La inestabilidad es también un problema nuestro

8 febrero, 2017

No somos inmunes a las turbulencias mundiales
Benito Roitman
Estamos entrando en el último tercio de esta década, que se inauguró con la esperanza de que la crisis económica internacional de los años 2007/2008 fuera quedando atrás. Pero la realidad se fue encargando, primero de ir matizando esa esperanza y luego de transformarla en lo que es actualmente, y que parece prolongarse en el próximo futuro: una etapa caracterizada por la inestabilidad y la incertidumbre. Esta es también la percepción que se recoge en el último documento preparado por el Consejo Nacional de Inteligencia (el centro para el desarrollo del pensamiento estratégico de mediano y largo plazo de la Comunidad de Inteligencia de los EEUU).
En ese documento (Global Trends -Paradox of Progress, publicado en enero de 2017), se estima que “Una continua inestabilidad y ajustes significativos en lo político, en lo económico, en lo social y en lo ambiental marcarán los próximos cinco años en todo el mundo. Muchas sociedades no tendrán éxito en sus esfuerzos por conservar los avances de las pasadas dos décadas -especialmente para los nuevos integrantes de sus clases medias- mostrando así fracasos gubernamentales tanto en países pobres como en países ricos. La tecnología informática avanzada ampliará diferencias en materia de desigualdad, globalización, política y corrupción, mientras que las injusticias y la humillación percibidas estimularán protestas y manifestaciones violentas. Cambios estructurales en las economías mundiales -desde tecnologías y finanzas que crean riqueza sin crear empleos hasta endeudamientos crecientes que pesan sobre el crecimiento futuro- alimentarán estos cambios.”
Naturalmente, las proyecciones de futuro son siempre un ejercicio arriesgado, que muchas veces pueden estar sesgadas por las preocupaciones y subjetividades de quienes las preparan, y que cargan además con el peso del pasado reciente como principal extrapolación del porvenir. Y sin embargo, resulta difícil pensar que puedan desarrollarse actividades humanas y sociales que no estén enmarcadas en una orientación, consciente o no, de lo que se espera (o de lo que se quiere) que suceda hacia adelante.
Sin ir más lejos y en el corto plazo, en la preparación, discusión y aprobación del presupuesto público, que es indudablemente uno de los principales instrumentos de política del gobierno, está siempre presente una proyección de lo que se espera que suceda en los diferentes ámbitos de la sociedad y aún fuera de ella, en el marco internacional donde se inserta el país. Es así que en las actuales circunstancias, cuando existe un consenso generalizado sobre la inestabilidad e incertidumbres que rodean a la economía global, pero también a los desarrollos políticos internacionales, debería ser más necesaria que nunca, a nivel nacional, la explicitación -y la justificación ante la opinión pública- de las políticas a seguir para enfrentar esas turbulencias.
Estas reflexiones vienen a cuento porque, pese a lo anterior, parecería que en Israel somos (o creemos ser) más o menos inmunes a esas turbulencias. No parece que hayamos tomado medidas serias para enfrentar la inestabilidad de la economía internacional, aunque las exportaciones de bienes estén estancadas desde hace dos años. Cierto es que la economía ha continuado arrojando tasas de crecimiento positivas, pero como consecuencia del crecimiento del consumo privado interno, que en una economía pequeña y con escasos recursos naturales como la de Israel tiene límites muy claros. Y estos límites están impuestos por el crecimiento de la capacidad de importar, que a su vez depende del ritmo de aumento de las exportaciones, lo que nos lleva nuevamente a los problemas de inestabilidad e incertidumbres internacionales, tanto en el futuro inmediato como en el mediano y en el largo plazo.
Es que en el caso de Israel -y más allá de los acuciantes problemas políticos que se procesan internamente (crisis identitarias, discriminación, relaciones religión-Estado) y de los que se refieren a la ocupación de los territorios y a la creciente presión intragubernamental por anexarlos y proclamar la vigencia de un sólo Estado entre el río Jordán y el Mar Mediterráneo-  se viene sosteniendo desde hace ya un tiempo que sus rasgos de nación Start Up constituyen una garantía de continuidad del crecimiento económico en el mediano y en el largo plazo. Se trata de un crecimiento basado en gran medida en el permanente desarrollo de nuevos productos y servicios en diferentes áreas de tecnologías de punta y en su venta al exterior. Y en esa tesitura, ese desempeño debería de permitir el mantenimiento de las posiciones que Israel ha alcanzado entre los países desarrollados, aún tomando en consideración las turbulencias que acompañarán durante un largo período al funcionamiento de la economía internacional.
Sin embargo no es superfluo recordar que las posiciones que Israel ha alcanzado entre los países desarrollados están construidas, en gran medida, sobre una plataforma relativamente estrecha. Las actividades de alta tecnología ocupan poco menos del 10% de la fuerza de trabajo, a pesar de su muy alta participación en las exportaciones del país. Esto puede interpretarse como que las necesidades de formación de mano de obra de altas calificaciones, para continuar alimentando las demandas de trabajadores en esas actividades, no estarían siendo demasiado afectadas -ni ahora ni en el previsible futuro- por el pobre desempeño del sistema educativo en su conjunto. Alcanzaría con la preparación de una pequeña élite, en establecimientos educativos privilegiados (y quizás adiestrada parte de ella en las unidades adecuadas del Ejército) para contar con la mano de obra requerida para mantener el ritmo de producción de bienes y servicios de los que tanto nos congratulamos como Nación Start Up.
Pero aún si esto fuera cierto; si no fuera necesario reformar en profundidad el sistema educativo en Israel para mantener el crecimiento económico actual, las consecuencias de continuar con ese modelo de crecimiento serían el mantenimiento y la profundización de las brechas existentes, en una sociedad donde la heterogeneidad estructural -ya presente y manifiesta en lo económico y en lo social- se iría agravando. Es decir, persistir en la utilización del actual modelo económico conlleva el aumento de las brechas sociales y con ellas un creciente deterioro político, cuyos límites no conocemos. Porque la productividad del trabajo en Israel, en promedio, es de las más bajas entre los países de la OECD, lo que contrasta con la productividad en sus sectores de alta tecnología, que se encuentra entre las más altas a nivel internacional. En lo económico, eso se refleja en una competitividad reducida en el ámbito internacional, mientras que en lo social se traduce en desigualdad permanente.
Razones como estas llevan a pensar que en el clima de inestabilidad y de incertidumbre que inevitablemente nos estará acompañando en el previsible futuro, las apuestas a continuar creciendo con base en la producción y exportación de alta tecnología deben combinarse con un cambio significativo en la política pública, que apunte a revertir el sistema educativo, a unificarlo y a convertirlo en el vehículo de cambio de esta sociedad. Y no sólo para aumentar las calificaciones de la mano de obra, con todo lo necesario que es. Tan importante como ello es generar en cada educando -que al fin y al cabo es cada nuevo ciudadano- una práctica de pensamiento crítico, que tanta falta hace en la sociedad de hoy.

