El mar dividido: ¿natural o sobrenatural? – La Parashá de la Semana

18 enero, 2019 , ,

Parashat Beshalaj – Rab Jonathan Sacks

La partición del Mar de los Juncos (en algunos textos traducido como Mar Rojo) está grabada en la memoria judía. Lo recitamos en el servicio matutino, en la transición desde los Versículos de Alabanza hasta el comienzo del rezo comunitario. Lo decimos nuevamente en la Shemá y al comenzar la Amidá. Fue el milagro supremo del éxodo. Pero, ¿en qué sentido?

Si escuchamos atentamente ambas narrativas podremos distinguir dos perspectivas. Esta es la primera:

Las aguas fueron divididas, y los israelitas avanzaron a través del mar sobre tierra firme, con una pared de agua a su derecha y otra a su izquierda. El agua fluyó hacia atrás y tapó los carruajes y los jinetes – la totalidad del ejército del Faraón que había perseguido a los israelitas. Ni uno solo de ellos sobrevivió. Pero, los israelitas pasaron sobre tierra firme con una pared de agua a la derecha y otra a la izquierda.

Éxodo 14:22, 28-29

La misma nota se escucha en la Canción del Mar:

Por el soplo de Tu nariz las aguas subieron.
Las aguas surgentes quedaron firmes como una muralla;
Las aguas profundas se congelaron en el corazón del mar.

Éxodo 15:8

El énfasis aquí está puesto en la dimensión sobrenatural de lo que pasó. El agua, que normalmente fluye, quedó erecta. El mar se partió exponiendo tierra firme. Las leyes de la naturaleza se suspendieron. Algo ocurrió para lo cual no hay explicación científica.
Pero, si escuchamos atentamente, también suena una nota distinta.

Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y durante toda esa noche el Señor mandó hacia atrás el mar con un fuerte viento del este y lo convirtió en tierra firme.

Éxodo 14:21

Aquí no se produce un cambio repentino en el comportamiento del agua sin causa aparente. Dios trae un viento, que a lo largo de varias horas, hace retroceder las aguas. O consideremos este pasaje:

Durante la última ronda de la noche el Señor miró hacia abajo desde la columna de fuego al ejército egipcio y les produjo confusión: hizo que se desprendieran las ruedas de los carruajes para que tuvieran dificultades en avanzar. Los egipcios dijeron: “¡Dejemos a los israelitas! El Señor está luchando junto a ellos contra Egipto.” (Ex. 14: 24-25)

El énfasis aquí está puesto menos en el milagro y más en la ironía. Los grandes atributos guerreros de los egipcios – que en su época hizo que fueran imbatibles – eran sus caballos y sus carruajes. Eran la especialidad egipcia. Y seguían siendo, en el tiempo de Salomón, cinco siglos más tarde:
Salomón acumuló carruajes y caballos; tenía mil cuatrocientos carruajes y doce mil caballos, que guardaba en ciudades de carruajes y también consigo en Jerusalem. Importaron un carruaje de Egipto por seiscientos shekels de plata y un caballo por ciento cincuenta. (I Reyes 10: 26-29)

Visto desde esta perspectiva, los eventos que se sucedieron pueden ser descritos de la siguiente forma: Los israelitas habían arribado al Mar de los Juncos en un lugar poco profundo. Posiblemente habría una elevación en la profundidad del mar, normalmente cubierta por el agua pero ocasionalmente – cuando por ejemplo, sopla un intenso viento del este – queda expuesto. Así es como lo expuso el físico de la Universidad de Cambridge, Colin Humphreys, en su obra Los Milagros de Éxodo.

Las mareas de viento son bien conocidas por los oceanógrafos. Por ejemplo, un fuerte viento que sopla a lo largo del Lago Eire, uno de los Grandes Lagos (del centro de Estados Unidos) ha producido diferencias en la crecida del nivel del agua del orden de más de cinco metros entre Toledo, Ohio al oeste, y Buffalo, Nueva York al este. Existen informes que indican que Napoleón casi muere por un “crecimiento súbito de marea” al cruzar aguas poco profundas cerca del inicio del Golfo de Suez.

En el caso del viento que expuso la elevación del lecho del mar, las consecuencias fueron dramáticas. De repente, los israelitas, viajando a pie, tuvieron una ventaja notable sobre los egipcios que los perseguían con sus carruajes. Sus ruedas quedaron atascadas en el barro. Los conductores hicieron desesperados esfuerzos para liberarlas, sólo para ver que se volvían a bloquear. El ejército egipcio no podía avanzar ni retroceder. Tan concentrados estaban en liberar las ruedas que no percibieron que el viento había amainado y que volvían las aguas. Cuando se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo, ya estaban atrapados. El promontorio estaba cubierto por agua de mar en ambas direcciones y el islote de tierra firme en el medio del mar se reducía minuto a minuto. El ejército más poderoso del mundo antiguo había sido derrotado y sus guerreros ahogados, no por un ejército superior, no por una oposición humana, sino por su propia locura de estar tan decididos a capturar a los israelitas que ignoraron el hecho de que se estaban metiendo en el fango a través del cual sería imposible que pasaran los carruajes.

