Abajo lo viejo, bienvenido lo nuevo

22 enero, 2017
Foto: Karl Ludwig G. Poggemann Flickr CC BY 2.0

Yaakov Amidror

Uno no puede dejar de admirar al público estadounidense, que hace ocho años eligió a Barack Obama como el primer presidente afroamericano del país. La verdadera alegría y el júbilo en las calles de la ciudad de Nueva York, donde yo estaba cuando juró, reflejaba el cambio que la sociedad norteamericana había experimentado.

Obama asumió el cargo con una cosmovisión muy sólida. Creía que muchos de los desafíos que EEUU enfrenta globalmente provienen de su conducta vehemente y su capacidad para imponer su voluntad sobre otras naciones. En su opinión, muchos de los fracasos internacionales de Washington provenían del hecho de que no había tratado de mejorar los lazos con sus adversarios.

Esto llevó a Obama a visitar el Medio Oriente –excluyendo a Israel- en 2009 y pronunciar su famoso discurso de El Cairo. Él creía que si le hablaba a la gente desde el corazón generaría un movimiento recíproco. Esta fue también la lógica que impulsó su intento de promover una nueva relación con Rusia.

Ocho años después, es difícil decir que el mundo le ha retribuido a Obama el gesto. El mundo no es un lugar mejor y más democrático; ni tampoco favorece a Estados Unidos de ninguna manera. Esto es especialmente cierto en el Medio Oriente, pero el sentimiento es compartido también en otros lugares.

Además, el repliegue de Estados Unidos de su papel en diferentes regiones ha hecho que sus aliados desconfiaran de sus vecinos agresivos. Es tan así el caso que en algunos países se ha hablado de reemplazar el paraguas nuclear estadounidense cada vez más reducido -con el cual Estados Unidos, como potencia nuclear, garantiza la protección de sus aliados no nucleares- con capacidades atómicas independientes. Si esto se convierte en una realidad; significaría una carrera nuclear horrible.

Obama está dejando atrás un mundo mucho más peligroso que el que le confiaron como líder del país más poderoso de la tierra, un título que ha logrado comprometer seriamente.

Una camino lleno de baches

En lo que respecta a las relaciones entre Israel y Estados Unidos, en los ocho años de Administración Obama, ha sido compleja. Por un lado, Israel tenía un oído comprensivo en Washington con respecto a sus necesidades de seguridad. El emblemático paquete de ayuda militar de 38 mil millones de dólares firmado con Estados Unidos, y el hecho de que Israel, de todas las naciones, fue el primero en recibir el avión de combate F-35, habla del compromiso estadounidense con la seguridad del Estado judío para las próximas décadas.

La relación entre las agencias de inteligencia israelí y estadounidense sigue siendo excelente, un estado de cosas que no sería posible sin la dirección de la Casa Blanca. Israel también ha recibido más de una vez un respaldo vital de Estados Unidos en el escenario internacional.

Sin embargo, Washington y Jerusalén estuvieron en desacuerdo  bajo la Administración Obama en cuatro asuntos importantes.

El primero fue la no proliferación nuclear. En 2010, la Administración no cumplió su promesa a Israel y cedió a las demandas árabes de supervisión de las supuestas capacidades nucleares de Israel. Esto se hizo como parte del esfuerzo estadounidense para mantener el consenso en la conferencia de no proliferación nuclear de ese año en Viena.

Es posible que los estadounidenses no hayan admitido explícitamente que rompieron una promesa a Israel en este sentido; pero entendieron que era percibida de esa manera por Israel y el mundo. A juzgar por los limitados informes extranjeros sobre el tema, las quejas de Israel estaban justificadas. En última instancia, Estados Unidos tomó medidas para ayudar a Israel para superar las dificultades incurridas como resultado de ese error, pero ese flagrante incumplimiento de la promesa hizo mella en la conciencia colectiva israelí, aunque su efecto general se haya atenuado.

La segunda cuestión es la empresa de los asentamientos. La Administración anterior convirtió la construcción de los asentamientos en Judea y Samaria en un asunto clave con respecto al proceso de paz israelí-palestino. No era nada menos que una obsesión, y la cuestión por la cual cualquier progreso avanzaría o caería.

Washington se abstuvo de presionar al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbás, de cualquier manera, incluso cuando no logró acordar con el marco de 2014 para reanudar las conversaciones. Estados Unidos consideró a Abbás demasiado débil políticamente para ser presionado; mientras que cualquier construcción israelí, ya sea en Judea y Samaria o en Jerusalén, fue denunciada como un obstáculo para la paz. De este modo, la Administración perdió una oportunidad de proporciones posiblemente históricas para avanzar en las conversaciones de paz, mientras que el gobierno israelí –y precisamente un gobierno del Likud- estaba más dispuesto que nunca a promoverlas.

