¿De qué crisis estamos hablando?

16 junio, 2020
Plantación de Palmeras en el Valle del Jordán Foto: Garry Walsh Trocaire Flickr Wikimedia CC BY 2.0

Resulta hasta desesperante. Si un forastero llegara en estos días a Israel y se dedicara -durante la obligatoria cuarentena a la que sería sometido- a leer los periódicos y escuchar la radio y la televisión (asumiendo que entiende lo suficiente el idioma vernáculo), tendería a pensar que existe un único tema relevante en el país: la propuesta de la anexión de una parte -algo así como un 30%- de los territorios ocupados al oeste del Río Jordán (no está claro qué partes serían anexadas, pero eso es secundario). Y esto, creo, es la mejor demostración de la envidiable capacidad del actual Primer Ministro Bejamín Netaniahu para llevarnos a todos por la nariz y a bailar al son de la música que se le ocurra tocar (música que sin duda pretende distraernos de los juicios en los que es el acusado).

Entendámonos; el tema de la anexión es importante y, en caso de concretarse, sus eventuales consecuencias para Israel -y para la región-, pueden llegar a ser trágicas, como han estado insistiendo voces muy responsables dentro y fuera de Israel. Pero un somero listado de lo que está sucediendo a nuestro alrededor es suficiente para preguntarnos porqué se nos lleva a ser tan monotemáticos. La pandemia que se ha abatido sobre todo el planeta continúa su marcha macabra, y no sabemos si las medidas tomadas para aliviar en algo las clausuras a las que hemos estado sometidos no facilitarán una segunda ola de infecciones y contagios. El desempleo extendido y los problemas económicos y sociales que está generando -y que quizá sólo sean una muestra de los que puedan extenderse en el tiempo- afligen a una parte significativa de la población.

No hay claridad de cómo se distribuirán los costos de la pandemia, cuando llegue el momento de la rendición de cuentas, pero no caben dudas de que obligarán a fuertes ajustes en los niveles de vida para la mayor parte de la sociedad. Y en el panorama internacional, además del sistemático seguimiento de las estadísticas de enfermos, defunciones y altas, destacan también las incertezas sobre los instrumentos de política más eficaces para volver a reactivar la economía, además de las acciones monetarias y fiscales que se han ido tomado, pero que sólo influyen en el corto plazo. Y a ello se agrega la cadena de reacciones generada en los EEUU y extendida a gran número de países, contra la violencia policial y la discriminación racial, que podría influir decisivamente en las elecciones norteamericanas del próximo noviembre.

Mientras tanto, el gobierno que acaba de instalarse en Israel, encabezado por un Primer Ministro que como es público y notorio se aferra al poder aun cuando enfrenta tres juicios penales, se jacta de ser un gobierno de unidad, pese a que la sociedad que este gobierno dice representar está dividida en dos mitades sobre casi todos los temas que la afectan -salvo el de la seguridad, como se desprende de la última encuesta (mayo del 2020) del Instituto de la Democracia en Israel (IDI). De acuerdo con los resultados de esa encuesta la seguridad del país -quizás el único asunto en el que coinciden amplios sectores de la población- continúa siendo prominente en la lista de preocupaciones de ésta, pero asociada a una alta confianza en la superioridad bélica de Israel en la región (que ojalá no sea puesta a prueba).

Es decir, a diferencia de lo que se comenta en todos los tonos y en todos los foros alrededor del mundo, que a la salida de esta pandemia habrá que enfrentar una nueva normalidad económica, social y política (aunque el signo de esa nueva normalidad continúe en una nebulosa), para Israel parecería que el embate del Coronavirus constituye un episodio grave pero pasajero, y que una vez superado se retornará al funcionamiento de la sociedad como antes. Quizás esto explique porqué, a pesar del ostentoso nombre de Gobierno de Emergencia con el que se autocalificó en su momento la actual coalición (aunque ese apelativo ya ni se recuerda ni se menciona), se haya asignado un papel central en los acuerdos de la coalición al tema de la anexión de territorios ocupados.

Porque mientras tanto, en las fechas en que se gestaban los acuerdos de coalición, la tasa de desocupación en Israel superaba el 27% de la fuerza de trabajo; y hoy, aún con el levantamiento parcial de las clausuras, se estima que a fin de año el desempleo se situará en más del 10%. Mientras tanto, el Banco de Israel estima que en este 2020 el Producto Interno Bruto caerá alrededor de un 4%, y la OECD va más allá y calcula que la caída podría situarse entre 5% y 8% y que el déficit fiscal se situará por encima del 10% del Producto Interno Bruto.

Pero mientras esos ominosos signos continúan, exponiendo los problemas que la sociedad habrá de enfrentar y destacando la necesidad de diseñar y discutir públicamente las acciones y estrategias a seguir para superar los brutales efectos de esta crisis sanitaria, la clase política en Israel -con el consentimiento tácito de gran parte de la sociedad- se hace eco de los empeños del Primer Ministro por poner en primera línea el tema de la anexión de los territorios ocupados, a sabiendas de que con ello se eliminarían prácticamente las posibilidades de unas negociaciones de paz con los palestinos y se vulnerarían las relaciones internacionales del país, con consecuencias políticas -y económicas- difíciles de prever.

De esta manera, es posible decir que en Israel se están viviendo tres crisis superpuestas: la crisis sanitaria de la pandemia, incluyendo el riesgo de la aparición de una segunda ola que pueda obligar a nuevas medidas de clausura; la crisis económica derivada de las medidas tomadas para combatir la pandemia, con sus efectos sociales y con su dependencia de la forma en que la economía internacional reaccione en el futuro cercano; y la crisis política de la ocupación, que aunque se viene arrastrando desde hace tiempo, está adquiriendo mayor virulencia en estos días a medida que nos acercamos al 1º de julio (¿porqué eligió precisamente esa fecha el Primer Ministro para proponer formalmente los procesos de anexión? ¿y cuán distante está esa fecha, de las elecciones presidenciales en los EEUU? ¿y quien se ha tomado el trabajo de estimar los costos de la anexión, que se sumarían a un déficit fiscal ya enorme de por sí?).

Y sin embargo, en medio de estas crisis, y de acuerdo con los resultados de la encuesta del IDI arriba mencionada, una mitad de esta sociedad aprueba los procesos de anexión (la cuarta parte los condiciona al apoyo de los EEUU), aun cuando una mitad de esa sociedad (quizás la misma mitad del caso anterior) opina que la anexión de territorios desatará una tercera Intifada.

El forastero que mencionara al comienzo ha tomado nota de las crisis que afectan a Israel; entiende ya que la anexión no es el único tema relevante en el país, a pesar de que así se lo quieran vender, y está dispuesto a aceptar que es necesario jerarquizar adecuadamente los pesados problemas que afligen al país. Pero ¿nos pasa lo mismo a nosotros?■

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