Stendhal: sin pasión la vida es hueca

2 agosto, 2017 ,

Joseph Hodara
El francés Henri Beile -más conocido como Stendhal- atinó a probar los placeres literarios y sensuales que tanto Italia como país y la mujer como febril criatura le ofrecieron en abundancia. En paralelo y sin dañar estas inclinaciones, fue testigo como joven militar de las múltiples incursiones europeas de Napoleón, incluyendo la visión de las llamas que hirvieron en Moscú cuando en 1812 las fuerzas francesas debieron replegarse derrotadas por el invierno ruso.
El título de una de sus celebradas obras -Rojo y negro-  indica el tenso diálogo de dos entidades que marcaron el rumbo de su país en el curso del tiempo: el ejército y la iglesia. Un contrapunto que presidirá su vida hasta sus últimos años cuando la sífilis fragmentará su cuerpo.
Nació en Grenoble, Francia, en 1783 cuando despuntaban los signos de un cambio radical en este país y en el resto de Europa. La temprana muerte de su madre cuando contaba siete años y los reiterados conflictos con el padre lo indujeron a domiciliarse en Paris con la intención de emprender estudios universitarios. Su bien probada aptitud para las matemáticas y la literatura le prometía entonces un distinguido desempeño en las instituciones académicas. Sin embargo, prefirió al cabo adherir a las fuerzas napoleónicas que aspiraban a conquistar Europa; por esta vía llega a Italia, país que encenderá desde ese momento su ánimo creativo. Ensayos como Vida de Napoléon y Paseos por Roma -que tuvieron escasa audiencia al publicarse- son testimonios de esta inclinación.
Como en el caso de múltiples escritores, también en Stendhal las urgencias eróticas tuvieron expresión en su obra. La íntima y total entrega a la mujer, el gusto por obras de arte que animan la sensualidad, el odio a cualquier forma del tedio y la rutina: inclinaciones que modelarán su vida y su creación literaria.
Respecto a la ética de este escritor el crítico literario Allan Bloom escribe con espíritu escandalizado: «Stendhal es un inmoralista desvergonzado, un ateo confeso y sus héroes son adúlteros o seductores sin conciencia que conviven con sus amantes sin pensar en el matrimonio…» Alude en este exaltado comentario a Madame de Renald, mujer que resuelve superar y corregir la inerte pasividad del marido a través de una cópula encantada con Julien, el instructor alquilado para educar a sus hijos. La Madame no siente ni cree que en verdad engaña al marido. A pesar de los doce años de casada y madre de dos hijos, ella se considera intocada y virgen. Jamás se habría entregado a su pareja. En contraste, Julien le da a conocer la pasión total, pero sin albergar genuino amor; su delicia es comprobar las fiebres que suscita en la mujer. Intimidad en la que -al final de cuentas- uno usa al otro, y más tarde sólo quedará en ellos un prescindible recuerdo.
Stendhal sugiere aquí un ejemplo de la celebrada dialéctica hegeliana en torno al amo y al esclavo, que en este caso cambian alternativamente el género y los papeles a fin de preservarla.
Julian terminará en la cárcel, y allí morirá contando sólo 23 años. Muerte que puede parecer trágica al ocurrir en la afiebrada juventud; pero Stendhal considera que la hondura de sus experiencias le compensa. A su parecer la intensidad más que la duración, lo auténtico más que la hipocrecía burguesa son determinantes. Al final, una de sus queridas -Mathilde- logra sobornar a los sacerdotes que acompañaron a Julian al cumplirse la sentencia de muerte, rescata el cadáver y con dolor lo entierra. Ulteriormente levantará un acicalado altar para recordar al amante.
La Cartuja de Parma es otro relato que dio renombre a Stendhal. Adopta un carácter realista al desenvolver la historia de Fabricio del Dongo y sus aventuras en la ciudad italiana de Parma, aventuras que lo conducirán a la cárcel. La historia se desenvuelve en el lago de Cuomo y presenta a Giona, la hermosa tía de Fabricio y a su amante el Conde Mosca que anhelan apurar  la inserción de Fabricio en el palacio.
Empeño que fracasa. Lo envían a prisión y de alli se fugará con la ayuda de Clelia, la hija del carcelero. En las nuevas circunstancias el conde aconseja a Fabricio: «La vida huye… date prisa a gozarla». Exhortación que refleja las vivencias con su amante. Así confiesa: «Gina es una mujer que me devuelve todas las locuras de la juventud…» Prescripciones que en conjunto las nuevas generaciones postnapoleónicas asimilarán apasionadamente.
El itinerario vital y literario de este escritor dio lugar a nombres que suelen usarse para calificar algunos hechos. Entre ellos, hipergamia que denomina la predilección de adolescentes por mujeres adultas, y sìndrome de Stendhal que alude a una suerte de mareo producido por la visión de objetos bellos en breve y apresurado tiempo. Razones complementarias -si se precisan- para evocar su nombre y obras.

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