Iom Atzmaut

Cuando se le pregunta a un israelí, ¿cómo está? La respuesta más común es “estoy bien”, esto tiene un doble significado, transmitiendo tanto la situación del individuo como la implicación, por ende, del cuerpo político en general. De hecho, el índice de la democracia 2016 encontró que las tres cuartas partes de los israelíes informan que su situación personal es “buena”, mientras que únicamente un tercio piensan que la situación del país es buena. Por otra parte, casi las dos terceras partes de los encuestados creen que la situación del país es “regular” y algunos “mala”.
No obstante, hay una importante sensación que la existencia colectiva en Israel está atascada y que la esfera pública está dañada en algunos aspectos fundamentales. Por años, la amargura se ha estado oliendo en el aire, teñida de descreimiento, falta de satisfacción y autocrítica. El proyecto sionista parece haberse perdido. Esta intuición no es sólo una característica de la izquierda israelí sino de la tendencia mayoritaria dominante, también de muchos de los que están firmemente adheridos a la política de derecha.
Como tal, el Día de la Independencia es un momento apropiado para considerar esta sensación de crisis y preguntar: ¿Los hechos la apoyan?. A primera vista, la respuesta es no.
Desde una perspectiva de seguridad, nunca hemos estado mejor. Israel es una potencia militar, en cuyos enemigos tradicionales ya no representan una amenaza existencial. Su economía es fuerte y estable. Israel resistió las crisis que afectaron a Europa y a los Estados Unidos. Se destaca en las industrias basadas en la información del futuro y tiene una de las tasas de desempleo más bajas del mundo.
Del mismo modo, las cosas están mejorando en el escenario diplomático. El primer ministro se reunió recientemente con los líderes de las tres grandes potencias, del mundo Estados Unidos, Rusia y China. Incluso los cielos de las Naciones Unidas se están aclarando.
Parece que estamos avanzando, con un impulso que debería proyectar optimismo. Entonces ¿por qué el pesimismo?

Uzi Narkis, Moshé Dayán e Itzjak Rabin. Foto: Flickr, Wikipedia
Uzi Narkis, Moshé Dayán e Itzjak Rabin. Foto: Flickr, Wikipedia

Nuestro talón de Aquiles es un desacuerdo fundamental sobre la visión israelí. En nuestros primeros años de soberanía nos ocupamos de cuestiones existenciales: la seguridad, del conflicto, la absorción de inmigrantes y el desarrollo económico. Hemos trabajado juntos sobre la base de una alianza de nuestro destino que se puso de manifiesto ante los desafíos de aquellos años. Sin embargo, no nos pudimos tomar el tiempo necesario para definir el objetivo de ese pacto, el propósito de la soberanía israelí.
Luego, en 1967, cuando seguía siendo un “jovencito” de 19 años, el joven y bello Estado de Israel fue golpeado por un embrujo, al igual que el pinchazo que derribó a la Bella Durmiente, en contacto con los territorios de la patria ancestral la sociedad civil israelí cayó en un profundo sueño.
La cuestión del futuro de los territorios se convirtió en un agujero negro que succionó todo el discurso civil israelí. Subsecuentemente, el tema central tratado durante 50 años, es la cuestión de dónde se trazarán los bordes de la frontera, en lugar de que clase de país y sociedad existirá dentro de ellos. Como resultado de este profundo sueño, voces duras y fuertes, orgullosas de sembrar la discordia reverberan desde los márgenes de la sociedad israelí.
Pregonadas por los empedernidos ideólogos que existen entre nosotros, quienes en ausencia de una discusión seria sobre una visión israelí compartida, dedican sus energías a defender un significado único e inflexible detrás de la jornada nacional. Incluyen gente como el rabino Shmuel Auerbach, líder de la ultraortodoxia extrema, así como la miembro árabe de la Knéset, Hanin Zoabi, quienes impulsados por sus visiones nacionalistas, ven al país como el epítome del mal. Vemos asimismo al periodista Yossi Klein, quien escribe para Haaretz en hebreo y al rabino Yigal Levinstein, uno de los líderes de una academia pre militar “Eli”, cada uno de ellos celosos de su propia visión, no dudan en lanzar su lengua venenosa contra los idealistas de otros partidos. Lo que tienen de común estas cuatro personas es un fundamentalismo ideológico que los impulsa a ver en el otro la encarnación del demonio.
Vladimir_Putin_21_December_2000-1La devoción extrema hacia una visión en particular los empuja a enterrar la idea de una ‘israelidad’ conjunta. El público en general es inducido a percibir que el extremismo de estas cuatro personas y otros como ellos, es representante de todo el sector al que pertenece. Esta atmósfera de guerra total entre sectores que se etiquetan unos a otros como ilegítimos, es lo que subyace de la sensación de crisis en la que nos encontramos sumergidos los últimos años.
Pero si estamos dispuestos a bajar el volumen de las voces extremas y escuchar en su lugar a los representantes de cada una de las cuatro corrientes, vamos a encontrar una causa para el optimismo sobre el futuro de un Israel compartido. No, no me refiero que habrá un príncipe en el horizonte cuyo beso producirá la perfecta solución que nos absolverá de debatir sobre los territorios y nos despertará de nuestro letargo cívico. Por desgracia, no hay ninguna posibilidad realista para un final de cuento de hadas en un futuro próximo.
Sin embargo, parece que el discurso interno en cada sector se está desplazando hacia el centro y que las envolventes centrifugadoras que nos separan se están ralentizando.
Aunque esta conclusión no es compartida generalmente, se basa en hechos: Los jaredíes (judíos ultraortodoxos) se están integrando cada vez más dentro de la sociedad israelí. Por ejemplo, casi la mitad de los hombres jaredíes y más de los dos tercios de las mujeres se han unido a la fuerza de trabajo. A pesar de que los rabinos claman que la educación superior es un holocausto espiritual “peor que Auschwitz” los jaredíes por miles están acudiendo a los colegios y a las universidades. Entre ellos, los rudos pioneros están todavía en la profundidad en el agua y el resto se está preparando para bucear en los próximos años. Ellos todavía prefieren el aislamiento social, no servir en el ejército y están lejos de la internalización de los valores liberales, pero el Rubicón se ha cruzado.

