La fuga de cerebros amenaza el futuro de un Israel cada vez más religioso

Judíos ultraortodoxos protestan contra el enrolamiento militar en Jerusalén Foto: Nir Hason Wikimedia CC BY-SA 3.0

Nuevas cifras de emigración que apuntan al aumento de una fuga de cerebros preocupan a expertos en la «nación start-up», donde el 2,7 % de la población genera el 40 % de lo que se exporta y compensa las carencias educativas de otros sectores.

«Los problemas a los que se enfrenta Israel ya no son los que ve el mundo», explica el profesor Dan Ben-David, director del Instituto Shoresh para la Investigación Socioeconómica y autor de un reciente estudio demográfico, quien agrega que las guerras ya no son la principal amenaza del Estado, sino problemas internos.

Uno de los principales desafíos, enfatiza, es la emigración de aquellos que, considera, sostienen la economía del país.

«Por cada israelí titulado que regresó a Israel en 2014, 2,5 se fueron, mientras que en 2017 esa cifra creció a 4,5», ilustra Ben-David.

En Israel, hoy, el 20 % de la población aporta el 92 % del impuesto sobre la renta, una cifra particularmente elevada en comparación con otros países y que no ha parado de aumentar en los últimos años.

Según el estudio, en un país donde viven nueve millones de personas, son menos de 130.000 las que mantienen a flote la economía, el sistema de salud y las universidades, y la emigración de este sector productivo, que está aumentando, podría tener efectos catastróficos.

El autor, sin embargo, intenta desdramatizar y aclara que aún se está a tiempo de revertir la tendencia y que, históricamente, Israel se ha caracterizado por reaccionar cuando se encontró entre la espada y la pared.

Dany Bahar, israelí de origen venezolano que se licenció en Economía en la Universidad Hebrea de Jerusalén, relata cómo fue su decisión de partir hacia Washington, donde continuó sus estudios y aún reside.

«Entre los estudiantes de maestrías en universidades en Israel, al menos en el área de Economía, hay como una expectativa en el aire de que, si estás entre los mejores estudiantes, el paso natural es irte a Estados Unidos para hacer un doctorado, y ese fue mi caso», narra.

Uno de los aspectos más recurrentes al analizar la creciente partida de académicos israelíes, especialmente a Estados Unidos, es la diferencia de salarios que pueden percibir en uno y otro país.

Según explica Bahar, una persona que se doctora en Economía en una universidad estadounidense y consigue un trabajo de profesor asistente, puede ganar hasta 150.000 dólares al año, mientras que en Israel ganaría menos de un tercio.

Ben-David, además de subrayar que la brecha de ingresos entre Israel y otros países se agranda, teme que al aumentar la emigración de los más instruidos y cualificados, sean cada vez menos quienes «carguen con el país en sus hombros», algo que puede llevarlos a optar por irse.

Una de las tendencias demográficas más notorias es el aumento incesante de la población judía ultraortodoxa, que hoy constituye el 7 % de la población adulta y el 19 % de los niños, y se estima que para 2065 ya sean la mitad de los menores del país.

En las elecciones generales del pasado 9 de abril, los partidos ultraortodoxos obtuvieron 16 escaños de 120 en el Parlamento, un incremento importante en relación a las pasadas (2015) y que encendió las alarmas de buena parte de la población laica.

«El problema radica en que estas familias privan a los jóvenes de una buena educación», advierte Ben-David, que puntualiza la poca importancia que dan los ultraortodoxos a materias como inglés, ciencias y matemáticas y lo vincula con los malos resultados de Israel en evaluaciones internacionales del nivel de los alumnos.

Sus escuelas se centran en la educación religiosa y no tienen las exigencias temáticas del resto de la población.

«Esto es algo que no afecta solo a ellos sino que por lo rápido que crecen nos van a terminar hundiendo a todos», añade el experto, que insiste en la necesidad de que el sector más religioso de la población comience a aportar médicos e ingenieros al país, algo que parece lejano considerando que tres cuartas partes de los ultraortodoxos que van a la universidad no acaban sus estudios.

Para Bahar, la fuga de cerebros es sólo «un síntoma de la enfermedad», que es el deterioro general del sistema educativo israelí, algo que vincula a la asignación de presupuestos para la educación y la preparación que reciben los estudiantes en secundaria.

Sin embargo, y aportando un punto de vista distinto, entiende que el hecho de que académicos israelíes dejen el país no es necesariamente negativo, dado que mantienen lazos con sus colegas aquí y generan puentes con el exterior. EFE

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