Por Yaron Gamburg y Arkady Mil-Man
Si bien el colapso del régimen de Bashar al Assad en Siria se produjo a un ritmo vertiginoso, en lo que respecta al futuro de las bases militares rusas en el país, todos los actores relevantes parecen haber hecho una pausa, excepto, por supuesto, la propia Rusia.
Según diplomáticos rusos de alto rango, Moscú está participando en intensas conversaciones con las nuevas autoridades en Damasco para asegurar acuerdos sobre la retención de sus dos bases en Siria.
Esto es especialmente notable dada la apresurada retirada de las fuerzas pertenecientes al otro aliado de Assad, el régimen de Teherán.
El 12 de diciembre, el viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Mikhail Bogdanov, informó de conversaciones “constructivas” con los líderes de Hayat Tahrir al Sham, afirmando que las fuerzas rusas fueron “invitadas por las autoridades sirias a luchar contra las organizaciones terroristas, una lucha que aún no ha terminado”.
Los bombardeos indiscriminados de civiles sirios por parte de aviones rusos y el hecho de que, hace apenas un mes, Rusia todavía definía a Hayat Tahrir al Sham como una organización terrorista parecen haber sido convenientemente olvidados en Moscú.
La declaración de Bogdanov se produce en medio de informes e imágenes que muestran a las fuerzas rusas reubicándose desde posiciones avanzadas en Siria para concentrarse en sus dos bases principales: la base naval de Tartus (operativa desde 1971) y la base aérea de Khmeimim (operativa desde 2017).
La contradicción entre estos dos escenarios (evacuación completa o retención de las dos bases) subraya el carácter irresuelto, al menos por ahora, de la presencia de Rusia en Siria.
Esta ambigüedad se deriva de un acuerdo alcanzado durante una reunión en Doha de representantes iraníes, rusos y turcos el 6 de diciembre, que estipulaba que los rebeldes debían abstenerse de atacar a las fuerzas militares rusas y sus bases.
Parece que este acuerdo ha ayudado a Moscú a digerir la amarga realidad de la caída de Assad, al tiempo que mitigaba el daño a su reputación como resultado.
Para Rusia, la pérdida de sus bases en Siria representaría un duro golpe a sus ambiciones geopolíticas.
Además de proyectar poder en Oriente Medio y elevar su estatus internacional, estas bases han servido como centros logísticos estratégicos para las operaciones rusas en las naciones africanas, aumentando la influencia de Moscú en el continente y socavando los intereses occidentales.
Una evacuación total de sus bases dañaría la posición regional de Rusia y pondría de manifiesto su incapacidad para proteger a sus aliados o proporcionarles una gobernanza sostenible y alternativas económicas.
La presencia continua de bases militares rusas, incluso en una capacidad limitada bajo el nuevo gobierno, plantea riesgos significativos para Israel.
En primer lugar, la apertura del espacio aéreo de Oriente Medio a la Fuerza Aérea israelí, tras la Operación Flecha de Bashán, seguirá siendo incompleta mientras Rusia mantenga sus capacidades de defensa aérea en Siria.
En segundo lugar, el estrechamiento de los vínculos entre Rusia y el nuevo gobierno sirio podría llevar a una renovada dependencia de los sistemas armamentísticos rusos y a intensificar aún más su postura adversaria hacia Israel, una tendencia ya evidente en los medios afiliados al Kremlin, que acusan a “Tel Aviv” de violar el derecho internacional en Siria, al tiempo que minimizan el papel central de Turquía en la caída de Assad.
Aún más preocupante es que Rusia puede continuar sus actividades subversivas con sus antiguos socios, Irán y Hezbollah.
Según evaluaciones recientes, las armas rusas avanzadas incautadas en el Líbano durante la Operación Flechas del Norte fueron transferidas a Hezbollah directamente desde el puerto de Tartus.
Moscú podría reanudar actividades similares al amparo del caos actual en Siria.
La evacuación de sus bases de Siria eliminaría al menos una fuente de inestabilidad y beneficiaría a las fuerzas moderadas de la región.
Fuente: INSS – The Institute for National Security Studies