablo para recordar a cristianos y conversos de mediados del siglo XVI, que el pueblo judío -representado en su máxima autoridad religiosa- ha sido incapaz de reconocer el legado del también judío, Pablo de Tarso (San Pablo) y la fundación de la Iglesia.

El libro del Éxodo nos relata, por un lado, la libertad que experimentó Israel cuando salió de la esclavitud de Egipto[1] y, por otro, los acontecimientos del Sinaí en el que Dios sella con Moisés la “Alianza” que cambiará el destino del propio Pueblo hebreo. Estos acontecimientos salvíficos harán que ya no sea más “el Pueblo de Israel” (antigua “Alianza” de Abraham), sino que se convierta en el “Pueblo de Dios” (nueva “Alianza” de Moisés).

El encuentro entre Yahvéh y Moisés se produce en la montaña del Sinaí, un lugar que reafirma el poder de Dios y advierte de lo que puede suceder si no se cumple lo que va a ser pactado. Los hebreos, como los demás pueblos semitas, escucharon a Dios entre el retumbo de la tempestad[2], signo con el que se manifiesta en medio de la montaña (Ex 19, 16-19; 20, 18-21; Dt 4, 11-12; 33, 36; 5, 22-26).

El Dios de Abraham desvela a Moisés en el Sinaí que su nombre es “Yahvéh”. También pone como condiciones para sellar el “pacto de Alianza”, que el pueblo observe los diez mandamientos (Ex 20, 1-21), el Código de la Alianza[3](194) (Ex 20, 22-23, 33) y el Dodecálogo[4] (Ex 34, 10-26). Más tarde, Moisés comunicará a Yahvéh que al Pueblo acepta cumplir sus prescripciones, formalizándose así la “Alianza” por la que Yahvéh garantiza: “ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra: seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (Ex 19, 5-6).

También le dio en el Sinaí a Moisés una serie de recomendaciones para cuando llegaran de nuevo a su patria, la tierra prometida: les ordenó que organizaran una sociedad de hermanos (Lv 19), en la que no existirían más esclavos (Dt 15, 12-18), la tierra sería de todos (Lv 25, 1-23), no habría una autoridad central opresiva (Dt 17, 14-20), nadie acumularía alimentos (Ex 16, 19-21), no se explotaría a los pobres (Dt 24, 14-15), y los más débiles serían protegidos (Dt 24). Los mandamientos, en sí mismos, son unos códigos éticos sin los cuales la vida social es imposible. La novedad no está, por tanto, en lo que contienen, sino en que ahora han sido asumidos por Yahvéh, que se los impone al pueblo como condición esencial para la “Alianza”. Si se incumplen, ya no se está trasgrediendo sólo a la persona ofendida, a su familia o a su tribu, sino al mismo Yahvéh. La radical novedad de la “Alianza” sinaítica es que -por primera vez- Yahvé ya no se contenta con la fe y el culto religioso, sino que reclama una ética de comportamiento a su pueblo.

Moisés aparece como mediador de dicha “Alianza”; él es quien representa al pueblo en el momento de sellarla. Como mediador, Moisés también tendrá que defender al pueblo contra la ira de Yahvéh, sobre todo, cuando se propone aniquilar al pueblo por haber fundido un becerro de oro para adorarlo y crear una nueva comunidad sin Dios.

La Alianza del Sinaí no es sólo un hecho histórico, sino una nueva situación que estará permanentemente recomenzando y renovándose sin cesar durante generaciones (Dt 6, 20-24; 29, 11-14). Es una relación normal y habitual entre Dios y su pueblo, una disposición de amor que asumen ambas partes. La gran Ley para la vida de Israel será la fe en la “Alianza divina”. Esta “Alianza” va a crear una historia de amor entre el hombre y Yahvéh, quien se compromete a obrar en ella conforme a la palabra empeñada, a trabajar para los hombres (para su “salvación”) y a colaborar con ellos. Dios invita a su Pueblo a que, de ahora en adelante, haga la historia con él, a que prosiga y perfeccione su designio de creación y vida, una actividad revolucionaria y absolutamente novedosa en el mundo entonces conocido.

[1] Por regla general, el año 1.225 a.C. es el más escogido como la fecha de salida de Israel de Egipto. Otros prefieren remontarse a la mitad o incluso al comienzo del siglo XIII. Yo me inclino a pensar por una fecha que estuviera situada entre el año 1.250 y el 1.225 a.C. De este modo, la estancia de los Israelitas en el país del Nilo habría durado más de 400 años, ajustándose así a los datos bíblicos (Gn 15, 13; Ex 12, 40). Estos datos no habría que tomarlos como indicaciones exactas, sino como meras orientaciones.

[2] Para los pueblos semitas antiguos, la lluvia, la sequía, los hijos, las cosechas, los rebaños han sido enviados por la divinidad. Los cataclismos, los fenómenos naturales son debidos a acciones divinas. La tormenta, por ejemplo, viene de los dioses; es incluso una guerra contra los hombres; es una voz divina, una “teofanía” o manifestación divina.

[3] Después de la proclamación divina de los diez mandamientos, Dios va a completar la legislación que quiere darle al pueblo con el llamado “Código de la Alianza”, que va a tener una importancia menor y que no va a ser entregado directamente a los israelitas, sino que va a ser transmitido por Moisés. Este Código puede parecernos demasiado legal y ritualista, pero contiene unos valores morales muy importantes, como el respeto a la persona humana, lo cual no sucede en el resto de las religiones del entorno. En este Código se va a establecer, entre otras cosas, la prohibición de las imágenes divinas, debido a que Dios es invisible y no es susceptible de representación. Otras leyes que recibe el pueblo en este contexto de “alianza” son las que se refieren a los esclavos, a los delitos de sangre y muerte, a las lesiones corporales y a los daños a la propiedad.

[4] Este Dodecálogo se le conoce también como el código cultual. Además del descanso sabático y de la prohibición de la idolatría, que también se recogen en el decálogo de (Ex 20), también se recogen prescripciones para el culto: fiestas, primicias, sacrificios, etc.

Página web: www.alopezasen.com

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2 thoughts on “Moisés en la iglesia de San Pablo de Zaragoza”
  1. Un diario judío por lo menos debería colocar el nombre de D-s de forma tradicional para no leerlo así como fue colocado y como nunca se enseña en un beit sefer y como marca la tradición.

  2. jesucristo era un mono,la madre no era virgen y el papa es un burro
    y los dulces sefardies …un cuento
    y tu lopez asensio ..un sinverguenza

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