Los colores vivos de Lee Krasner se pueden contemplar desde este jueves en el Museo Guggenheim Bilbao, en la primera retrospectiva en Europa de la artista neoyorquina, pionera del expresionismo abstracto.
En la exposición se comprueba la reinvención constante que caracteriza a la obra de Krasner (1908-1984) a lo largo de cincuenta años de carrera: desde sus tempranos autorretratos y dibujos del natural, pasando por sus «Pequeñas imágenes» de los 40 y sus rompedores collages de los 50, hasta las exuberantes y monumentales obras de principios de la década de 1960.
Krasner, como ha dicho en la presentación la curadora (comisaria) Lucía Agirre, es una artista cuya obra es un reflejo de su biografía: criada en una familia judía ortodoxa, tuvo que luchar para ser pintora en una época en la que no estaba bien vista esta vocación entre las mujeres, y su obra estuvo minimizada por ser la mujer y luego viuda de Jackson Pollock.
No fue hasta 1965, con su primera retrospectiva en Londres, cuando comenzó a obtener el reconocimiento global a su obra, la de una mujer que quería ser artista desde niña, como se percibe en el primer cuadro de la muestra, un autorretrato de 1928 pintado en el jardín.
Sus primeras obras, todavía en escuelas de arte, son estudios de desnudo en blanco, negro y sepia, sin color. En estos desnudos se aprecia su primera evolución, sus primeras incursiones en el cubismo.
Tras un parón de unos años, el siguiente ciclo de su obra se plasma en las «Pequeñas imágenes», abstracciones vibrantes semejantes a joyas, que van desde óleos coloristas, como «Color hecho añicos», hasta una mesa creada con una rueda de carro al que incorpora telas, bisutería o cristal.
Los 50 comenzaron para Krasner con una exposición en la que no logró vender ni un cuadro. Decepcionada, los usó como base para unos rompedores «collages», como «Aguila calva».
En 1956 pinta «Profecía», una obra inquietante que no se parece a sus anteriores, en la que dominan las formas ondulantes, carnosas. Ese verano, muere en un accidente Pollock. Krasner retoma pronto los pinceles y sigue la serie comenzada con «Profecía», donde se aprecia la influencia de Picasso y «Las señoritas de Avignon».
En 1957 se instala en el estudio de Pollock, es un granero, lo que le permite trabajar en obras de grandes dimensiones. Todavía en periodo de duelo, padece insomnio, pinta solo por la noche y restringe su paleta a los tonos ocres. De esa época son cuadros terrosos, de una calidad orgánica, como «Ataque al plexo solar».
Por fin, en la década de los sesenta, permite que la luz y el color vuelvan a estallar en su pintura como en la «Serie primaria», donde los colores son exhuberantes en homenaje a Matisse, su héroe artístico. Son obras más táctiles, como «A través del azul» o «Icaro», un óleo todo rojos.
La muestra finaliza con las últimas obras de Krasner, ya en los setenta: por una parte «Palingenesia», donde contiene el color dentro de las formas, con elementos mas recortados, y los últimos «collages», que parten de una vieja carpeta con dibujos realizados cuando era joven, que cortó con las tijeras y dispuso sobre un lienzo.
Todo ello se puede apreciar en esta exposición organizada por el Barbican Centre de Londres, en colaboración con el Guggenheim Bilbao, con el patrocinio de Seguros Bilbao, que se podrá contemplar hasta el 10 de enero. EFE