Un imperativo: Recordar a Darwin

1 febrero, 2017

Para prevenir el creciente oscurantismo en ciernes
Joseph Hodara
La tensa rivalidad entre la ciencia y el pensamiento religioso tiene constante presencia en la humana historia. Mientras que la primera auspicia y cultiva la libre reflexión, las teologías adhieren y repiten dogmas con la ayuda de instituciones autoritarias e ideologías hostiles al libre y terrenal concurso de las ideas. Recuérdese que cuando Copérnico y Kepler demostraron que la tierra que habitamos no es ni el centro ni el eje del universo, las iglesias y sus creyentes exigieron castigar y reprimir a estos practicantes de la libre reflexión.
Apunte que nos conduce a Charles Darwin (1809-1882) quien al enhebrar y difundir ideas en torno a la evolución de las múltiples criaturas –  desde piedras y plantas hasta la humana especie –  multiplicó las dudas en torno al bíblico relato sobre la gestación del ser humano. Conviene recordar algunos de sus hallazgos en estos tiempos en que no pocas posturas dogmáticas – en la política como en la religión-  amenazan el libre juego de las ideas.
Seis años antes de morir, Darwin resolvió poner al margen sus labores científicas con el propósito de narrar selectos episodios de su vida. Se trata de un escrito que dedicó a su familia – esposa y diez hijos – y que no debía interesar al amplio público. Pero sus descendientes revelaron otro parecer. Su nieta – Nora Barlow – resolvió publicar sus notas autobiográficas en 1958 sin respetar las censuras que su esposa Emma había intentado imponer al texto cuando se publicó fragmentariamente pocos años después del fallecimiento del autor, en particular las sentencias que revelaban la distancia de su esposo respecto a los dogmas religiosos.
Así se inicia el apunte: » Intenté escribir estas páginas como si ya estuviera muerto y fuera yo un morador del otro mundo que pasa revista a su vida…Tarea que no me es difícil pues me restan pocos años…»
Como observador de la vida y la muerte de especies, así como de la evolución de fenómenos naturales, Darwin aceptó con realismo su final; curso y término de la vida  que constató a menudo en sus múltiples exploraciones.
Una de ellas fue decisiva: la peregrinación durante cinco años en un buque británico – el Eagle –que lo condujo a conocer la geografía, la botánica y los pobladores de múltiples rincones del mundo. En particular, las observaciones que recogió en Brasil, Argentina y Chile sustentaron las principales tesis que ulteriormente se tradujeron en su postura en torno a la selección natural de plantas, rocas y animales, incluyendo el propio ser humano.
Sus ideas y hallazgos se difundieron en un libro – » El origen de las especies – que desde su publicación en 1859 es motivo tanto de fértil reflexión como de agria censura. Por no pocos y hasta estos días es considerado un alegato adverso a la creencia en algún Dios, a la existencia del alma, y a la ética sustentada absolutamente en las sagradas escrituras.
En efecto, sus teorías y observaciones sobre la evolución de las especies -incluyendo el animal humano- representan temas de áspero litigio entre los que cultivan el espíritu científico y los que adhieren a interpretaciones teológicas. Para las últimas, la pluralidad de las especies animales y botánicas y la aparición del hombre son resultado de un dictamen divino, que las primeras páginas de la Biblia relatan. Para teólogos y creyentes, la variedad de las especies y la capacidad de sobrevivencia del hombre no admitían otra explicación.
Antes de trepar al Beagle, Darwin se inclinaba a aceptar esta tesis. Pero sus observaciones sobre animales y plantas, y el hallazgo de eslabones entre unos y otras, le condujeron a una postura escéptica respecto a los postulados bíblicos. Las criaturas que habitan el mundo han conocido una larga historia -entre ocho a cuarenta millones de años- y en este periodo se habría verificado una selección natural conforme a la capacidad de ajuste a nuevas condiciones ambientales.
Paradójicamente, un teólogo le facilitó algunas pistas. Se trata de Tomás Malthus (1766-1834) quien había apuntado la existencia de un insoluble desequilibrio entre los recursos naturales y la especie humana. En su opinión, los primeros se multiplican en forma aritmética en tanto que la población asciende en términos geométricos. Tesis que los fascismos han adoptado con entusiasmo; para estos, las guerras y los conflictos son tanto inevitables como necesarios.  Los que mejor se ajustan a las limitaciones del entorno sobreviven.
Darwin rechazó esta postura. Las interacciones entre las criaturas (desde el hombre a las hormigas y los microbios) cambian constantemente, pero de aquí no cabe concluir la existencia de un inevitable conflicto entre las especies.  Los revolucionarios hallazgos de la genética a partir de Mendel y el desciframiento molecular realizado por Watson-Crick (el celebrado DNA) aportan adicionales pruebas a los postulados darwinistas. Ninguna presencia en este mundo -desde al hombre a las hormigas- tiene una estructura permanente; han conocido y conocerán cambios sin la intervención de algún factor sobrenatural o divino.
En estos tiempos en los que se insinúa una torpe rivalidad entre naciones y economías es inevitable recordar el lúcido equilibrio que presidió a Darwin al explorar la larga evolución de plantas y especies, incluyendo la humana. Importante preservarlo.

