Foto: REUTERS/Ammar Awad

Israel ha sido azotado por el coronavirus.  Para el momento de escribir esta nota, 213 casos comprobados de personas infestadas, además de varios miles en cuarentena.

Pero vayamos a los hechos ciertos.

Israel tiene un aeropuerto que recibe cientos de vuelos diarios de todas partes del mundo, incluyendo las zonas más afectadas, como China y luego Italia. Se encuentra en pleno proceso electoral y de formación de gobierno, con una riña entre los contendientes sin precedentes en la historia del aún joven estado.  Amenazado por los globos incendiarios, cohetes y túneles desde Gaza.  En tensión con la frontera de Siria y los proxys de Irán allí.

En medio del panorama antes descrito, el Primer Ministro y su ministro de salud, Litzman, tomaron la batuta y dictaron una serie de medidas que unos diez días antes de hoy, parecían exageradas.  Lo triste del caso es que no lo han sido.  Se cuentan entre las más agresivas que se hayan tomado en cualquier parte del mundo, pero aún el virus y su propagación no han sido contenidos.

La verdad, resultaba algo hasta cómico ver a Benjamín Netaniahu en las pantallas de TV junto con el ultraortodoxo Litzman, anunciando las medidas a ser implementadas.  Bibi a punto de enfrentar sus juicios, Litzman con su apariencia poco ministerial para los estándares de occidente, el mundo confundido respecto a una epidemia nunca vista, e Israel tomando iniciativas atrevidas para el momento.

El Estado de Israel y sus ciudadanos, se perciben como una gran familia.  Este concepto es la razón de ser última y primera de un Estado Judío.  El cuidado y protección de todos, la vida como primera prioridad.  Va junto la figura  muy popularizada de la “madre judía”, la Idishe Mamme, que se preocupa por sus hijos de manera quizás exagerada, y cuyo patrón repiten sus hijas al convertirse en madres.

Cuando este tema del virus se empezó a poner muy de moda por lo grave y lo inusitado, uno esperaba las imágenes de un médico, un general y algún otro funcionario enmascarado con los atuendos de rigor para este caso.  Nos encontramos más bien con Litzman anunciando, y luego declarando, que prefería pecar por exagerado y no sentirse culpable por laxo.  En el mejor espíritu de la Idishe Mamme.

La explosión del virus en Israel ha producido una tensa calma en el ambiente.  Se han relajado, momentáneamente, algunas de las agresiones verbales entre quienes pretenden formar la coalición.  Han cesado los globos incendiarios desde Gaza. Israel envía a Gaza, aún con la intención de sus gobernantes de destruir a Israel, los kits necesarios para determinar la existencia del virus en pacientes.

Como va sucediendo en otras partes del mundo, el ser humano se siente muy pequeño e impotente ante los fenómenos naturales que no puede dominar, y que lo apabullan.  Por un breve lapso de tiempo, parece entender que hay causas importantes y otras inútiles, contra-productivas. Que la vida está en peligro y las posiciones políticas no son de ayuda cuando rayan los extremos de la incomprensión.

Varias veces se ha dicho que Israel es el límite cultural de occidente con el resto del mundo.  En la antigüedad, era el pasillo obligado de tres continentes.  Hoy día, quizás puede dictar la pauta en cuanto a combatir una epidemia, y en el camino, con mucha inteligencia y más suerte, recobrar la unidad algo perdida de su nación.

Muchas veces también decimos “sólo en Israel”.  Esta vez, ante la magnitud de la amenaza viral, y los daños que existen en casi todas las sociedades, occidentales o no, es propicio decir “no sólo en Israel”.

Es lo que querría una “Idishe Mamme”, aquella que todos se merecen sin importar su orígen. Por el bien de todos, porque, en definitiva, todos somos hijos.

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