Mahmoud Abbás, George Bush y Ariel Sharon

Cuando en agosto del 2005, el entonces primer ministro, Ariel Sharón, desmanteló todos los asentamientos de la Franja de Gaza, retiró las tropas israelíes y le entregó las llaves del enclave costero a la Autoridad Palestina (AP), nunca imaginó que desataría enormes cambios estratégicos.
Poco después, el 25 de enero de 2006, la mal asesorada Administración de George W. Bush dio luz verde para las elecciones parlamentarias libres. Hamás triunfó y un año más tarde se hizo con el poder en Gaza, mediante un violento golpe de estado. Entre 2006 y 2007, los feroces combates entre el movimiento Fatah (columna vertebral de la Organización para la Liberación Palestina [OLP] y la AP) y Hamás dejaron más de 600 palestinos muertos. La toma del poder en Gaza, por parte de los islamistas de Hamás, en junio de 2007, resultó con alrededor de 118 palestinos muertos y 500 heridos, según las estimaciones de la Cruz Roja.
Algunos consideran la insurrección de Hamás como el preludio de la Primavera Árabe, de 2011, y del auge de los movimientos islamistas que le acompañaron.
El ascenso de Hamás al poder estrechó la colaboración de seguridad entre Israel y la AP. Aparentemente, la dirigencia de Fatah comprendió, entre otras cosas, que su supervivencia física dependía del Estado judío.
La toma del poder de Hamás en Gaza destruyó prácticamente a la izquierda israelí, que ya no volvió más al poder. En el público israelí quedó fuertemente arraigada la desconfianza y el sentimiento amargo de que cualquier retirada (como en el Líbano y Gaza) terminaría encumbrando a sus enemigos más jurados. También, alejó a los israelíes de las elites de Europa occidental, aferradas a las utopías (tipo “Fin de la Historia” del politólogo estadounidense Francis Fukuyama), surgidas con el fin de la Guerra Fría y la Guerra del Golfo, a principios de la década de los noventa.
Los palestinos quedaron profundamente divididos y debilitados política y diplomáticamente; a pesar de los numerosos intentos de reconciliación impulsados por Egipto.
Eventualmente, las guerras en Irak, Libia, Siria y Yemen, la divisoria chií-sunita, etc., ponen de relieve que el conflicto palestino-israelí no es ni por lejos la llave para resolver todos los problemas del Oriente Medio. Pero tampoco se puede desacoplar completamente a este pequeño terruño de las grandes olas regionales, tales como la Primavera Árabe que arrasó la zona, contaminada con una gran dosis de intolerancia, violencia y fanatismo.

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