Los caminos abiertos

13 diciembre, 2021 , ,
Técnicos iraníes en la central nuclear de Natanz, Irán. Foto archivo: Reuters

Benito Roitman

Sus nuevas variantes son preocupantes, lo que ha conducido a la reinstalación de diversas medidas precautorias según los países, mientras se procura determinar el alcance y la real gravedad de esas variantes.

Por su parte, el panorama internacional está lejos de mostrarse estable. La sensación que deja el seguimiento de las noticias a lo largo del planeta es de una gran volatilidad, sin una clara noción de cómo restablecer un cierto orden internacional que concilie nuevas y viejas hegemonías, con el telón de fondo de la amenaza del cambio climático y de las disputas sobre el predominio económico, con los EE.UU. y China como actores principales -aunque no únicos- en esa disputa. A esas preocupaciones se agregan, en el corto plazo, amenazas varias a la paz, como las “maniobras” rusas en sus fronteras con Ucrania, los ejercicios bélicos chinos en las cercanías de Taiwán, la presencia de contingentes armados islámicos activos en varios países africanos y por supuesto las tensiones bélicas en Medio Oriente. Y mientras tanto la economía, a nivel internacional, no acaba de estabilizarse; las señales -débiles- de una probable recuperación se mezclan con los temores de una incipiente jnflación de precios y con interpretaciones contradictorias sobre las políticas requeridas para alentar el crecimiento.

Obviamente, el funcionamiento de las sociedades nacionales está siendo afectado por todas estas circunstancias. Un ejemplo de ello es lo que viene sucediendo en varios países occidentales, donde la estabilidad política enmarcada en el ejercicio de la democracia está siendo cuestionada en diversos grados. Esto se manifiesta, entre otras cosas, en el relativo auge de partidos y movimientos de extrema derecha, embanderados en proclamas nacionalistas y racistas que están siendo apoyadas por una porción no despreciable de las respectivas sociedades nacionales, en tanto que a las izquierdas -al menos a una parte de ellas- les resulta difícil superar ciertas rigideces ideológicas para construir un discurso más moderno. En términos más generales, lo que se constata es inquietud y desconcierto al interior de esas sociedades, donde muchas de las certezas previas a la pandemia están puestas en tela de juicio, mientras que el carácter de las nuevas certezas que habrán de substituirlas -en el   marco del acelerado desarrollo tecnológico que vivimos y también en el marco de nuevas institucionalidades- es todavía difuso.

Sería natural esperar que todas estas circunstancias afecten también a la sociedad israelí, inserta como está en la globalización, Y seguramente eso está sucediendo, de alguna manera, aunque es difícil estimar aún cómo se manifiesta, o cómo se manifestará. Pero mientras tanto, las preocupaciones de esta sociedad parecen ubicarse en otro plano, más asociado a la política interna. En pleno inicio de la pandemia, en marzo del 2020, Israel estaba procediendo a la segunda votación en menos de dos años, que diera lugar a la conocida coalición entre Benjamín Netanyahu y Benny Gantz (aun cuando este último prometiera no unirse a un gobierno con Netanyahu). Y en pleno desarrollo de la pandemia, en marzo del 2021, nuevas elecciones anticipadas, que esta vez lograron -en lo que parece un acuerdo imposible- conformar una coalición que finalmente desalojó a Netanyahu de la cabeza del gobierno, donde se había mantenido durante más de doce años consecutivos.

Es así que Israel lleva ya más de cinco meses estrenando un nuevo gobierno de coalición, que todavía nos sorprende por dos de sus principales rasgos: a) Después de 12 años consecutivos de Benjamín Netanyahu como primer ministro, ha pasado ahora a encabezar la oposición; b) la composición del nuevo gobierno incluye ideologías y posiciones normalmente enfrentadas: tres partidos abiertamente de derecha, dos de izquierda y centro izquierda, uno árabe y dos de centro y centro-derecha.

