Paul Auster: la fantasía desbordada

4 enero, 2017

Joseph Hodara
Un inteligente y genuino escritor rehuye no sólo de la monotonía gramatical o de la pintura de personajes de vertical claridad. Prefiere el desdoblamiento de situaciones y la pluralidad de escenarios, de modo que sus héroes sean capaces de alterar imágenes y guiones conforme a las fluctuantes circunstancias.
Es el caso de Paul Auster, judío-norteamericano que desde hace más de seis décadas (nació en 1947, en Newark, New Jersey) nos sorprende por su fecundidad que hasta el presente no conoce limitaciones.
Cursó estudios en la universidad de Columbia (Nueva York), pero las experiencias que modelaron su carácter y la trama de sus creaciones -novelas y guiones para películas- tuvieron origen en Francia y en las obras de Sartre y Simenon.
En 1976 publicó su primera novela apegada al hermético y sombrío estilo de Raymond Chandler. Le siguieron Mr. Vértigo y El libro de las ilusiones. En ellas describe la marginalidad de los personajes y el obsesivo apego al dinero.
Y no descuidó piezas de carácter autobiográfico como A salto de mata y Crónica de un fracaso precoz. Libros que descuidan la lógica formal y rectilínea; prefieren más bien señalar la existencia de extrañas coincidencias que desafían el común sentido. Las brechas entre realidad y fantasía, entre locura y creatividad, se esfuman. Como en la vida misma. Todos sus libros han visto la luz en castellano, y el último de ellos – 4,3,2,1,- Seix Barral lo publicará en el curso de 2017.
Un relato que concita particular atención es El libro de las ilusiones. Refiere las experiencias de David Zimmer, escritor y profesor de literatura -como el mismo Auster- que vive en Vermont. La muerte trágica e imprevisible de su esposa y de los hijos lo arrastra a una lastimante depresión.
Escribe: “durante varios meses, viví en una niebla alcohólica de dolor y lástima de mí mismo, rara vez moviéndome de casa, apenas molestándome en comer, afeitarme o cambiarme de ropa”.
Sin embargo, la mirada televisiva a un cómico -Héctor Mann- le devuelve dosis de vitalidad. Mann es un enigmático personaje nacido en Argentina y David, creyéndolo muerto, imagina y narra el curso de su vida. Así se embarca en una experiencia que le devuelve la vitalidad. Apunta: “Escribí el libro en menos de nueve meses. El manuscrito acabó teniendo más de trescientas páginas mecanografiadas y cada una de ellas me costó una batalla”. Más adelante agrega: “No tenía teléfono, ni radio, ni televisión, ni vida social de especie alguna. Estaba en el libro, y el libro estaba en mi cabeza y mientras siguiera allí dentro, podría seguir escribiéndolo.”
A los pocos meses de publicado el relato, le sorprende la llamada de una mujer -Frieda Spelling- que dice ser esposa del cómico. Y aquí se inicia una sucesión cuasimágica de personajes y circunstancias que redefinen su vida. David reflexiona: “El nombre de Frida no significaba nada para mí… Bien podría haber sido la mujer de Héctor Mann, o acaso una loca que vivía sola en la mitad del desierto”.
Sin embargo, Frida reaparece y multiplica sus mensajes; David cede a sus requerimientos pues en rigor nada importante puede perder. Pero al poco tiempo se repliega en su duelo y rutina, convencido que Frida es un ser imaginario. Así cursan los meses, David se sumerge en sus cotidianas rutinas; pero un encuentro sorpresivo con Alma Grund, mujer que Frida envía para reiterar una invitación, le convence que ya no puede soslayarla.
El libro de las ilusiones ejemplifica la inclinación de Auster a narrar eventos y esbozar personajes sin respetar alguna lógica formal. Las distancias entre realidad y fantasía, entre locura y creatividad, se deshacen. En sus palabras: “ sin cercanía no es posible el sentimiento, y sin distancia es imposible el asombro…” Actitud que se reitera en sus múltiples creaciones, desde Fantasmas a Mr. Vértigo. Afición por lo laberíntico que refleja el sello de Kafka y de Beckett presente en todos sus relatos.
Encuéntranse en castellano y en hebreo la mayor parte de los relatos de este escritor judío-nortemericano. Lamentará quien los ignore.

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