La disonancia en las respuestas de la Administración fue tan alarmante que erosionó la eficacia de la condena de Estados Unidos, ya que la mayoría del público israelí, y algunos en todo el mundo, comenzaron a percibirla como unilateral, injusta e imprudente. Además, la forma en que la Administración Obama manejó el tema de los asentamientos hizo que Abbas subiera a un árbol muy alto. Será difícil para él bajar de tal altura hacia futuras negociaciones.

La Resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU, que denuncia la empresa de los asentamientos, aprobada en el último mes de la presidencia de Obama, sólo ha empeorado las cosas y es probable que bloquee las negociaciones aún más. El ex presidente parece haber decidido obstaculizar a su sucesor tanto como sea posible, incluso a expensas de un interés que supuestamente quiere promover. Para cualquiera que quiera avanzar en las conversaciones de paz, la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas es contraproducente. En todo caso, será recordado como un punto bajo, la «venganza» de una Administración que pretendía ser analítica y calculadora.

El discurso del ex secretario de Estado John Kerry sobre Oriente Medio, advirtiendo que las políticas de asentamiento de Israel colocaban la solución de dos Estados en «serio peligro», sólo exacerbó la sensación de que la obsesión del gobierno estadounidense con el tema ha perdido toda proporción y ha nublado el sentido común.

El tercer tema de discordia entre Jerusalén y Washington ha sido el programa nuclear iraní. Algunos dirían que este desacuerdo culminó en el discurso del primer ministro, Biniamín Netanyahu, al Congreso en marzo de 2015, percibido como una afrenta a Obama en su propio territorio. Al decir verdad, la crisis fue creada por la Administración.

Contrariamente a cómo las cosas se manejan generalmente entre aliados, la Casa Blanca eligió conscientemente engañar a Israel y ocultar el hecho de que estaba celebrando intensas negociaciones nucleares con Irán, un tema que tiene relación directa con la existencia misma de Israel.

Esta medida fue especialmente discordante, ya que implicó un cambio dramático de la política de EE.UU., lo que resultó en un muy mal acuerdo. Incluso aquellos que creen que el acuerdo es sólido, tienen dificultades para justificar el sinuoso camino recorrido por la administración estadounidense para alcanzarlo, aún más cuando algunos altos funcionarios dentro de la administración misma pensaron que era malo esconder las conversaciones de Israel.

La elección de este camino le costó a Israel la confianza, la buena voluntad y, hasta cierto punto, la asistencia profesional, lo que podría haber reducido el alcance del error inherente al acuerdo. La afirmación estadounidense de que las cosas se mantuvieron en secreto por temor a una filtración en el lado israelí no tiene asidero, ya que nada se filtró de las conversaciones íntimas entre Israel y Estados Unidos sobre el tema antes de la desviación estadounidense.

La nueva realidad presentada por la Administración obligó a Netanyahu a esbozar la posición de Israel de la manera más clara posible, especialmente ante el público estadounidense, que es el amigo más importante de Israel. Cuestiones directamente relacionadas con el destino del pueblo judío deben ser dirigidas en voz alta, y es correcto hacerlo en los más altos lugares de poder. Como dijo el propio Kerry, los amigos deben decirse la verdad.

Netanyahu tuvo que considerar que el mal acuerdo firmado entre las potencias mundiales e Irán podría algún día obligar a Israel a usar la fuerza para impedir que el programa nuclear de la República Islámica desarrolle dimensiones militares. Tenía que sentar las bases morales que justifiquen medidas tan extremas.

Esta necesidad derivó del cambio en la política estadounidense, que pasó de exigir que Teherán renunciara a cualquier capacidad nuclear a aplazar el desarrollo de tales capacidades por quince años como máximo y permitir que Irán continúe desarrollando la siguiente generación de centrifugadoras y misiles sin interrupción.

Funcionarios estadounidenses destacan que la calidad de los lazos de defensa son una prueba del fuerte apoyo del gobierno de Obama a Israel; pero para los opositores del ex presidente, suena más como un esfuerzo para justificar la debilitación de Israel en la cuestión palestina y en el programa nuclear de Irán.

La cuarta cuestión en desacuerdo es el caos en el Oriente Medio. Esto fue particularmente evidente tras el derrocamiento del presidente egipcio Hosni Mubarak en 2011, cuando la Administración Obama favoreció a Muhammad Morsi, de la Hermandad Musulmana, como el representante de los sentimientos auténticos del pueblo egipcio por sobre el contragolpe militar.

Israel prefería que Egipto no fuera gobernado por la ideología radical propagada por los Hermanos Musulmanes, aunque la alternativa fuera el general Abdel Fattah Sisi, quien mantiene un férreo control sobre Egipto como presidente. En este caso, la falta de consenso entre Washington y Jerusalén sobre los peligros del Islam político estaba en el centro de su disputa.