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One thought on “La inestabilidad es también un problema nuestro”
  1. Creo que el caso israelí es muy diferente al norteamericano y europeo, sin ser ideal es mucho mejor que por ejemplo el español, porcentualmente ambos países poseen un nivel económico similar, incluso comparten muchas otras similitudes, sin embargo en España el paro es del 20% y en provincias del sur como Cádiz ha llegado a superar el 50%, todo con unas desigualdades sociales y una falta de protección del estado muy alejados de los países del norte de Europa y que cada vez van a más para equipararlos al modelo de Estados Unidos. En democracia España pasó de un educación arcaica y desigual durante la dictadura fascista, con un único partido y sindicato en connivencia con los empresarios fascistas, a tener uno de los porcentajes de universitarios más altos del mundo, todos las clases medias aspiraban a los estudios superiores y nadie quería trabajos manuales, estos se dejaban a los inmigrantes, o especializados en escuelas de formación, paralelamente se creó la cultura de la juventud de dejar los estudios básicos y ganar más en la construcción, mientras que con la crisis ha crecido el racismo, un poco porque muchos inmigrantes abandonaron el país o no hay tantos ciudadanos desinformados como hace décadas, y trabajos de menos altura son ocupados por universitarios, mientras los españoles que no tenían estudios ni formación no saben hacer nada. A la vez las malas condiciones económicas y las subidas de las tasas universitarias hacen una eugenesia social, por lo que el país puede volver a la pirámide social de los tiempos de la dictadura. En definitiva, Israel se parece a España en números macro, pero no creo que los israelíes deban protestar.

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