Foto: Wikipedia - Dominio Público

Shabat Jazón

La parashá de la Torá que leemos esta semana es Devarim. Sin embargo, este Shabat se conoce como Shabat Jazón, por las palabras iniciales de la lectura especial de la Haftará: “Jazón -la visión de- Yeshayahu”.

Pese a que la lectura complementaria de los profetas tiene relación con el texto de la lectura, en algunos casos, como en éste, es el calendario judío quien determina el fragmento elegido. Este Shabat precede al día de ayuno de Tishá Beav en el que conmemoramos la destrucción del primer y segundo templos en Jerusalén (586 a.e.c y 70 d.e.c.). Es la última de las tres Haftarot de “reprensión”, en el que los profetas advierten al pueblo que se arrepienta de sus acciones negativas para que sus deslices no causen la ruina nacional.

Tishá Beav fue, a lo largo de los siglos, un día de gran tristeza y arrepentimiento reflexivo. Su atracción gravitacional atrajo otros desastres históricos de la historia judía, independientemente de si ocurrieron exactamente en ese día. Así, la lista de calamidades que se relacionan a ese día es tristemente extensa.

Así, ya pensando en Tishá Beav, encontramos las palabras del profeta intensas, enfadadas y acusatorias. “¡Ay, nación pecadora, pueblo cargado de iniquidad, generación de malvados, hijos corrompidos! Han abandonado al Señor, han despreciado al Santo de Israel, se han apartado de Él, se han vuelto de espaldas. ¿En dónde golpearos ya, si seguís contumaces? La cabeza toda está enferma, toda entraña doliente. De la planta del pie a la cabeza no hay en él cosa sana: golpes, magulladuras y heridas frescas, ni cerradas, ni vendadas, ni ablandadas con aceite. Vuestra tierra es desolación, vuestras ciudades, hogueras de fuego; extranjeros se comen vuestro suelo delante de vosotros, y es una desolación como devastación de extranjeros.” (Yeshayahu 1:4,7).

Como fue el caso con la mayoría de los profetas, los anuncios de destrucción pretendían ser fundamentalmente advertencias. Si la gente continúa pecando, el castigo seguirá. El objetivo de los profetas era principalmente motivar la fidelidad al Pacto y al Todopoderoso, y como consecuencia evitar el destino que atraía la desobediencia.

Esta visión de la historia, que lo que les sucedió a los judíos fue determinado por su comportamiento y su [falta de] fe, funcionó prospectivamente, pero es más difícil vivirla con retrospectiva. Una cosa era decir que la gente necesitaba cambiar su comportamiento y que la sociedad debía basarse en la ética derivada de la Torá, pero era completamente diferente decir, después del hecho, que la destrucción de Jerusalén fue provocada únicamente por la falta de fe.

Cuando estudiamos la caída de grandes potencias y su desaparición de la historia, encontramos más de un paralelismo que llevó a la autodestrucción de quienes se sentían invencibles con lo que nos aconteció a nosotros mismos. No hay duda que cometimos errores y que algunos de ellos fueron particularmente autodestructivos. Muchos oscilaron en faltas al ser humano que hizo que la sociedad se corrompa y por ende demuela los pilares sobre los que estaba construida. Sociedades con esas características no pueden subsistir por mucho tiempo.

En nuestros días algunas de las endechas compuestas por insignes poetas imbuidos de fe y amor, pueden parecer extrañas. Particularmente las que describen a Yerushalaim: “¡Cómo, ay, yace solitaria la Ciudad populosa! Como una viuda se ha quedado la grande entre las naciones. La Princesa entre las provincias sujeta está a tributo” (Eijá 1) cuando las leemos en Yerushalaim esplendorosa en su belleza. ¿Entonces, por qué las seguimos diciendo? Porque Tishá Beav es una oportunidad para reexaminar el pasado mediante la cual generaciones de judíos lograron perseverar ante la adversidad, la opresión e incluso la destrucción, después de haberse equivocado. Lo es también para poder comprender, también en tiempos de peste y pandemia, que no todo lo que nos sucede es producto de una decisión divina, oculta a nuestros ojos y a nuestra comprensión, sino más bien de errores propios a los que nos condujeron líderes de turno sin que despertáramos a tiempo para ponerle límites a la injusticia, la desigualdad y la infamia.

Al volver a leer la historia, necesitamos reconocer y decir “debido a nuestros pecados” …, pero debemos tratar de descifrar en qué consistieron. Si vamos a comprender las fuerzas geopolíticas, militares y económicas que desempeñaron un papel determinante en la destrucción del primer y segundo Templos podremos continuar construyendo nuestro tercer estado independiente con menos riesgos de desintegración.

De Yeshayahu podemos aprender que no solo predicó la destrucción que se avecinaba ante sus propias narices, sino también la restauración y la renovación. “Venid, pues, y disputemos – dice .A. -: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán” … “Sión por la equidad será rescatada, y sus cautivos por la justicia” (Yeshayahu 1:18,27).

La clave para entender la historia judía no está en aceptar las explicaciones de por qué, sino en estudiar las formas de cómo: cómo, después de un desastre tras otro, el pueblo judío encontró el coraje de comenzar de nuevo, volver a comprometerse con la Torá y reafirmar esa vida.

En nuestros días, hemos visto como surgió el estado moderno de Israel: “Voy a volver a tus jueces como eran al principio, y a tus consejeros como antaño. Tras de lo cual se te llamará Ciudad de Justicia, Villa-Leal” (Yeshayahu 1:26).

A medida que lloramos la destrucción de los Templos y la pérdida coordinada de vidas, también podemos afirmar que se puede encontrar significado y que la historia misma se puede redimir.

El milagro más grande que debemos agradecer es que pese a todo lo que nos sucedió, aquí estamos haciendo historia y mirando hacia nuestro destino reparador, liberador y redentor.

En ello descubrimos una vez más la presencia activa del Creador.

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