El expresidente Donald Trump, el exprimer ministro Benjamín Netanyahu, el ministro de Exteriores de Bahréin, Abdullatif bin Rashid Al-Zayani y el ministro de Exteriores de EAU Abdallah bin Zayed al Nahyan durante la firma de los Acuerdos de Abraham en la Casa Blanca Foto: Casa Blanca/Joyce N. Boghosian.

Elías Farache S.

La salida de una parlamentaria del partido Iamina, el mismo del primer ministro Naftalí Bennet, ha sido la gota que quizás derrame el vaso.

El panorama que se ha presentado después de varias elecciones, la composición actual de la Knéset, los resultados de las encuestas son todos indicativos de una problemática en Israel que no parece resolverse yendo reiterativamente a las urnas electorales. Es cierto que la figura de Benjamín Netanyahu causa polarización, es evidente su influencia en el espectro político. Pero el empate técnico de las fuerzas capaces de formar coalición refleja también las posiciones virtuales que privan en la sociedad israelí en todos los aspectos.

Todos los actores de la política israelí están conscientes de los problemas que se viven. Luego de la crisis de la pandemia, la economía necesita de un impulso que permita al país mantener el alto estándar alcanzado. Allí todos coinciden y no hay muchas variantes para las soluciones necesarias. En el tema de la seguridad nacional, todos coinciden en considerar a un Irán nuclear como una grave amenaza para la existencia de Israel. Casi todos concuerdan en aquello de reivindicar el derecho de Israel a tomar acciones unilaterales, unos retando al aliado americano, otros de manera más sutil.

En el tema del conflicto palestino-israelí, todos quieren un acuerdo que permita vivir en paz. Dentro de la misma coalición actual existen puntos de vista encontrados. Quienes están dispuestos a más concesiones territoriales y quienes no, quienes no aceptan desarrollos habitacionales en la Margen Occidental y quienes sí. Ante la ola de terror desatada en marzo y abril, no hay discrepancias respecto a la gravedad de esta. Se repite la fatídica situación que requiere el uso de la fuerza para evitar más atentados que resultan prácticamente imposibles de prevenir, con suerte se pueden disuadir ciertas intenciones.

Las relaciones con países árabes logradas bajo el manto de los Acuerdos de Abraham son apreciadas por todos. El único punto quizás en el cual no se han escatimado elogios a Netanyahu, el mismo que señaló y demostró que para tener paz con el mundo árabe no era un requisito indispensable resolver el complicado, largo y ya inentendible conflicto palestino-israelí.

Siendo que todos reconocen los mismos grandes problemas y necesidades, no resulta lógico que haya tanta dificultad en armar una coalición estable y funcional. El asunto parece radicar en percepciones más internas y concepciones de fondo que afectan la forma.

La sociedad israelí se debate en cuanto al concepto mismo de estado judío. Aunque todos se pronuncien por la democracia y los valores judíos, entre derecha e izquierda hay un gran abismo en cuanto a formas y concepciones. Mayor religiosidad en vez de más liberalismo, contenidos más judíos en contraposición a aquellos eventualmente más universales. Y sí, a pesar de todos coincidir en los verdaderos problemas y las necesarias soluciones, no puede haber acuerdos entre partes y componentes que sugieren y adoptan rutas distintas.

Los enemigos de Israel se equivocan al asumir que las divisiones internas son una debilidad terminal del estado. Todos en Israel saben cuáles son las amenazas externas y cómo enfrentarlas, entre otras cosas porque no existen muchas opciones viables.

Siendo este el panorama general, y vista la debilidad de la coalición del momento, parece que una vez más se irá a elecciones.

Y una vez más, estaremos ante una coalición difícil de armar. Son los sinsabores de la democracia, el mejor sistema de gobierno, pero para nada perfecto.

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