Trípoli, una ciudad dividida en «cantones» por milicias, en caos y sin ley

31 enero, 2017
Foto: Elizabeth Arrott VOA

Dividida en «cantones» controlados por las distintas milicias, sin agua corriente ni electricidad durante más de 18 horas al día y los bancos secos de dinero en efectivo, la violencia y el caos se han apoderado de Trípoli, ciudad a la que ahora también amenaza el terrorismo.

Moverse entre sus barrios es un acto de valentía, un riesgo en el que ni siquiera pagar es una garantía.

Calle a calle, avenida a avenida, distintas milicias levantan sus propios puestos de control: en la mayoría basta con satisfacer el «impuesto revolucionario», pero en otras, si la cantidad no les parece bien, el siguiente riesgo es el secuestro.

Desapariciones «exprés» en muchos casos que se resuelven con el pago de un rescate y la liberación del marido, la mujer, el hijo o quien sea que haya caído en las manos de las muchas banda y milicias que recorren la ciudad.

Barrios como el de Karkash han devenido además en centro de trabajo de bandas dedicadas tanto a la prostitución como al tráfico de armas, drogas, alcohol y de personas, en particular obreros africanos que pretenden ganar algo de dinero para poder embarcarse en una patera y cruzar a Europa.

Milicias armadas en Trípoli Foto: Magharebia Flickr CC BY.20
Milicias armadas en Trípoli Foto: Magharebia Flickr CC BY.20

Un infierno que prometió solucionar el llamado gobierno de unidad sostenido por la ONU, quien casi un año después de su furtivo traslado al país desde la vecina Túnez ni siquiera ha conseguido hacerse con el control de la capital.

Más al contrario, la aparición de una fuerza afín al propuesto polémico ministro de Defensa, Mahdi al Barghathi, y otras conectada con el ministerio de Interior, como la llamada milicia «Rada» (Fuerza de Disuasión) dirigida por el señor de la guerra Abdelrauf Kara, han complicado aún más la situación.

Dedicada a labores estrictamente policiales y de tendencia salafista, está considerada la cuarta más potente de la capital tras la que dirige Haitham Tajouri, la más poderosa y numerosa de la capital, la brigada Nawasi (afín al gobierno de unidad) y la dirigida por el muftí Sadek el Gheriani (wahabí).

«Karkash vive en una anarquía a causa del tráfico de drogas y la entrada ilegal de inmigrantes africanos que lo usan como lugar de prostitución y la promoción de licor», aseguró días atrás Rada en un comunicado en el que también informaba del arresto «de un gran número de obreros y de inmigrantes de nacionalidades africanas».

A esta confusión política e inseguridad ciudadana se sumó meses atrás un nuevo actor: el antiguo gobierno islamista de Trípoli, considerado rebelde y desalojado en abril pasado por el sostenido por la ONU, que ha reaparecido y retomado posiciones en la capital en busca de recobrar el poder.

En este ambiente perpetuo de división y confrontación, un atentado fallido contra la recién reabierta embajada de Italia en la capital, que las fuerzas de Kara han atribuido al mariscal Jalifa Hafter, hombre fuerte del este del país, ha multiplicado aún más la sensación de guerra e inseguridad en una depauperada capital.

«En Trípoli no se puede vivir. No hay agua, ni luz, nada. Salir a la calle es una lotería y estar en casa un suplicio. Es imposible tener alimentos frescos», asegura Hayi al Senuri, un hombre que huyó a Túnez en 2011.

De cuando en cuando, viaja a su ciudad para visitar al resto de sus familia que decidió quedarse allí y a vigilar su casa, que ya ha sido asaltada en varias ocasiones pero que afortunadamente no la han ocupado.

«La situación es mucho más peligrosa ahora que antes. No hay ningún control, las milicias se vigilan entre sí, como si esperaran un nuevo enfrentamiento», agrega Al Senuri, que acaba de regresar de allí.

Las milicias controladas por Kara aseguraron que los tres hombres que intentaron atentar contra las embajadas de Italia y Egipto pertenecían a la «Operación Dignidad», la ofensiva puesta en marcha por Hafter en mayo de 22014 para conquistar Bengasi.

Dichas milicias subrayaron que el único objetivo del militar era extender la sensación de que la capital es un lugar inseguro, quizá con la idea de preparar su entrada en la misma.

El general, que ha llegado a un reciente acuerdo con Rusia y Egipto para tratar de eludir el embargo de armas impuesto por la ONU no ha respondido.

Guarda silencio. Hace algunos meses ya dijo que no frenaría hasta regresar a Trípoli y restablecer la normalidad que la ciudad ya no disfruta. EFE
 

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