Guido Liebermann
Quienes fueron deportistas, y nadadores sobre todo; judíos o no judíos implicados por la Shoah; quienes muy simplemente se dejan sorprender por la lucha de los hombres contra la barbarie, he aquí una historia que no pueden desconocer: la de Alfred Nakache, «el nadador de Auschwitz», puesta en escena admirablemente por el cineasta francés Christian Meunier, en un documental proyectado en 2001, que urge ser doblado al español.
Alfred Nakache nació en 1915, en el seno de una familia judía de Constantina, en Argelia bajo dominio francés. Superó su temor al agua, y se apasionó por el deporte acuático, gracias a dos nadadores franceses que hacían su servicio militar en Constantina. Tal es así que ya en 1931, Nakache es proclamado campeón de natación de África del Norte.
Cabellos ondulados color azabache y cejas pronunciadas, bajo el rostro de niño ingenuo y sonriente se encuentra una masa de músculos de 85 kilos que con fuerza arrasadora, propulsa Alfred Nakache hacia adelante, en el ingrato estilo mariposa, quien él había sido su precursor en Europa.
En 1933, Nakache viaja a Paris para participar en el campeonato de Francia. El público parisino descubre al prometedor nadador argelino, quien consigue el segundo puesto, apenas unos centímetros detrás de Jean Taris, el gran campeón de la época.
Integrado inmediatamente en el equipo Olímpico de Francia, es en la Ciudad de las Luces que el joven nadador termina sus estudios secundarios y compite bajo los colores del Racing Club.
En 1936, le arranca el título de campeón de Francia de los 100 metros estilo libre à Jean Taris, y el de 100 metros pecho a Jacques Cartonnet, quien unos años más tarde, cuando las tormentosas corrientes del antisemitismo cubrirán el suelo francés, se vengará contra el «judío Nakache».
En 1936, los juegos Olímpicos se llevan a cabo en Berlín. Bajo la mirada rapaz de siniestros espectadores, Alfred Nakache, Jean Taris, René Cavalier y Christian Talli solo consiguen el cuarto puesto en la posta 4×200 libre. Pero ¡qué importancia tenía! Puesto que habían dejado detrás al equipo de la Alemania racista y antisemita.
Al año siguiente, Nakache es nuevamente campeón de Francia, no cesa de acumular nuevos títulos y batir múltiples records, mereciendo los elogios del público y de la prensa francesa, que venera en sus columnas al nuevo héroe del deporte nacional. Nakache termina sus estudios en la Escuela Normal de Educación Física de Paris, junto a Paule El Bèze, una muchacha judía, oriunda de Constantina también, con la cual contrae matrimonio.
Cuando la Segunda Guerra Mundial estalla, Alfred Nakache es enrolado en la fuerza aérea. La derrota de Francia frente a la Wehrmacht, y el Armisticio firmado por Hitler y Pétain el 22 de junio 1940, no impedirán al atleta judío de seguir entrenando y trabajando como profesor de educación física en Paris.
Frente a la ocupación de una parte del territorio francés por el invasor alemán, el campeonato universitario de Francia de 1941 se lleva a cabo en la ciudad de Marsella, considerada «zona libre». Es allí que Alfred Nakache entra en la gran historia de la natación, batiendo el récord del mundo de 200 metros pecho, y poco tiempo después el de Europa, pulverizando además el récord de Francia conservado hasta entonces por Cartonnet. Así de esta manera, este judío argelino permitió al pueblo francés, humillado y desmoralizado por la derrota de la guerra y por la ocupación, mantener alta la cabeza y recobrar un poco de honor y dignidad. Batiendo el record del mundo en la pileta de Marsella, comenta su amigo Louis Séverin en el documentario, Nakache le hizo un corte de manga al invasor nazi. Pero no se lo perdonarán.
En 1941, tras la promulgación de un decreto de ley antisemita, Alfred y Paule Nakache son inmediatamente expulsados del establecimiento escolar en donde trabajaban. Dejan Paris y se instalan en Tolosa, en zona libre. Alfred quien ahora compite para el club local «Los Delfines del TOEC», beneficia del sostén y del calor humano brindado por su entrenador Albin Minville, por sus nuevos camaradas, y por Paule, que acaba de dar luz a Annie, nacida el 12 de agosto de 1942.
De las diez pruebas que forman parte del campeonato de Francia de 1942, Nakache arranca seis victorias, convirtiendo el TOEC en el mejor club de natación de Francia y también del mundo.
