De contradicciones y paradojas

30 noviembre, 2017
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Benito Roitman

En varias oportunidades, a lo largo de las notas que he venido escribiendo en este semanario en los últimos años, me he sentido obligado a utilizar términos tales como paradojas, contradicciones y sobre todo desconciertos, para expresar de alguna manera el tipo de sensaciones predominantes que me han asaltado más de una vez al intentar un análisis del funcionamiento de la sociedad israelí y de este país, Israel, por otra parte tan querible.
En cierta medida, creo que al usar esos términos tenía el secreto -o inconsciente- deseo de que actuaran como una especie de fórmula mágica que hiciera desaparecerlos, como una forma de contribuir a que esas paradojas y esas contradicciones fueran siendo superadas y cedieran su lugar a mecanismos sociales de funcionamiento más armónicos entre sí y más afines a los valores que normalmente asociamos a un desarrollo democrático, entendido éste tanto en el ámbito económico como en el político y el social.
Desafortunadamente, todo esto continúa siendo más que nada una expresión de deseos. El desconcierto generado por esas paradojas y contradicciones se profundiza. Los ejemplos cunden. En una sociedad que se precia de situarse a la vanguardia del conocimiento científico y de la transformación de ese conocimiento en innumerables productos y servicios de primera línea, se superpone el dominio de la ortodoxia religiosa sobre el funcionamiento de la sociedad civil en materia de nacimientos, casamientos y divorcios, defunciones y aún ciudadanía. A ello se suman las renovadas controversias sobre la prohibición de apertura de comercios y de circulación de transporte público los sábados. Y la muy reciente crisis desatada por los trabajos de mantenimiento mayor del sistema ferroviario durante el sábado podría constituirse en un detonante de elecciones anticipadas más eficaz que las penosas investigaciones sobre la conducta del Primer Ministro
En una sociedad que se precia de ser la única democracia en el Medio Oriente, se aprueban una semana sí y otra también leyes y disposiciones crecientemente restrictivas de la libertad de expresión, como las amenazas de retiro -y retiro efectivo- de financiamiento público a actividades artísticas que expresan opiniones y puntos de vistas divergentes a los del gobierno.
Y en una sociedad que se precia de ser la única democracia en el Medio Oriente, los alcancess de esa democracia se detienen en la llamada Línea Verde; más allá de ella, se extienden los territorios ocupados, para los cuales se aplican otras reglas. Junto a ello destaca la aprobación por la Knéset de la llamada Ley de Regularización de Tierras, por la que se “blanquearían” -retroactivamente- tierras de propiedad privada árabe utilizadas para construcciones en los territorios ocupados, aún cuando el Abogado General de la Nación declare que no podría defender esa ley ante la Suprema Corte, por considerarla inconstitucional.
Israel se jacta, con razón, del alto porcentaje del PIB que se dedica a la Investigación y Desarrollo (el mayor dentro de los países de la OECD), que forma parte de los instrumentos que contribuyen a los éxitos del país en materia de innovaciones tecnológicas. Pero es cierto también que más del 80% de la inversión en esos campos proviene de empresas privadas, la mayor parte de las cuales son filiales de empresa extranjeras (multinacionales). En estas circunstancias cabe preguntarse cómo pueden compatibilizarse las preferencias de esas empresas por ciertas áreas de investigación (que seguramente se vinculan con sus intereses particulares), con lo que requieren -o requerirían- las prioridades nacionales en materia de desarrollo. Quizás esto pueda lograrse aumentando significativamente la participación pública y académica en Investigación y Desarrollo, en línea con definiciones claras y precisas de la orientación y el propósito de esas prioridades nacionales (siempre que éstas se hayan explicitado).
En el ámbito económico-social y en un país donde el Producto Interno Bruto por habitante supera largamente los 35.000 dólares anuales, se hace cuesta arriba constatar que alrededor del 20% de las familias en Israel se encuentra por debajo de los niveles de pobreza. Y más difícil aún es constatar que esa situación no es transitoria; se ha mantenido sin cambios durante los últimos 14 años. Mientras tanto, la desigualdad en la distribución del ingreso ha aumentado a partir del mismo período, como lo muestra la evolución del coeficiente de Gini y sin embargo, la permanencia y hasta agravamiento de estas situaciones no ha llevado a cambios en la política pública; por el contrario, el gasto social permanece estable como parte del presupuesto, mientras que éste disminuye año con año como proporción del PIB.
Finalmente -y sin agotar la cantera de paradojas existentes- cabe referirse a las relaciones de Israel con los Estados Unidos. Más allá de las obvias vinculaciones existentes entre ambos países -una alianza que se manifiesta, entre otros aspectos, en una muy fuerte asistencia financiera-militar e intercambios de inteligencia, en sólidos apoyos en los foros internacionales y en un importante intercambio comercial- Israel pasa a veces por alto las naturales asimetrías de esa relación con una potencia mundial y toma partido en contiendas internas de esa potencia, de las que debería mantenerse apartado. Y al mismo tiempo, es posible constatar lo que algunos expertos han venido analizando como una creciente “americanización” de Israel, pese a las brechas que se vienen generando entre Israel (sus dirigentes) y la comunidad judía estadounidense.
Este rápido listado de paradojas y contradicciones que aquejan a la sociedad israelí, siendo reconocidamente incompleto, podría sin embargo servir para ejemplificar en alguna medida el desconcierto que produce el enfrentamiento entre diferentes realidades, o más bien entre realidades superpuestas. Porque el ímpetu de una sociedad científica y tecnológicamente avanzada convive con el ritmo que impone, en muchas de las instancias del diario vivir, el dogmatismo religioso; porque la imposición de restricciones al funcionamiento democrático de la sociedad encuentra cada vez mayores frenos a su avance ( y se trata de una lucha desigual y con resultados inciertos); porque no es posible vivir eternamente de espaldas a las realidades de la ocupación; porque resulta difícil conciliar la idea de que destacamos en la investigación y el desarrollo de nuevas técnicas, pero carecemos de un proyecto nacional de largo plazo que lleve a orientar esos talentos para el beneficio de las mayorías; porque la pobreza convive con la abundancia, pese a que nuestros profetas ya predicaron, allá entonces y hace tiempo, la justicia social.
Pero quizás la mayor paradoja actual sea que en una sociedad que se caracteriza por los altos niveles de formación académica de sus cuadros, por su capacidad para desarrollar nuevas ideas, por su flexibilidad para encontrar soluciones a complejos problemas en el campo de la ciencia y de la producción, por su formación en la defensa del país, por su creatividad en el campo de las artes, en esa sociedad no parece existir la capacidad de generar nuevas figuras que releven y renueven la dirigencia política actual, notoriamente desgastada pero aferrada al poder. Porque para colmo se nos dice con total desparpajo, un día sí y el otro también, que no hay quien pueda substituir a nuestro Primer Ministro. Y nosotros, esta sociedad, nos lo creemos. ¿Podrá esta absurda situación contribuir a explicar el desconcierto en que estamos sumidos?

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2 thoughts on “De contradicciones y paradojas”
    1. Muy bueno Pinhas pero que sean vagos y «malentretenidos»(que habras querido decir que ven mucha tv ???) no implican que sean pobres aca lo que se evalua son los ingresos que evidentemente son menores otracosa no pogas a todos los talmudistas en el mismo plano, porque creo que las generalizaciones som malas

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