La agonía de la democracia representativa

21 enero, 2019

La democracia, en términos generales, se basa en un sistema representativo de poder gestionado por partidos políticos. Los par­tidos son denominados básicamente como de izquierda, centro o derecha. En esta de­finición tripartita de pensamiento político también están los extremos de izquierda y derecha. Una forma de gobierno que no ha garantizado, ni podrá garantizar, la libertad en el sentido más amplio de la palabra.

Los partidos, como su propio nombre in­dica, están partidos, quebrados, rotos, frac­turados, fragmentados y resquebrajados ¿Podrán los partidos políticos liderar y li­berar a una sociedad esclava de sus propios deseos de poder, dominio y control de los demás? Todos los grupos políticos, sin dis­tinción de su línea de pensamiento, están formados por seres humanos que se agru­pan para “cazar” mejor a sus potenciales presas de votantes. Los partidos políticos son una especie de “manada depredadora” que se alimenta de la sangre, del sudor y de las lágrimas de aquellas sociedades sobre las cuales ejercen un dominio que además está justificado por ley.

El manoseado concepto del “imperio de la ley” solo sirve a cuantos usan la ley, por muy democrática que sea, para imponer su línea de pensamiento político. El problema se agra­va cuando además de las ideologías políticas sectarias, todas las políticas son sectarias, se mezclan con paradigmas de apariencia reli­giosa. Un peligro para la sociedad, incluso de las denominadas democráticas, se produce cuando los poderes religiosos y políticos se funden en uno solo. La mezcla de lo poderes, sean de la forma política y religiosa que sean, están contaminando los pozos democráticos en donde teóricamente todos deberíamos sa­ciar nuestra sed de libertad.

En el momento menos pensado se levanta­rá un “gran” líder político-religioso esperado por la mayoría de las muchas sensibilidades religiosas que pueblan este mundo, que será capaz de unir la izquierda con la derecha y el centro con los extremos. Un líder de aparien­cia democrática que aglutinará todos los pen­samientos políticos religiosos en uno solo. Un aclamado dirigente que hará de la ONU, lo que es hoy en la práctica, una falsa demo­cracia representativa internacional. Si esto no da miedo ya nada lo puede dar.

La influencia del nombrado líder será tan poderosa que hará de la ONU un simpático amigo del Estado de Israel. Un sonriente amigo que acabará traicionando al Pueblo Elegido. Un Pueblo que recordemos no fue elegido de forma democrática, sino por deci­sión soberana de lo Alto. El moderno Estado de Israel lleva a sus espaldas la responsabi­lidad de representar a todos los judíos que a lo largo de la historia han sido perseguidos mortalmente a manos de líderes ansiosos por dominar a personas y naciones.

El intento de helenizar política y religio­samente a los judíos por parte de los sim­páticos griegos, primero de forma amable y comprensiva, se trasformó en una sangrienta represión que causó miles de víctimas en el Israel del tiempo de Antíoco Epífanes ¿Acaso la historia no se repite una y otra vez? ¿Acaso no hay líderes a nivel internacional que abo­gan por la destrucción de Israel? Demócratas, dictadores, payasos de la política e isla­mistas de todo pelaje, incluso de los que se llaman moderados, buscan barrer del mapa a Israel.

El día que el gran dictador democrático de nuestro tiempo se manifieste pública­mente con sonrisas, halagos y pactos, en forma de cariñosas resoluciones a favor de Israel en la ONU, será la señal que mar­cará el principio del fin de la era demo­crática en la cual vivimos. Una campaña de publicidad político-religiosa sin prece­dentes a nivel internacional acallará toda resistencia, a su pragmático programa de paz y seguridad universal ¿Significa todo esto qué la política y la religión sean algo negativo en sí mismo? Por separado tal vez no, pero juntas política y religión son un peligro latente que hay que tener en cuenta a la luz de los hechos acontecidos a lo largo de toda la historia.

La expulsión y persecución a muerte de los judíos sefarditas, en la España de los Reyes Católicos, fue un ejemplo más de la peligrosa fusión entre política y religión. La división de poderes fortalece la libertad mientras que la alineación de la política y la religión, sean las que fueren, ponen en peligro la libertad de expresión, conciencia y fe. La agonía de la democracia representativa está a la espera de ese gran líder mundial que cegará a muchos con sus llamativas promesas de conseguir la paz mundial. Que no se nos olvide.

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