La diputada árabe, Hanin Zoabi
La diputada árabe, Hanin Zoabi

Los jaredíes ahora están involucrados en la toma de decisiones nacionales, participando en el proyecto sionista y están sintiendo el toque de la “mano invisible” de Adam Smith, que dentro de una generación elevará a este grupo de personas de la pobreza a la clase media. No debemos esperar una completa integración de los jaredíes o de otros israelíes, esto no va a suceder, pero los caminos en este sentido no están herméticamente cerrados.
Las posiciones típicas de los ciudadanos árabes israelíes con respecto al Estado son muy diferentes de la posición de confrontación de los líderes políticos.
De acuerdo con el Índice de Democracia, los árabes en Israel con una mayoría del (55%) están “orgullosos” o “muy orgulloso” de ser israelíes. Cuando se les preguntó qué identidad es más importante para ellos, eligieron principalmente su religión (29%), Israel (25%) y su identidad árabe el (24%). Unicamente una minoría de árabes israelíes, un octavo, dijeron que su identidad palestina es la más importante. Es verdad, que los árabes israelíes no acepten la definición que Israel es el país del pueblo judío y sólo el 40 por ciento se sienten parte del país y de sus problemas “en gran medida”. Sin embargo, una tercera parte de este grupo de población expresa la confianza en el ejército.
Los Religiosos Nacionales, que durante la última generación han sido la principal fuente de enervación en los conflictos centrales de nuestra vida pública, tienen ahora una parte desproporcionada de las posiciones clave de liderazgo en el país. Durante años, el motor ideológico del grupo corrió principalmente en la energía mesiánica que salió de las influyentes yeshivot (centros de estudios de la Torá) ultra ortodoxas nacionales. Pero la amenaza planteada por una agenda mesiánica ignorante de las realidades de la historia ha disminuido en los últimos años. La Nacional ultra-ortodoxia ha perdido el poder, tanto en número (que representa sólo el 6% del campo religioso nacional) como en su influencia sobre el resto del sector religioso nacional.
Los nacional religiosos derivan sus preferencias y perspectivas políticas de un análisis realista de los acontecimientos, al igual que cualquier otro grupo. El deseo no disimulado de los líderes del partido “Casa Judía” (Bait Yehudí) por el divorcio de la facción Tkuma es una poderosa expresión de la fuerza decreciente del movimiento mesiánico nacional ultraortodoxo.

El rabino YIgal Levinstein
El rabino Yigal Levinstein

Un estudio de la Prof. Tamar Hermann encontró que, contrariamente a la creencia común, existe un solapamiento sustancial entre la actitud del campo religioso nacional hacia la democracia y la del público israelí en su conjunto. La satisfacción del grupo con el funcionamiento de la democracia israelí es mayor que la del resto del público. Sionistas religiosos mantienen una postura de derecha casi monolítica, pero muestran una pluralidad de puntos de vista sobre cuestiones de religión y Estado. Una clara mayoría se opone a la legislación religiosa y a las frecuentes declaraciones de los miembros de este sector que se niegan a obedecer órdenes militares y que se debería retirar de los territorios, mientras que no están respaldados por un verdadero deseo de provocar una explosión. La desconexión de Gaza lo demostró. Finalmente, la gran mayoría de la izquierda israelí está muy lejos del estereotipo antipatriota que la derecha le podría endilgar. De acuerdo al Indice Democrático a pesar que los izquierdistas son más pesimistas que otros sobre el futuro del país, una sólida mayoría, aproximadamente dos tercios, informan que se sienten orgullosos de ser israelíes, cuatro de cada cinco se sienten parte del país y de sus problemas. Teniendo en cuenta la cantidad de tiempo que la derecha mantuvo el poder político, y la profundidad de los desacuerdos sobre las fronteras del país, estos son números impresionantes y expresan el profundo compromiso de la izquierda al proyecto israelí compartido.
Parece ser que una evaluación realista de Israel produce una imagen más positiva que la imagen que tenemos de nosotros mismos. Hay muchas sombras en nuestra vida nacional y ciertamente no vamos a minimizar su gravedad. Sin embargo, los hechos demuestran que esta sensación de crisis en relación con la identidad y la solidaridad de Israel es infundada. Por el contrario, en contraposición a los titulares que gritan que nos hemos acostumbrado a la tendencia general es un ablandamiento de nuestros desacuerdos internos. En el contexto de la crisis actual de la democracia en Occidente, los israelíes pueden estar orgullosos de este hecho: el 85 por ciento de los israelíes cree que con el fin de hacer frente a los desafíos debemos aferrarnos al carácter democrático del Estado.
Israel no es lo que usted piensa.
Fuente: Prof. Yedidia Z. Stern. El Instituto de Democracia de Israel ■

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