Esta extraña coalición acaba de superar hace pocas semanas un obstáculo decisivo para su continuidad: la aprobación del presupuesto 2021-2022. En circunstancias normales, esto no llamaría tanto la atención, pero luego de más de dos años que el país funcionara -por bien conocidas razones políticas, o más bien politiqueras- con presupuestos caducados, la aprobación de ese instrumento constituye todo un acontecimiento. Corresponde señalar además que en ese presupuesto, y en sus leyes complementarias, se han incorporado algunas disposiciones dirigidas a  minar el monopolio religioso del rabinato, como las referidas a quienes podrán vigilar las normas de la “kashrut” (las reglas dietéticas religiosas) y a las condiciones para ampliar y facilitar el acceso  de la conversión al judaísmo. Obvio es decirlo, este tipo de disposiciones han desatado furiosos ataques desde los partidos ultrareligiosos, ahora en la oposición, marcando con mayor fuerza la brecha religiosa en la sociedad israelí.   

Pero lo que predomina últimamente en la atención pública es el tema de la amenaza nuclear iraní. En las semanas recientes estamos siendo bombardeados con declaraciones a cuál más beligerantes, tanto desde el gobierno como desde el ejército y desde los servicios de inteligencia, amenazando con ataques militares a los centros nucleares iraníes. Sin duda, la oportunidad de estas declaraciones está dada por la reanudación de las negociaciones entre Irán y los signatarios del pacto nuclear de 2015 (JCPOA, en sus siglas en inglés), del que EEUU, bajo la presidencia de Donald Trump, se retirara unilateralmente en 2018. Pero, de todas formas, hablar de atacar los centros nucleares de Irán sin mencionar las respuestas bélicas que acciones de ese tipo pudieran desencadenar, parecen bravatas infantiles.

De acuerdo a la última encuesta mensual (Israelí Voice Index de noviembre 2021) del Instituto de la Democracia de Israel, un 58% en Israel estaría de acuerdo con llevar a cabo esas acciones aún sin el apoyo del EEUU, frente a un 25% que se oponía. Es difícil estimar si es la presión de estas mayorías (de población judía) contribuye a que el gobierno endurezca sus posiciones o si es la prédica gubernamental y la de los medios las que inducen esa respuesta de la opinión pública. Lo cierto es que, en febrero de este año, cuando todavía Netanyahu se encontraba al frente del gobierno, esa misma encuesta encontraba que un 45.4% apoyaba atacar a Irán aún sin el apoyo de los EEUU, mientras un 45.7% se oponía.

¿Qué esperamos -o esperábamos- del nuevo gobierno? Ante todo, que sustituyera, de una buena vez, a Benjamín Netanyahu como primer pinistro, y que se fortaleciera con la aprobación del presupuesto, como condición para sobrevivir. Eso ya se ha logrado y las probabilidades de que continúe y se produzca la rotación pactada (la asunción de Yair Lapid como primer ministro en lugar de Naftali Bennett, dentro de año y medio) han aumentado notoriamente.

A partir de esto las expectativas se abren en varias direcciones, aunque en lo inmediato parece seguir predominando el estatus quo, tanto en relación a los temas de seguridad como en materia de mantenimiento de la ocupación sin atisbos de negociaciones en el horizonte (aun cuando se hayan mejorado claramente los vínculos con los EEUU).

 Lo mismo puede decirse en gran medida de la situación económica y social, cuya prioridad en la discusión pública es relativa, pese a las incertidumbres del entorno internacional que señalara más arriba. Así, la rápida revaluación del shekel no ha conducido, al menos hasta el momento, a cambios sensibles en la macropolítica y los índices de inflación permanecen dentro de los entornos fijados por el Banco de Israel, quizás ayudados por esa revaluación de la moneda. Pero las perspectivas del comercio exterior, del que tanto depende Israel, son ambiguas. El conjunto de las exportaciones sigue creciendo, pero en la última década este crecimiento se origina exclusivamente en el aumento de la venta externa de servicios; la exportación de bienes está estancada desde la crisis del 2008. Sobre esto, así como sobre el alto costo de vida y sobre los avatares del mercado laboral (que ya mencionara en una nota anterior) habrá que hablar más adelante. Mientras tanto, seguimos a la espera de señales que permitan evaluar el camino que habrá de tomar este nuevo gobierno, abierto como está tanto a continuar por donde transitaran los gobiernos anteriores, como a abrir poco a poco- nuevas perspectivas más sanas, más democráticas, más respetuosas de los derechos humanos, de todos los humanos.

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