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4 thoughts on “Un imperativo: Recordar a Darwin”
  1. En cuanto a los nazis, basados en la ley del más fuerte, habría que aclarar que son defectos los que permiten la evolución humana, y tras muchísimos años, defectos que pueden ser provocados por las mismas radiaciones que producen cáncer o porque es imposible que dos seres sean iguales, aparte de la discusión sobre qué características son las definitorias del humano. Pero también existen teorías sobre el contagio de característica, casi en vivo, por contacto social, así que ya tendríamos otro nazi por otro motivo. Igual de peligrosa es la negación de Darwin, en Estados Unidos un gran porcentaje de la población niega que el hombre descienda del mono, apoyados por famosos, políticos republicanos y líderes religiosos, la verdad es que todavía hay muchos que desconocen que la Tierra gira alrededor del Sol, el problema es que en estas ideas se basan los políticos de derechas cuando niegan el calentamiento global, suponen que el hombre es tan maravilloso que de ser cierto inventará una solución rápida.

  2. estimado republicano el hombre no desciende del mono Lo que ocurre es que ambos descienden de un antepasado comun y las diferentes ramas se fueron especializando y dando diferentes tipos

    1. Es una forma de decirlo simple, pero que se entiende. En Estados Unidos los que no creen en la teoría de la evolución, los creacionistas, según las encuestas llegan a ser el 40% y el 60% acepta educar en los colegios a los niños añadiendo esta teoría alternativa. No quieren ni pensar que el hombre tuvo en el pasado lejano algo que ver con un animal, ni aceptan que sus antepasados recientes se hayan portado mal con el medio ambiente. Los religiosos modernos encuentran explicaciones para adaptar la fe con las evidencias científicas, este negacionismo sólo trae la ignorancia y la involución.

  3. La evolución nunca llegó a ser una teoría, únicamente se quedó en hipótesis. Desde mediados del siglo XIX Louis Pasteur demostró que la generación espontánea es falsa. Sin embargo, los evolucionistas siguen creyendo lo increíble, para ignorar que hay un Dios que pronto los traerá a juicio. No nos engañemos. Se necesita más fe para creer en la evolución que en Dios. Israel es el pueblo de Dios. Creer en la evolución y negar la existencia de Dios es antisemitismo. Estamos a las puertas de un evento mundial: la segunda venida de Cristo. Lo que el profeta llama «el día terrible de Jehová». Terrible porque muchos de los que rechazaron a Dio y prefirieron correr en pos de la «falsamente llamad Ciencia (como dijo el apóstol Pablo)» preferirán buscar la muerte antes que rendir cuentas a Aquel que es el creador de todas las cosas.

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