El nazismo quiebra la defensa francesa de Nakache
El campeonato nacional de 1943 debía realizarse en Paris, sin Nakache. Pues a los judíos se les prohibía entrar en zona ocupada. Organizar un campeonato nacional sin Nakache, era una cosa totalmente absurda e inconcebible, considera el presidente de la federación de natación, quien trata de convencer las autoridades alemanas de organizarlo en Tolosa (Toulouse).
«De acuerdo», le responden los alemanes, «pero sin Nakache».
Ahora bien. En un acto heroico de resistencia, el presidente del TOEC y varios de sus brillantes nadadores – entre los cuales se encontraba Lucien Zins, el gran recordman -, declaran: «sin Nakache, no participamos». Y no participaron.
Pero la propaganda antisemita se inflama, y exige «purificar el deporte francés de judíos».
En sus diarios se lee: «no debemos conceder a los judíos el derecho y el honor de participar en certámenes nacionales»; «¡nada tiene que hacer este judío [Nakache] en el deporte francés!» «Nakache ensucia el emblema nacional»; «Francia no necesita la limosna de ese judío»; «Nakache bufón del deporte», «Nakache traidor»…
Cuando el ogro nazi alcanza Tolosa, los Nakache son arrestados por la Gestapo el 20 de noviembre 1943, y transferidos al campo de concentración de Drancy, en las afueras de Paris. Ya en aquel entonces, se corría el rumor que Nakache había sido denunciado por Jacques Cartonnais, quien lucía con orgullo el uniforme negro de las milicias fascistas simpatizantes de la Gestapo.
Alfred, Paule y la beba Annie forman parte de los 1368 deportados del convoy n°66 que llega a Auschwitz-Birkenau el 23 de enero de 1944, en el anochecer del invierno glacial de Polonia.
Chirridos metálicos ferroviarios, gritos, llantos y gemidos de niños, mujeres y ancianos se mezclan a ladridos de perros excitados y odiosos alaridos de oficiales SS.
Sobre el andén, uno de ellos ordena: rechts!..links!.. rechts!…derecha!, izquierda!, derecha!…Hasta que llega el turno de los Nakache, y le dice a Alfred: «Du bist Nakache»!, Tu eres Nakache! , y agrega: «Ich bin ein Schwimer», Yo soy un nadador.
«Links!» le ordena. Y lo asigna al trabajo en la enfermería». A Paule y a Annie las manda «rechts», es decir a la fila derecha de los 1077 pasajeros del convoy 66 exterminados ese mismo día en las cámaras de gas.
Las lenguas habladas en Auschwitz eran principalmente el ídish y el polaco. Nakache, que solo hablaba francés, fue acogido por Noah Klieger, un adolescente deportista de 16 años, quien lo introduce en el grupo de los francoparlantes. «Amigos no fuimos», confiesa
Klieger en el documentario. Pues en Auschwitz, en donde uno luchaba día a día por la supervivencia, la amistad no existía. Se ligaron sin embargo de una recíproca simpatía y gran solidaridad. Tal fue así que en el verano 1944, Nakache lanza al muchacho una insólita propuesta.
Nadar clandestinamente en Auschwitz
Auschwitz estaba rodeado por estanques de agua destinados al uso en caso de incendio.
Bajo el cielo cubierto de ceniza humana, y el típico olor de cadáver putrefacto que invadía las narinas de los prisioneros, Nakache propone a Klieger de zambullirse a uno de los estanques para hacerse con él unas piletas. Esto, obviamente, a escondidas de los verdugos, quienes sancionaban toda infracción al reglamento con los más crueles suplicios y luego la muerte. Rodeados por deportados fascinados de admiración por estas dos legendarias figuras de Auschwitz, cuando un Capo o guardia SS se aproximaba del montículo de gente que los cubrían, estos advertían inmediatamente a Nakache y a Klieger, quienes en una fracción de segundo vestían sus uniformes de deportados y se deslizaban entre la muchedumbre. Repitieron el gesto varias veces. No se trataba de una mera locura. Se trataba para Nakache de hacerse sentir a él mismo, y los otros deportados, que no eran un simple envoltorio de esqueleto humano destinado al matadero, comenta Klieger.
Ciertos generales nazis que acudían al «Circo Auschwitz», solían divertirse poniendo a prueba los talentos de algunos prisioneros.
Uno de ellos reconoce a Nakache, y lo desafía arrojando al estanque su puñal. Unos instantes después, el nadador judío emerge del fondo del agua con el puñal entre sus dientes, y lo coloca obedientemente sobre las botas del sórdido general.
¡Quién lo hubiera imaginado! ¡Un gusano carroñero de agua estancada que se cree tiburón, desafiando a una Orca de alta mar, que se hace pasar por foca sumisa de circo! A la arrogante muestra de poder sobre la muerte, Nakache demostró a los nazis quién tiene el poder sobre la vida, y además la devora.