El enfoque norteamericano es ideológico, en cuanto a que se niega a reconocer que el Islam radical es un lado auténtico del Islam. La misma frase «terrorismo islámico» fue quitada del vocabulario políticamente correcto empleado por Washington durante los años de Obama.

En busca de avances

En cuanto a la nueva administración: en la medida en que uno puede entender sus posiciones sobre estos temas, parece que con respecto a la construcción de asentamientos y el programa nuclear de Irán, es probable que Israel encuentre un oído mucho más comprensivo. Muchos de los asesores de Trump entienden que no es la empresa de los asentamientos lo que ha impedido que Abbas reanude las negociaciones con Israel, por lo que no tiene sentido entrar en conflicto directo sobre esa cuestión. En su lugar, los esfuerzos deberían centrarse en medidas que podrían reactivar las conversaciones de paz, si es posible. Abbas tendrá que hacer, no sólo hablar. Tendría que tomar medidas concretas, desde detener el apoyo financiero de la Autoridad Palestina a las familias de los terroristas hasta la eliminación de la incitación de Ramallah.

En este contexto, es muy importante que Trump cumpla su promesa de campaña de trasladar la embajada de EE.UU. de Tel Aviv a Jerusalén. Esto sería una clara señal del compromiso de EE.UU. con Israel y el reconocimiento de Jerusalén (o de la parte occidental al menos) como su capital. Después de la artimaña de la administración anterior en el Consejo de Seguridad y el discurso de Kerry sobre los asentamientos; la decisión de trasladar la embajada a la capital israelí tendría una importancia aún mayor.

Con respecto a Irán, muchos en la nueva administración parecen creer que el acuerdo nuclear es tan malo para Estados Unidos como para Israel. Se espera que Estados Unidos persiga tres caminos de acción: agotar las medidas fuera del marco del acuerdo, tales como la imposición de sanciones al programa iraní de misiles y por el hecho de que apoya el terrorismo; obligar a Teherán a cumplir con la letra del acuerdo de forma mucho más inflexible que la Administración anterior; y colaborar con Israel en las opciones por las cuales Irán no podría perseguir las armas nucleares después de que el acuerdo caduque, incluso si eso significa la reapertura del acuerdo.

No corresponde a Israel presionar para la anulación del peligroso acuerdo de Irán, al que se ha comprometido la Administración pasada. Estados Unidos debe hacerlo en función de sus propios intereses. Por otra parte, Irán es una fuerza dinámica en el Oriente Medio, una en proceso de apuntalar  su control sobre un eje que se extiende desde Teherán a Bagdad, Damasco y Beirut. A menos que se detenga a Teherán, la mayoría de los países árabes al este del Mediterráneo caerán bajo su influencia de una manera u otra.

Esto sería un cambio histórico que socavaría seriamente a los aliados tradicionales de Estados Unidos, empujando a muchos suníes al radicalismo al estilo del Estado Islámico. Este es otro asunto en el que la colaboración entre Estados Unidos e Israel será clave, y podría involucrar a los estados árabes sunitas que buscan la estabilidad regional. Incluso podría ser posible buscar una medida de mayor alcance que permita también a los palestinos entablar negociaciones.

Como principio rector, los lazos entre Israel y la Administración Trump tendrán que basarse en las relaciones que tuvieron Israel y Estados Unidos durante décadas. Los dos tendrán que determinar qué nuevas áreas de colaboración resultarán más beneficiosas para ambas.

Habrá que llegar a un entendimiento para lograr un avance en los lazos entre ambos países. La esfera cibernética es un ámbito en el que es probable que se alcance esa comprensión. Esta no será la única área, por supuesto, pero Israel debería enfocar sus esfuerzos en mejorar las cuestiones más importantes para sí y evitar dispersar sus intereses.

Se cree generalmente que una vez en el cargo, Trump romperá las reglas, abandonará las prácticas políticamente correctas, y actuará con el instinto, en marcado contraste con su predecesor. Aunque es demasiado pronto para juzgar, los instintos del nuevo presidente parecen ser más amigos de Israel que los de su predecesor, aunque sería sabio recordar que él también es un astuto hombre de negocios

Fuente: BESA (Centro Begin-Sadat)

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4 thoughts on “Abajo lo viejo, bienvenido lo nuevo”
  1. UN ANALISIS LUCIDO Y BRILLANTE COMO TODOS LOS DEL GENERAL YAAKOV AMIDROR,HAY QUE LEERLO CON ATENCION PARA VALORAR HASTA QUE PUNTO DE INDIGENCIA INTELECTUAL Y MORAL CAYO LA ADMINISTRACION OBAMA.

  2. Es un punto de vista políticamente conservador y catastrofista, puede ser lo mejor en la práctica pero el precio puede ser alto o crear nuevas consecuencias negativas irreversibles.

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