La mujer: Un pecado

28 noviembre, 2018
Foto Pixabay

Joseph Hodara
La reciente actitud y decisión del Supremo Consejo Universitario de Israel en torno a la separación de los sexos en los marcos académicos – desde las aulas hasta corredores y patios en no pocos casos – en un gesto de presunto respeto a los estudiantes judíos ortodoxos constituye un sombrío retorno a tiempos que se consideraban superados. En lugar de alentar la fluida comunicación y respeto entre hombres y mujeres en los marcos universitarios, esta actitud acentúa y legitima una franca discriminación tanto en contra de la mujer como del franco diálogo humano. Cabe suponer que en consonancia con esta decisión- que de momento depende de los directivos de cada universidad- los programas y contenidos de estudio habrán de alterarse a fin de justificar e imponer la distancia y el distanciamiento entre los universitarios de sexo disímil. Cambio que alentará – entre otros resultados- el retorno de actitudes y filosofías discriminantes que se conocieron en sombríos tiempos.
En otras palabras: esta nueva postura del Supremo Consejo implica la separación de estudiantes de diferente sexo – nada se dice sobre la preferencia sexual particular de los mismos- no sólo en las aulas y en las bibliotecas. Habrá de incluir amplios espacios del campus universitario, y en no pocos casos se alentará el ofrecimiento de cursos paralelos en días y en lugares desiguales conforme al género de los estudiantes.
Con esta retardataria actitud el Consejo Universitario parece identificarse con la actitud francamente machista que ya se encuentra en los primeros capítulos bíblicos, actitud felizmente superada por las luces de la modernidad.
Se recordará que el tercero de Bereshit – en contraste con el primero- dibuja a la mujer como una astuta y débil criatura que obedece a la serpiente e invita al inocente Adán a desobedecer la única orden que Dios había dictado en el Edén. Según este relato – que hoy no pocos atienden a pie juntillas- por culpa de Eva perdimos el Paraíso aunque- cabe añadir-  gracias a su graciosa infracción estamos aquí.
Esta confluencia de lo femenino con el pecado preside las actitudes del varón judío ortodoxo, quien usa a la mujer en la intimidad con el fin de multiplicar la descendencia, y la aleja de cualquier quehacer – excepto el doméstico – debido a su presunta inferioridad intelectual.
Esta decisión del Consejo universitario podría justificarse si se inspirara en el siguiente cálculo: los estudios universitarios, que necesariamente se sustentan en los progresos de las ciencias y de la moderna racionalidad, conducirán indefectiblemente a un cambio radical en las actitudes de los estudiantes ortodoxos, cambio que habrá de incluir entre ellos no sólo una reconsideración de lo femenino y de lo sexual; también una identificación activa con las exigencias del Estado, incluyendo las militares y las civiles. Si tal viraje habrá de ocurrir como resultado de los estudios universitarios quizás las distancias hoy acordadas podrían justificarse.
Pero no hay garantía alguna al respecto. Incluso podría verificarse una lamentable mutación: el derrumbe de la racionalidad y del ethos científico en los programas académicos en consonancia con el ascendente fundamentalismo ortodoxo.
En tal escenario no sólo los sexos conocerán distancias y distanciamiento; el país habrá de perder los atributos que hoy le permiten existir y sobrevivir en una difícil constelación al tiempo que aporta y enriquece considerablemente el humano acervo intelectual merced a los altos niveles alcanzados por maestros y estudiantes que no distinguen entre sexos y severamente objetan instituir distancias entre ellos.
El ministro Naftalí Bennett está detrás de este maligno viraje; parece olvidar que sin los altos y avanzados estudios que cursó en su momento al lado de criaturas femeninas jamás habría podido lograr el poder económico y político que hoy le favorece. Olvido que hoy se le ocurre conveniente.

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