Es lo que testimonia el caricaturista Willy Holt, quien asevera que sin el insaciable deseo de vivir que le transmitió Alfred Nakache, su destino en Auschwitz hubiese sido indudablemente mucho más funesto. Cuenta también que excepcionalmente la Cruz Roja logró hacer llegar a Nakache una minúscula encomienda. Alfred dividió el paquete en cuatro partes, se quedó con la parte más pequeña, y cedió el resto a otros deportados.
Junto a Willy Holtz y a Noah Klieger, Alfred Nakache forma parte de aquellos 67.000 sobrevivientes de Auschwitz (sobre del millón cuatrocientos mil que desembarcaron entre
1941 y 1944) que caminan la tristemente conocida «Marcha de la Muerte».
Efectivamente, huyendo el progreso de las tropas soviéticas por el frente este, el 17 de enero 1945, los nazis dinamitan el complejo Auschwitz-Birkenau, y obligan a los sobrevivientes a recorrer a pie los más de setecientos kilómetros que separan Auschwitz de Buchenwald, el campo de prisioneros de situado en Alemania.
Muertos de hambre, de frío, de agotamiento; o simplemente baleados por oficiales SS por no mantener el ritmo de paso impuesto, solo veinte mil deportados llegaron a destino. Es justamente en la «Marcha de la muerte» que otra figura heroica del judaísmo sefaradí, el tunecino Víctor «Young» Pérez, campeón del mundo de box que, simulando un intento de huida, se hace matar de un tiro por los guardias SS, con el solo objetivo de distraer la atención de estos, y permitir a su hermano mayor escapar, es decir de salvar su vida escondiéndose en los bosques de Polonia.
En Buchenwald, Nakache es milagrosamente acogido por su viejo amigo Roger
Foucher-Créteau, miembro de la Resistencia francesa y hermano de André, otro gran nadador. Lo introduce en la barraca de prisioneros franceses y lo invita a escribir unas líneas en su diario clandestino. Alfred, que mantiene la esperanza de volver a ver a Paule y a Annie, escribe: «¡Que Dios quiera que un día nos reencontremos! ¡Ese día llegará,
Insh’Allah, ojalá! Pues los tormentos, la tortura, y las cenizas que exhalan los crematorios claman justicia, y una despiadada venganza contra los bárbaros».
Tras la liberación de Buchenwald por las tropas americanas el mes de abril 1945,
Nakache es transferido a un hospital de Paris. Acude a buscarlo su amigo Roger Le
Morvan, quien se topa con una figura cadavérica de 42 kilos. Pero Nakache no se queja.
Solo pide volver a la pileta para concretar allí su implacable revancha.
De regreso a Tolosa, Nakache es hospedado por los padres del recordman francés Alex
Jany.
Exitoso retorno a la natación a pesar del Horror
Cuatro meses a penas después de haber dejado Buchenwald, sin estar recuperado de las secuelas que dejaron en su cuerpo y alma los campos de la muerte, Alfred Nakache vuelve al agua para batir con su compañeros el record de Francia de posta 4×100 metros estilo libre, y otros tantos records más: en estilo mariposa y pecho por ejemplo, e incluso durante los Juegos Olímpicos de Londres de 1948.
Entre 1934 y 1952, Nakache es 15 veces campeón de Francia. Bate 9 records de Francia, y 3 records de Europa que no serán superados durante doce y siete años respectivamente.
Y, su record del mundial conseguido en 1941, no será superado durante 6 años.
En el correr del tiempo, Alfred Nakache ejerce como profesor de educación física. Se fascina por los niños, los niños por él. Después de Annie, no tendrá otros hijos. Nadie salvo sus íntimos podían apercibir en su mirada el aire de tristeza profunda que escondía con pudor. De Auschwitz no hablaba, pues ¡quién le iba a creer! Lo denunciaban sin embargo, malditas cifras azuladas grabadas de por vida en su antebrazo, por los inspectores de la macabra Terminal.
Es solo a partir de 1950 que «Fred» recobra su legendaria sonrisa, cuando se casa con
Marie, su nueva compañera. Es gracias a ella, y al calor que le aportan su familia y sus fieles amigos que Alfred Nakache reanuda con la vida.
Alfred Nakache jamás perdió la pasión por la natación. Fue en 1983 que, teniendo ya 68 años, un infarto lo sorprendió, nadando en el puerto de Cerbères, seguramente visionando bajo el agua, ya sea por unos breves instantes, las imágenes de Paule, de Annie y de los otros millones de seres humanos que él mismo vio esfumarse en las chimeneas del Horror.