Un doble desconcierto

En Israel, como en casi todo el mundo, el desconcierto frente a la pandemia es generalizado y sólo lo supera, en la mayor parte de los casos, la angustia por el futuro (alimentada como está por un presente opaco). Y es un desconcierto que no encuentra respuestas, al menos en lo inmediato, a las interrogantes que lo alimentan. El prolongado y obligado encierro se ha impuesto como una respuesta estándar a los estragos de la pandemia, para impedir el colapso de los sistemas de salud, que podrían verse superados y abrumados por un diluvio de enfermos e infectados superior a las capacidades disponibles. El encierro se ha venido cumpliendo, asegurando que los sistemas de salud resistan la presión; es así que el primer objetivo -contener la expansión de esta pandemia de modo tal que permita que los sistemas de salud no se vean desbordados y continúen funcionando- se habría logrado, aunque el costo económico y social de esta virtual paralización de la actividad viene resultando enorme.

Afloran entonces -Israel es un ejemplo de ello- las interrogantes y los enfrentamientos entre quienes privilegian la prudencia sanitaria e insisten en mantener la severidad de las medidas preventivas, a sabiendas de las graves repercusiones económicas ya sufridas y entre quienes propugnan por retornar cuanto antes a los cauces de la normalidad, aun tomando en consideración los riesgos sanitarios que ello conlleva. Se trata, ahora, de decidir cuáles serían las estrategias más adecuadas para ir retornando a la actividad.

A esta etapa corresponden las recientes medidas anunciadas en Israel el sábado 18 de abril por la noche por el Primer Ministro Benjamín Netanyahu (y como ya es costumbre, conocidas y aprobadas por el gabinete de ministros sólo ex post facto, sin que esto despierte demasiadas preocupaciones en la mayoría de la población; nos estamos acostumbrando de a poco a ceder los espacios democráticos que aún subsisten), que de hecho llevan a un levantamiento generalizado del encierro domiciliario, con excepción de los mayores de 67 años y de las personas en cuarentena por la enfermedad.

Sin embargo, el desconcierto continúa y aumenta; porque no parece haber claridad sobre el alcance de esas nuevas medidas ni de cómo darles el cumplimiento adecuado. Ciertamente, hay signos alentadores de que podríamos estar atisbando, desde lejos todavía, una luz a la salida del túnel, y ya llegará el momento, quizás, en que sea posible evaluar con mayor objetividad los aciertos y los errores cometidos en el manejo de esta pandemia y atribuir sin prejuicios culpas y elogios. Lo que resulta reconfortante es que las agoreras declaraciones del Primer Ministro hace exactamente un mes, (“Benjamín Netanyahu le dijo al Gabinete el lunes por la noche que 10,000 israelíes podrían morir por el coronavirus y 1,000.000 podrían infectarse” en el periódico Jerusalem Post del lunes 25 de marzo 2020) no se han cumplido. Forman parte más bien del sistemático uso de “amenazas existenciales” en su discurso político, a las que nos viene acostumbrando desde hace tiempo y que tan bien ha sabido utilizar para el manejo de su electorado.

Pero al desconcierto y a la angustia que genera esta pandemia se agrega, en Israel, un creciente desconcierto político. ¿Qué está pasando en materia de gobierno? ¿Bajo qué régimen estamos viviendo? La reciente firma de un acuerdo entre Netanyahu y Gantz para formar un gobierno de “emergencia nacional” aumenta el desconcierto. ¿Qué tendrá de emergencia este gobierno, y a qué se refiere Gantz cuando dice que eligió firmar un acuerdo de coalición para “defender la democracia y luchar contra la epidemia”?  Porque por lo que se conoce de los términos del acuerdo firmado, poco se refiere éste a la emergencia sanitaria, con lo que el desconcierto crece.  Aparentemente, lo que se menciona es que durante los primeros seis meses de este nuevo gobierno se tratarán y legislarán sólo asuntos vinculados a la epidemia y, sin embargo, se establece especialmente una excepción: desde el 1º de julio se podrá legislar sobre la anexión de -parte- de los territorios (“¿en qué forma es este tema crucial en la lucha contra el Coronavirus o, en su defecto, vital para la defensa de la democracia?”).

Por otra parte, y más allá de todas las disposiciones tomadas y vetos contemplados para impedir que uno de los socios traicione al otro desde la tan preciada posición de Primer Ministro, que sería ejercida los primeros 18 meses por Benjamín Netanyahu y los siguientes 18 meses por Benny Gantz, el desconcierto nos lleva a preguntarnos cómo es que el acuerdo habla de tres años de gobierno compartido, cuando nos enseñaron que el plazo normal de un gobierno en Israel es de cuatro años (art.8 de la Ley Básica de la Knéset, 1958).  Y no sé si el desconcierto culmina cuando nos enteramos que se contempla formar un Gabinete con 36 ministros (32 inicialmente a los que luego se agregan otros 4) y 16 vice ministros, cuando lo urgente es contar con un presupuesto público adecuado en medio de esta crisis sanitaria y económica (aunque no sabemos si eso está contemplado en el acuerdo). Pero lo que el acuerdo sí contiene son disposiciones que ponen en manos de Netanyahu y de sus seguidores el futuro del sistema judicial. Y, en un acto de fe, se nos pide que veamos al gobierno que se está formando como un gobierno de emergencia nacional, surgido de un acuerdo cuyas disposiciones son cruciales “para combatir la epidemia y para defender la democracia”.

¿Qué queda por delante?  En Israel estamos doblemente desconcertados, por la irrupción y las consecuencias de la pandemia y por la manipulación política que poco a poco nos aleja de los valores democráticos de los que tanto presumimos. De la pandemia saldremos, y por ello debemos desde ya comenzar a diseñar y poner en práctica estrategias que nos ayuden a remontar el cataclismo económico -desempleo, endeudamientos masivos, empresas cerradas y/o quebradas, descalabros en el sistema de precios, un comercio exterior minimizado, etc. etc. Pero para eso es preciso contar con una estructura de gobierno a la que le tengamos confianza, y el desconcierto político es el mejor caldo de cultivo de la falta de credibilidad en las instituciones. Y esa falta de credibilidad, que ya se estaba manifestando en esta sociedad -testigo de ello son, por ejemplo, los resultados de las múltiples encuestas sobre el tema que lleva a cabo el Instituto de la Democracia en Israel- se está profundizando a pasos agigantados, y en no pequeña medida gracias al ya citado reciente acuerdo entre Netanyahu y Gantz.

En lo inmediato, no es mucho lo que se pueda hacer frente a los hechos, más que bregar por una salida adecuada de la pandemia que ha caído sobre nosotros. Pero lo que sí es posible -y necesario- hacer es superar el desconcierto en que nos ha sumido el desarrollo de los sucesos políticos recientes, dejar las lamentaciones a un lado y convocar, en todos y por todos los medios posibles, al rescate de la solidaridad y a la defensa de los valores democráticos. El diseño del futuro próximo depende, crucialmente, de cómo resistimos y superamos el doble desconcierto que nos aqueja.

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