Rab. Gustavo Surazski *
La única adquisición
Existe una evidente correlación entre el comienzo y el final de Parashat BeHar. Y, al mismo tiempo, entre éstos y Parashat BeJukotai, que contiene el camino para vivir una vida de bendiciones, y que también leeremos esta semana.
Al inicio de Parashat BeHar -en el marco de las leyes del año sabático- nos dice la Torá: “Y la tierra no será vendida a perpetuidad, porque Mía es la tierra” (VaIkrá 25, 23). Y en el último versículo de la Parashá, nos dirá la Torá: “Mis sábados cuidarés, y mi santuario temeréis. Yo soy el Eterno” (VaIkrá 26, 2).
Ambos pasajes nos brindan una enorme lección. De acuerdo a la Torá, ni la tierra ni el tiempo nos pertenecen. La tierra no es nuestra… ¡es Suya! Los shabatot -y por ende, el tiempo- tampoco nos pertenecen, sino que son de propiedad celestial.
Muchos son los hombres que dicen: el tiempo es mío, me pertenece y hago con él lo que me plazca en gana.
Quien ha experimentado alguna vez los vaivenes de la vida, sabe que no existe nada más lejano de la realidad. Desde el Cielo se nos ha regalado una porción de tiempo que nunca podremos saber cuándo caducará. Y de tanto pensar que el tiempo nos pertenece, muchas veces postergamos sueños, proyectos y decisiones que jamás podremos ver realizados… ¡porque no tendremos tiempo!
Otros hombres dicen: Mis bienes me pertenecen, y haré con ellos lo que tenga ganas. Tal vez ésto sea cierto; pero ninguno de estos bienes nos acompañará a nuestra morada eterna.
(Se cuenta que dos hombres vinieron a disputar una finca delante de Rabí Leibli de Bialystok.
El Rabí pidió ver la tierra con sus propios ojos y salió al campo junto con los dos litigantes. Al llegar al lugar, los dos hombres continuaban peleando: ‘¡La tierra me pertenece!’, ‘¡La tierra me pertenece!’. Al verlos discutir, el Rabí acercó su oído a la tierra y dijo: ‘Ustedes dicen que la tierra les pertenece; pero la tierra sostiene que ustedes le pertenecen a ella’).
En el antiguo Egipto se acostumbraba a sepultar a los faraones con sus alhajas de oro y plata. Se creía que éstos irían a disfrutar de ellas en el más allá. Descubrimientos arqueológicos han demostrado que los únicos que partieron al más allá fueron los faraones. Las joyas quedaron en el Museo Británico y en el Museo Metropolitano de Nueva York.
Muchos son los hombres que dirán: Mis hijos me pertenecen. Yo les he dado la vida y podré moldearlos como arcilla en manos del alfarero.
No obstante, tarde o temprano, todo padre entiende que él podrá amar, aconsejar y orientar, pero así como a los hijos se les da raíces, también se les debe dar alas. Y llegará a la inevitable conclusión de que nada nos asegura que éstos sigan por la senda que hemos planeado con tanto esmero.
Otras personas dirán: Mi pareja es mía y estará a mi lado por siempre y en toda circunstancia. Si he logrado su atención y su amor, nada la hará cambiar de opinión y de elección. No es necesario abundar de palabras para desarticular esta concepción equivocada del amor.
¿Y entonces? Si ni el tiempo, ni nuestros bienes, ni nuestros hijos ni nuestras parejas  nos pertenecen… ¿qué nos queda en nuestro poder?
Lo único que nos pertenece es la determinación de transformar nuestro tiempo en bendición o –Di-s libre- en una pesadilla.
De transformar nuestro bienestar económico en un  medio y no en un fin en sí mismo.
De transformar a nuestros hijos en continuidad y no en rehenes.
De transformar a nuestras parejas en compañeros de ruta y no en bienes adquiridos.
Tenemos en nuestras manos la elección de vivir una vida en movimiento colmada de buenas obras.
El midrash lo dice de manera gráfica y contundente:
Tres grandes amigos tiene el hombre: su familia, sus bienes y sus buenas obras.
Cuando el hombre se acerca a la muerte, llama a su familia y le suplica que lo salven del fatal desenlace. Pero éstos le dicen que no pueden ayudar.
Luego el hombre le suplica a sus bienes que intercedan por él. También éstos le indican al hombre que no pueden interceder.
Es entonces que el hombre se dirige a sus buenas obras y les suplica salvación. Sus buenas obras le dicen al hombre: puedes partir en paz; nosotros somos tu única adquisición.
La Torá nos brinda este mensaje al inicio y al final de Parashat BeHar.
Ni la tierra ni el tiempo nos pertenece. Sólo nos pertenece la elección de vivir una vida de significado y bendición.
Y la clave de dicha elección se encuentra en Parashat BeJukotai.
* Rabino de la comunidad Netzach Israel – Ashkelon

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.