A vueltas con la capital

6 enero, 2018 , ,

DE COMPOSTELA A IERUSHALAIM

Líbano (Beirut). Siria (Damasco). Jordania (Amán). Egipto (El Cairo). Iraq (Bagdag). Arabia Saudí (Riad).

E Israel… pues que uno recuerde, cuándo se estudiaban las capitales de los países, la respuesta era clara, Jerusalén. De toda la vida.

Sorprende, pues, el revuelo formado tras la decisión del presidente tuitero de los Estados Unidos de trasladar -que no sería inmediato- la embajada desde Tel-Aviv a la ciudad declarada santa para las tres grandes religiones.

La ONU, tan lenta a la hora de abordar conflictos que están desangrando otras áreas geográficas del mundo, bastante cercanas por cierto, léase Siria o Yemen, con docenas de miles de muertos en sus respectivas guerras, así como muchos más desplazados, cometiéndose todo tipo de tropelías… esa misma Organización de las Naciones Unidas, con sede en New York, se ha apresurado a censurar las intenciones de Donald Trump.

Como de costumbre, las disputas palestino-israelíes copan los noticieros de nuestros medios de comunicación, mezclándolo todo, con una línea mayoritariamente clara, sin apenas réplicas al discurso de siempre. Se llega a tal grado de degradación y falsedad, que resulta vomitivo al negar la más mínima relación de Israel y el judaísmo con Ierushalaim.

Cierto es que el status de esta ciudad es peculiar, con la significación histórica, religiosa y política que conlleva. No hace falta en esta columna recordar que su mención en los textos del Corán es nula, ni tampoco la reacción del mundo árabe tras el nacimiento del estado de Israel en el año cuarenta y ocho. O más aún, qué aconteció con Jerusalén hasta la Guerra de los Seis Días, administrada por Jordania, como lo estaba toda Judea y Samaria, conocida con el paso del tiempo con el nombre de Cisjordania.

Pero dejando a un lado esas importantes cuestiones, curiosamente obviadas en los enquistados debates por aquellos defensores de la cuestión palestina, cargados de odio hacia Israel, vamos a contemplar opciones y  otorguemos el beneficio de la duda. En un futuro, se crea el tan anhelado estado palestino -Dios lo quiera-, con un territorio definido, instituciones propias y reconocido internacionalmente, y que ese país, su pueblo, así como su gobierno, se olvida de llevar a cabo prácticas terroristas contra Israel y sus ciudadanos;  supongamos también que como capital tiene a la propia Ierushalaim, o Al Quds, como el mundo musulmán la denomina. Cumpliéndose esa premisa, la pregunta es simple, si la capital de Palestina sería Jerusalén Este, ¿cuál es el problema en que la otra parte de la ciudad sea capital de Israel? No será que en el subconsciente se albergue el objetivo inicial, actual y primordial para Hamás y la Yihad Islámica, que no es otro que borrar a Israel del mapa y que en ese pedacito de Oriente Medio no exista nada, absolutamente nada judío.

Ahí se encuentra la madre de todas las batallas, no la ubicación de una embajada. En la clase de geografía de un pueblecito del interior de Galicia, hace más de treinta años el mapa señalaba la capital de Israel, Jerusalén. No existía Donald Trump.

                                                                                                                  Pablo Veiga

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