Un hogar portátil – La Parashá de la Semana

8 febrero, 2019 , , , ,

La parashá Terumá describe la construcción del Tabernáculo, el primer templo grupal de la historia de Israel. El primero, pero no el último; fue eventualmente reemplazado por el Templo de Jerusalem. Quiero enfocarme, por el momento, en un punto de la historia de Israel que representa la espiritualidad judía en su nivel más bajo y en la huida más alta: el momento en que fue destruido el Templo.

Es difícil de captar la profundidad de la crisis en la que se sumió el pueblo de Israel ante la destrucción del Primer Templo. Su misma existencia estaba centrada en la relación con Dios, simbolizada por el culto que se llevaba a cabo diariamente en Jerusalem. Tras la conquista babilónica del año 586 A.E.C., los judíos perdieron no solo su tierra y su soberanía. Al perder el Templo, era como si hubieran perdido la esperanza. Tenían puesta su esperanza en Dios, pero ¿Cómo hacer para dirigirse a Él si el lugar en que lo hacían estaba en ruinas? Existe un documento que ha dejado un registro vívido del estado de ánimo de los judíos en ese momento, uno de los salmos más famosos:

En la orillas de las aguas de Babilonia nos sentamos y lloramos al recordar a Sión. ¿Cómo cantar las canciones al Señor en una tierra extraña?

Salmo 137

Fue entonces que una respuesta comenzó a formularse. El Templo ya no existía, pero sí perduraba su memoria, y era lo suficientemente fuerte como para juntar a los judíos en un ritual colectivo. En el exilio, en Babilonia, los judíos comenzaron a reunirse para explicar la Torá, articular una esperanza conjunta de retorno y recordar del Templo y a sus ceremonias.

El profeta Ezequiel fue uno de los que modelaron la visión del retorno y la restauración, y le debemos a él la primera referencia indirecta a una institución radicalmente nueva que eventualmente se llamó el Bet Knesset, la sinagoga: “Esto es lo que dice el Soberano, el Señor: Aunque los envié alejados de las naciones y los dispersé por los países, aun así les he traído a ellos un pequeño Santuario (Mikdash me’at) en los lugares donde han ido” (Eze. 11: 16). El Santuario central fue destruido, pero quedó un pequeño eco, una miniatura.

La sinagoga es uno de los más notables ejemplos de una itaruta de’letata, un “despertar desde abajo.” Surgió, no por las palabras de Dios a Israel sino por las palabras de Israel a Dios. No hay una sinagoga en el Tanaj ni una orden de construir lugares de rezo. Por el contrario, cuando el Tanaj habla de una “casa de Dios” se refiere al Santuario central, un foco colectivo destinado al culto del pueblo en su totalidad. (1)

Tendemos a olvidar cuán profundo fue el concepto de la sinagoga. El profesor M. Stern ha escrito que “al establecer la sinagoga, el judaísmo creó un ámbito completamente nuevo para el servicio divino, de un tipo desconocido en cualquier otro lugar hasta el momento.”(2) Se transformó, según Salo Baron, en la institución a través de la cual la comunidad en exilio “desplazó el énfasis del lugar de adoración, el Santuario, al de reunión de los fieles, la congregación, reunidos en cualquier momento y en cualquier lugar del amplio mundo de Dios.” (3) La sinagoga se transformó en la Jerusalem del exilio, el hogar del corazón judío. Es la expresión ulterior del monoteísmo – que en el lugar en que queramos reunirnos para tornar nuestros corazones hacia el cielo, ahí puede encontrarse la Divina Presencia, pues Dios está en todos lados.

¿De dónde salió esta idea que cambió el mundo? No vino del Templo sino más bien de una institución mucho más temprana descrita en la parashá de esta semana: el Tabernáculo. Su esencia es que era portátil, hecho con vigas y colgantes que podían ser desmantelados y portados por los Levitas cuando los israelitas transitaban por el desierto. El Tabernáculo, una estructura temporaria, terminó teniendo una influencia permanente, mientras que el Templo que debía ser permanente, resultó temporario – hasta el momento en que, como rezamos diariamente, es reconstruido.

Más significativa que la estructura física del Tabernáculo es la metafísica. La idea misma de construir una casa para Dios parece absurda. Era demasiado fácil comprender el concepto de un espacio sagrado para la visión politeísta. Los dioses eran semi-humanos. Había lugares en donde podían ser hallados. El monoteísmo rompió con esta idea de raíz, en ningún lugar más elocuentemente que en el Salmo 139:

¿Dónde puedo evitar Tu Espíritu?

¿A dónde puedo huir de Tu Presencia?

Si subo a los cielos, Tú estás ahí;

Si preparo mi lecho en las profundidades, Tú estás ahí.

Salmo 139

De ahí la pregunta formulada por el rey más sabio de Israel, Salomón: “Pero, ¿realmente podrá vivir Dios sobre la tierra? Los cielos, aún los más elevados, no pueden Contenerte. ¡Cuánto menos este templo que he construido! (I Reyes 8: 27).

La misma pregunta fue planteada en el nombre de Dios por uno de los más grandes profetas de Israel, Isaías:

El cielo es Mi trono

y la tierra es Mi banquillo.

¿Dónde está la casa que Me construirás?

¿Dónde será Mi lugar de reposo? (Isaías 66: 1)

Isaías 66:1

El concepto mismo de hacer un hogar en un espacio finito para una presencia infinita parece una contradicción terminológica. La respuesta, aún sorprendente por su profundidad, se encuentra en el comienzo de la parashá de esta semana: “Harán un Santuario para Mí, y Yo viviré en ellos (betojam)” (Ex. 25: 8).

Los místicos judíos señalaron lo extraño de la lingüística de esta frase. Debería decir “Yo viviré en él”, no “Yo viviré en ellos.” La respuesta es que la Divina Presencia vive, no en un edificio sino en sus edificadores; no en un lugar físico sino en el corazón humano. El Santuario no era un lugar en el que la existencia objetiva de Dios estaba de alguna forma más concentrada que en cualquier otro lado. Más bien, era un lugar cuya santidad tuvo la facultad de abrirle los corazones a Él, que es adorado allí. Dios existe en todos lados, pero no sentimos Su presencia de la misma manera. La esencia de “lo sagrado” es que es un lugar donde dejamos de lado todos los elementos y deseos humanos y entramos en un ámbito totalmente destinado a Dios.

Si el concepto del Mishkan, el Tabernáculo, es que Dios vive en el corazón humano cuando se abre sin reservas hacia el cielo, en tal caso su ubicación física es irrelevante. Así fue que se abrió el camino, siete siglos más tarde, a la sinagoga: la declaración suprema de que Dios está en todas partes, que Él puede ser hallado en cualquier lugar. Me resulta conmovedor que la estructura frágil descrita en esta parashá se haya convertido en la inspiración de una institución que, más que cualquier otra, mantuvo vivo al pueblo judío durante casi dos mil años de dispersión – la más larga de todas las travesías del desierto.


Fuentes
1. II Samuel 7:27; I Kings 6:1ff, 8:27; I Chronicles 22:1, etc.
2. H.H. Ben-Sasson, ed., A History of the Jewish People (Harvard University Press, 1976), 285.
3. Salo Baron, The Jewish Community (Jewish Publication Society of America, 1945), 1:62

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