Contra el desaliento

15 mayo, 2019
Benjamín Netanyahu - Foto: GPO - Amos Ben Gershom

Estamos, en alguna medida, regresando a la normalidad. Las elecciones ya han quedado atrás, al igual que la celebración No. 71 de la Independencia de Israel, con su acompañamiento previo de actos de conmemoración del Holocausto y de los caídos en la larga historia de enfrentamientos desde la creación del Estado.

Regresar a la normalidad es una forma de reencontrarse con la realidad: ésta obliga a dejar de lado toda suerte de fantasías y a evaluar dónde estamos parados y hacia dónde estamos yendo (o se nos está llevando).

Ciertamente, tuvimos un atisbo de esa realidad unos pocos días antes, cuando la confrontación y los cohetes en el sur en vísperas de la celebración del 71 aniversario; y no sabemos aún cuán precaria pueda ser la calma que se alcanzó con Gaza. Pero ahora, ya instalados en lo cotidiano, es cuando comienzan a abundar las reflexiones sobre cómo se desenvolverá el panorama futuro y cómo se podría influir para que no resulte tan desalentador como parece. Porque esa imagen de desaliento es la que prevalece en el ambiente.

Por un lado, existe un fundado temor de que la nueva coalición, que contará al menos con 65 miembros en la Knéset, continúe y profundice las acciones -legislativas y de otra índole- conducentes al debilitamiento del sistema de pesos y contrapesos entre los diferentes poderes del Estado (ejecutivo, legislativo y judicial) en desmedro de este último. Con ello, se estaría poniendo en jaque el funcionamiento democrático de las instituciones y el libre ejercicio de los derechos individuales. Cabe agregar además que el mantenimiento y eventual ampliación de disposiciones legales tales como la ley de la Nación-Estado avanza hacia el concepto de ciudadanos de primera y de segunda, contribuyendo así a devaluar aún más los valores democráticos.
Por otra parte, la fuerza adquirida en estas elecciones por los partidos ultra ortodoxos (Shas y Iahadut Hatorá), a los que se suman los votos de los religiosos sionistas (Derecha Unida), llevará seguramente a consolidar la relación entre religión y estado, pese a que la mayoría de la población preferiría una solución más cercana a una separación entre estado y religión. En efecto, los resultados de varias encuestas llevadas a cabo por el Instituto de la Democracia Israelí (IDI) confirman que una mayoría -que excluye obviamente a los ultra ortodoxos- se inclinaría por esa separación, pero no lo consideraría un tema suficientemente importante como para presionar por él a sus representantes.

Pero lo contrario sucede con los partidos religiosos y sus electores. En consecuencia, y en palabras del Dr. Shuki Friedman, director del Centro de Religión, Nación y Estado del IDI: “…a pesar de que en muchos temas de estado y religión la mayor parte del público está de acuerdo con su solución, continuaremos viviendo en una situación de crisis constante. El rabinato continuará controlando el matrimonio y el divorcio, el monopolio del rabinato será kasher, no habrá transporte público los sábados y la sangrienta confrontación con el judaísmo de la Diáspora, que ya se está alejando de Israel, continuará amenazando la integridad del pueblo judío”.

Dominando lo anterior, permanece (se arrastra) el tema de los territorios ocupados y de los asentamientos judíos. Recuérdese que el presidente Trump esperó hasta la víspera de las elecciones (a finales de marzo de este año) para anunciar que los EEUU reconocían la soberanía de Israel sobre las Alturas del Golán, reconocimiento que fue inmediatamente aplaudido y agradecido por parte del Primer Ministro Netanyahu. Y tres días antes de las elecciones y durante una entrevista televisada con el Canal 12 de Israel, el Primer Ministro Netanyahu explicitó su política en cuanto a la ocupación, en los siguientes términos: “No desarraigaré un solo asentamiento y me encargaré de que controlemos toda la ribera occidental del Río Jordán. ¿Nos moveremos hacia la próxima fase? La respuesta es sí, nos moveremos hacia la próxima fase, hacia la extensión gradual de la soberanía israelí en las áreas de Judea y Samaria. Tampoco distingo entre los bloques de asentamientos y los asentamientos aislados, cada asentamiento como tal es israelí para mí.” La concreción de esta política, como parte de los compromisos que habría de asumir el nuevo gobierno, pondría punto final a la propuesta de dos estados para dos naciones (la sola mención de estos términos parece ser cada vez más un sueño del pasado).

Estas dimensiones del desaliento -el deterioro democrático, la persistente relación religión y Estado, el mantenimiento y avance de la ocupación territorial- no son nuevas. Pero da la impresión que, en vista de las actuales perspectivas políticas, se estarían alcanzado umbrales de desesperanza que inhiben (o en el mejor de los casos dificultan) la muy necesaria tarea de unir fuerzas y coincidir en el lanzamiento y sobre todo la difusión de iniciativas para enfrentar y combatir esas políticas.
Porque ahora es cuando esas iniciativas son más necesarias que nunca. Y no es utópico pensar que esta sociedad esté mayoritariamente dispuesta a retomar los valores que hicieron posible, en su momento, la construcción del Estado. Porque pese a todo, y a modo de ejemplo, un 65% de la población cree que si se niega a la Suprema Corte de Justicia la posibilidad de derogar leyes aprobadas por la Knéset, no habrá control sobre el Gobierno y éste asumirá poderes ilimitados. Asimismo, un 62 % opina que, a pesar de su éxito en las elecciones, los procesos legales contra Benjamín Netanyahu deben continuar (estos valores resultan de las recientes encuestas llevadas a cabo por el Centro Guttman en el Instituto de Democracia de Israel). Y en un tema tan importante como la política a seguir en materia de negociaciones con los palestinos, he mencionado en una nota anterior que, de acuerdo a una encuesta del Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de Israel en el 2018, un 58% de la población apoyaba una solución de dos estados para dos naciones.

Es cierto que no será fácil remontar las presiones que se ciernen sobre los procesos democráticos, ni estará exenta de riesgos la lucha por un futuro de paz, en el que los conflictos se resuelvan por negociaciones.
Pero el desaliento no es precisamente el mejor estado de ánimo para afrontar los actuales desafíos; porque el desaliento lleva al silencio.
Y ahora es cuando más se requieren voces claras y firmes que construyan un mensaje de esperanza. ■

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