Tenemos dos maneras de ver los mismos eventos: uno natural y otro sobrenatural. La explicación sobrenatural – que las aguas se elevaron como murallas – es muy contundente, y es así como entró en la memoria judía. Pero la natural no es menos impactante. La fortaleza de los egipcios se convirtió en su debilidad. Y la debilidad de los israelitas fue su fortaleza. En esta lectura, lo significativo no es tanto lo sobrenatural sino la dimensión moral de lo ocurrido. Dios visita los pecados de los pecadores. Él se mofa de los que lo mofan. Le mostró al ejército egipcio, que se jactaba de su poderío, que los débiles eran más fuertes que ellos – de la misma manera en que lo hizo con el profeta pagano Bilaam, que se jactaba de sus poderes proféticos, y luego, le fue mostrado que su asno (que podía ver al ángel y Bilaam no) era mejor profeta que él.

Para expresarlo de otra forma, un milagro no es algo que necesariamente suspende la ley natural. Es más bien un evento para el cual puede haber una explicación natural, pero que cuándo, cómo y dónde ocurre, produce un asombro tal que, hasta el escéptico más endurecido siente que Dios ha intervenido en la historia. Los débiles se salvaron; los que estaban en peligro, fueron rescatados. Aún más significativo es el mensaje moral que transmite tal evento: la arrogancia derrotada por su némesis, los orgullosos humillados y los humildes enorgullecidos; que existe la justicia en la historia, muchas veces oculta pero, en ocasiones, gloriosamente revelada.

La idea puede llevarse más allá. Emil Fackenheim ha hablado de “eventos que hacen época” que transforman el curso de la historia. (2) Más oscuramente, pero siguiendo la misma línea, el filósofo francés Alain Badiou ha propuesto el concepto de un “evento” como “ruptura en la ontología” a través del cual las personas se encuentran cara a cara con una verdad que los cambia a ellos y a su mundo. (3) Es como si toda la percepción normal se disipara y sabemos que nos encontramos frente a un momento trascendente, al cual sentimos que debemos fidelidad por el resto de nuestros días. “La apropiación de la Presencia está mediada por un evento.” (4) Es a través de eventos transformadores que nos sentimos señalados, convocados por algo que va más allá de la historia, invadiendo la historia. En este sentido, la partición del Mar de los Juncos era algo diferente y más profundo que la suspensión de las leyes de la naturaleza. Era el momento transformador en el cual el pueblo” creyó en el Señor y en Moisés, Su servidor” (Ex. 14: 31) y se definieron como “el pueblo que Tú has adquirido” (Ex. 15: 16).

No todos los pensadores judíos se concentraron en la dimensión sobrenatural de la participación de Dios en la historia de la humanidad. Maimónides insistía en que “Israel no creía en nuestro maestro Moisés por las señales que producía.” (5)

Lo que hizo que para Maimónides, Moisés fuera el más grande de los profetas, no era que generara hechos sobrenaturales sino que en el Monte Sinaí llevó la palabra de Dios al pueblo.

En general, los sabios tienden a minimizar la dimensión milagrosa, aún en el caso del más grande de los milagros, la partición del mar. Ese es el sentido del siguiente Midrash, comentando el versículo “Moisés extendió su mano sobre las aguas, y al amanecer el mar retornó a su pleno cauce” (le-eitano)” (Ex. 14: 27)

Rabbi Jonathan dijo: El Santo, Bendito sea, creó una condición en el mar (al comienzo de la creación) por la cual debía abrirse para los israelitas. Ese es el sentido de “el mar retornó a su pleno cauce” – (leer no le-eitano) sino letenao, “la condición” que Dios había estipulado anteriormente. (6)
La implicación es que la partición del mar fue, de alguna manera, programada al comienzo de la creación. (7) No era tanto una suspensión de las leyes de la naturaleza sino un evento inscripto en la naturaleza desde el comienzo, para ser desarrollado en el momento oportuno de la historia.
Hasta encontramos un debate extraordinario entre los sabios sobre si los milagros son una señal de mérito o lo contrario. El Talmud cuenta la historia de un hombre cuya mujer murió dejando un lactante. El padre era demasiado pobre para contratar a una ama de leche y ocurrió un milagro que permitió que el padre lo amamantara hasta que fue destetado. Aquí, el Talmud registra las siguientes diferencias de opinión:

Rav Iosef dijo: Ven y verás cuán grande era este hombre que se produjo un milagro para él. Abaye dijo: al contrario, cuan inferior era este hombre, que el orden natural fue cambiado para él.

Según Abaye, las cosas más grandes suceden sin la necesidad de milagros. Lo genial de la narrativa del cruce del Mar de los Juncos es que no resuelve el tema en un sentido o en otro. Nos da ambas perspectivas. Para algunos, el milagro resultó en la suspensión de las leyes de la naturaleza. Para otros, el hecho de que hubiera una explicación natural no hace que el evento sea menos milagroso. Que los israelitas arribaran al mar precisamente cuando las aguas eran inesperadamente poco profundas, que un fuerte viento del este soplara del modo y en el momento en que lo hizo, y que el recurso militar más importante de los egipcios fuera la causa de su caída – todas estas cosas son milagrosas en sí, y nunca las hemos olvidado.

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