Foto: Wikipedia - CC BY 2.5

Ocurrieron en la misma fecha calendario, con cientos de años de diferencia entre una y otra destrucción. Significaron también en ambas ocasiones, el exilio del pueblo.

La perenne lamentación por la destrucción del templo de Jerusalén es muy significativa para comprender el carácter nacional y religioso del pueblo judío. A veces, por conveniencia, muchos señalan que los judíos no son más que una religión, y como tal deben ser tratados. Libertad de cultos en ciertos países y localidades debería bastarles. El templo de Jerusalén significa el símbolo nacional judío por excelencia de pertenencia religiosa y de identificación con el territorio nacional de los judíos. Los judíos son una nación con una religión, ambas inseparables.

Las mayores desgracias del pueblo judío han sucedido en el período de tiempo de tres semanas que anteceden al 9 de Av, y a los nueve días inmediatamente anteriores. Cuando los números y estadísticas dejan de ser datos para suministrar información, debemos tomarlo en serio. La expulsión de lo judíos de España, y algunos de los peores incidentes en la II Guerra Mundial, ya con la Shoá, el Holocausto, en pleno desarrollo, son eventos que llaman a la reflexión.

El pueblo judío ha sobrevivido al tiempo. Civilizaciones enteras, que fueron alguna vez contemporáneas con los judíos, han desaparecido. Queda de ellas historia, museos y otras muchas reliquias. Los judíos, perseguidos y azotados, obligados a convertirse, quemados vivos, expulsados, reducidos a cenizas, siguen vivos y, en muy buena medida, dictando alguna que otra lección a un mundo que con demasiada frecuencia es hostil a ellos.

Las kinot que leemos y entonamos el 9 de Av, las lamentaciones o elegías, son realmente una poética forma de recordar muchas desgracias. La lista es interminable. Los diez sabios asesinados por los romanos, en carne viva, en el siglo I, son una demostración que la persecución contra los judíos tiene como objetivo algo mucho más ambicioso que la destrucción física. Se ha intentado la destrucción de una concepción de vida, de la manera de explicar y vivir con la convicción de la existencia de Di-s y la necesidad de actuar con justicia, con fe y atendiendo a conductas éticas. La destrucción de los templos, representan el intento de los enemigos de Di-s, de borrar de la faz de la tierra a quienes han tenido el mandato explícito de hacen conocer su presencia y sus leyes. No convertir a nadie ni hacer proselitismo, solo conducir nuestro mundo por un mejor camino.

Siempre nos preguntamos por qué, si ya el Estado de Israel existe, y muchos lo consideramos el inicio de la redención de Israel y con ello la de la humanidad completa, seguimos año tras año con esta tradición luctuosa. Buena pregunta. Quizás sea porque, aunque los judíos tengan un estado independiente, y que su existencia sea la prueba viviente del milagro de su supervivencia, de la existencia de Di-s y de la cantidad de milagros que han permitido que sea una realidad exitosa, todavía las lecciones de justicia, ética, solidaridad y caridad no son de curso común y aplicación en nuestros días.

Los judíos somos monoteístas. El factor fundamental para nuestra continuidad es la santificación y respeto del tiempo, de las celebraciones y conmemoraciones. El tiempo en los días, en las semanas, en los meses y en los años, es nuestro aliado en la empresa de mantenernos.

Con la destrucción del Templo de Jerusalén, no se destruyó nuestro imaginario y virtual templo del tiempo. Por eso estamos aquí, a pesar de que otros más numerosos y poderosos no lograron llegar.

Di-s quiera que el próximo año, por estas fechas, en vez de conmemorar, celebremos. Tendremos tiempo mientras tanto de reflexionar.

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