Las matemáticas de las elecciones en Israel

Benjamín Netanyahu Foto: GPO Haim Zach vía Flickr

A pesar de las esperanzas de algunos formadores de opinión, el analista Sever Plocker, del diario Yediot Aharonot, tiene razón: las probabilidades de que se establezca un gobierno de unidad son casi nulas.

El plan de paz de la Administración Trump, si es que alguna vez se publica, será -según los trascendidos- probablemente menos generoso, que las propuestas anteriores, con los palestinos por lo que es de suponer que éstos últimos tenderán a rechazarlo, al igual que lo hicieron con las ofertas previas. Así que no hay necesidad de forjar una alianza con la oposición.

Tampoco el país se encuentra en una situación de crisis como a principios de la década de los ochenta, cuando hiperinflación socavaba la economía y las Fuerzas de Defensa de Israel estaban empantanadas en la guerra del Líbano. En ese entonces, se requirió -como sugiere el sociólogo Lev Luis Grinberg- que el Likud y el laborismo se unieran para que el Estado recuperara su autonomía y, actuando contra todos los actores sociales interesados, retirara las tropas israelíes del país del cedro y aplicara un brutal plan antiinflacionario que rescató la economía. Actualmente, no hay tropas israelíes detrás de las fronteras que redimir y el desempeño de la economía no parece malo, con un diminuto porcentaje de desocupación de alrededor del 4 %, considerado prácticamente como pleno empleo.

Es de suponer que uno de los principales objetivos del nuevo Gobierno del primer ministro, Benjamín Netanyahu, será avanzar proyectos legislativos que le brinden al jefe del Ejecutivo inmunidad ante las intenciones de la Fiscalía, a falta de una audiencia (vista) previa, de procesarlo por corrupción en tres casos distintos. Y en esto, el partido Azul y Blanco (Kajol Labán), del ex jefe del Estado Mayor, Benny Gantz, no va ayudarlo, sino que por el contrario lo complicará.

Los líderes de Azul y Blanco, Gantz y Yair Lapid, han prometido que desde la oposición le harán la vida imposible a Netanyahu. Pero, la mejor manera de atormentar al primer ministro es ingresando a la coalición. Un caso particular habría sido aparentemente el ministro de Educación saliente, Naftalí Bennett, quien según los allegados al jefe del Gobierno tuvo una relación de competencia y antagonismo tal con Netanyahu, que el primer ministro se negó a convocar al Gabinete de Seguridad, durante la última escalada en Gaza, para evitar su presencia y sus declaraciones posteriores a la prensa.

Como era de esperar, una vez superada las elecciones, los pequeños partidos aliados potenciales de Netanyahu se disponen, tras tortuosas negociaciones, a procurar el máximo de ganancia, a sabiendas de que el Likud obtuvo 35 escaños, pero precisa sobrepasar el número “mágico” de 60 diputados para formar la coalición de Gobierno (porque la Knéset cuenta con 120 miembros).

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