En algo hay que pensar

26 marzo, 2020 ,
Foto: Wikipedia - Dominio Público

Acorralados por el coronavirus, como todo el mundo -y en este caso se trata de una expresión literal- es difícil intentar redactar algo que tenga sentido, que disipe angustias, que encierre esperanzas, que refleje honestamente cómo se siente, como se debe sentir toda la gente, ante algo para lo cual no estamos preparados, ni física ni espiritualmente. Y aquí en Israel se agrega a todo esto una lucha por el poder, por permanecer en el poder, que se antoja espantosamente ridícula pero también espantosa en términos de los medios que se despliegan en esa lucha, como la sistemática prédica del actual Primer Ministro, que atiza los naturales temores que la epidemia produce en la población, así como todas la maniobras conducentes a impedir el funcionamiento del parlamento (Knéset) recientemente elegido, y frustrar así las posibilidades de formar un nuevo gobierno.

Lo cierto es que, en medio de esta hecatombe, estamos a punto también de vernos privados de democracia, no como una forma de combatir esa epidemia -accediendo libremente, por ejemplo,  a ceder temporalmente todos los instrumentos de gobierno en el Poder Ejecutivo- sino por el capricho de una persona que se aferra desesperadamente al poder, pero que cuenta por ahora (vaya uno a saber a través de qué medios o de qué persuasiones o imágenes) con el apoyo de una parte significativa -aunque no mayoritaria- de la clase política y de la población. Y así, asumiendo todos los poderes (eso es lo que se conoce por dictadura) piensa prolongarse en el gobierno y librarse de las acusaciones pendientes.

Mientras tanto, continúa la obligada y necesaria reclusión, sin plazos a la vista; ciertamente, se barajan diferentes posibilidades, tomando en consideración tanto la gravedad de la epidemia como el brutal impacto económico que conlleva el virtual cierre de actividades, impacto que se sentirá quizás más adelante, pero del que será necesario definir acciones y políticas muy diferentes a las seguidas hasta ahora -antes de la pandemia- para salir adelante. En Israel a la fecha, el número de desempleados se ha multiplicado en menos de un mes por más de 3 (de 150.000 a 500.000), pero se tiene poca información de cómo se están atendiendo las actividades más esenciales, como por ejemplo las vinculadas con la producción, elaboración y disposición de alimentos. Y la consigna actual es una cuarentena completa para toda la población, al menos para las próximas dos o tres semanas; después…después se verá.

Encerrados así, y pensando continuamente en la situación en que nos encontramos, uno termina preguntándose si no hay algo que pueda hacer, más allá de obedecer las órdenes de aislamiento. Y por supuesto, lo más elemental parece ser, junto con mantener la llamada “distancia social” para evitar el contagio directo, reforzar el contacto humano a través de todo tipo de comunicación: teléfonica, por e-mail, a través de conferencias virtuales de todo tipo, etc. Pero además de volcarse a lecturas largo tiempo pospuestas, a recordar viejos hobbies e intentar practicarlos,  a mantener la música que nos gusta como un buen telón de fondo, a recobrar la disciplina de ejercicios físicos para mantenernos de alguna manera en forma, es bueno dirigir nuestras reflexiones -que en estos tiempo están seguramente centradas en lo que está pasando y en lo que puede pasar-  a lo que quisiéramos que nos depare el futuro, si y cuando lo alcancemos. Y esto me lleva a pensar en lo que escribiera recientemente Yuval Harari en el Financial Times (el 20 de marzo, hay traducción en español buscando en Google). Lo que discute en su excelente nota, titulada “El mundo después del Coronavirus”, se anuncia ya en uno de sus primeros párrafos, que dice así: “En este tiempo de crisis, enfrentamos dos opciones que son especialmente importantes. La primera es entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano. La segunda es entre aislamiento nacionalista y solidaridad global”.

Ahora bien, más allá de estar convencido sin duda de lo adecuado -y oportuno- de los planteamientos de Harari, lo que cabe es ponerse a pensar  -desde la situación actual en que nos confina esta pandemia pero mirando hacia el futuro- qué se debe hacer, cómo reaccionar, qué actitudes colectivas tomar y sobre todo, cómo enfrentar a quienes por el contrario contemplan el mañana, una vez superada la pandemia, como una continuación del ayer (bussines as usual) . Porque tener claridad sobre el problema es ya avanzar con la mitad de su solución, pero la otra mitad requiere saber cómo trabajar en y para su ejecución.  Y para eso, la discusión está abierta.

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