Sri Lanka y los «Easter Worshipers»

Un niño en una vigilia por las víctimas en Sri Lanka. Foto: REUTERS / Thomas Peter

Ha llamado la atención la respuesta de algunas figuras públicas después de los atentados brutales de Sri Lanka en manos de una célula de DAESH en este país del Sudeste Asiático, algunas frases que ponen a pensar si lo políticamente correcto está bien en todas las condiciones.

El expresidente estadounidense Barack Obama así como la excandidata Demócrata Hillary Clinton se lamentaron por los acontecimientos y mostraron dolor por las víctimas a través de Twitter. Pero en los tweets utilizaron el término “Easter Worshipers” lo que se traduce literalmente como “Devotos de pascua”, lo que ha generado cierta incomodidad entre diferentes grupos cristianos ya que omitieron de forma inoportuna el grupo religioso al cual pertenecía la mayoría de las víctimas, y además porque “Easter” es el nombre de una divinidad germánica de la primavera (Ostara) lo que provocó incomodidad por el uso de estas palabras.

Como si fuera un mal chiste, pareció como si ambas figuras públicas echaran mano de los mismos relacionistas públicos o administradores de redes sociales, y que el uso de ese término no fuera accidental sino parte de quien trabaja para ellos y quizás para algunas posiciones lo que molesta no fue lo que se dijo sino lo que finalmente se omite. Por esta razón es que algunos vieron en este término de “Easter Worshipers” la intención de dejar por fuera que la mayoría de las víctimas de los atentados eran cristianas, algo que estos mismos políticos desde sus redes no dejaron pasar de largo para referirse a los atentados de Christchurch en Nueva Zelanda donde las víctimas fueron musulmanas, y está claro que en ambos casos era necesario el señalamiento del grupo que fue atacado.

En el ataque de Sri Lanka no se puede minimizar o invisibilizar que la población cristiana es uno de los objetivos más evidentes de los grupos radicales como el DAESH, Boko Haram, Al Qaeda, entre otros. Aparte que en países donde no hay libertades de culto, la conversión o la práctica del cristianismo están vedadas o perseguidas, como son los casos de Yemen, Arabia Saudita, Pakistán, entre otros.

Para el atentado contra los musulmanes en Christchurch deja en evidencia un crecimiento en las acciones contra esta población en algunos países occidentales. Bajo la premisa que hay fieles de esta religión que piensan o actúan como radicales, se persigue y se ataca en general, lo que claramente trae un detrimento en las relaciones interreligiosas.

Fue irresponsable dejar de mencionar en este caso a los cristianos, no se trató de una omisión menor, sino una muy desagradable en verdad. Tomando además en consideración que en una zona del planeta donde las minorías religiosas no cuentan con las suficientes garantías, las persecuciones y ataques que reciben no se pueden tomar a la ligera.

Ese lenguaje general con el que quisieron abordar la cuestión quedó debiendo en cuanto a que se debe ser claro sobre quiénes son las víctimas y las motivaciones por las que fueron vilmente atacados. En el caso de las comunidades cristianas se han transformado en los últimos tiempos en el grupo religioso más acosado e intimidado a nivel global, tal y como lo dejó en manifiesto el parlamento europeo a través del «Informe anual sobre derechos humanos y democracia en el mundo, y la política de la Unión Europea en esta área».

También según el Centro de Investigaciones Pew con sede en Washington, en al menos 144 países son violentados los derechos de las personas cristianas, tanto por regímenes autoritarios “laicos” como en países de corte confesional, incluyendo por supuesto varios musulmanes, donde además se agrega que hay un fuerte castigo a quienes dejan de ser musulmanes y deciden abrazar el cristianismo.

Es también importante destacar la siguiente información que revela el portal cristiano Open Doors USA en su recientemente publicada World Watch List para el 2019 donde se menciona que de las 50 naciones principales donde los cristianos son perseguidos. En un artículo publicado en Middle East Forum, Raymond Ibrahim mencionó a principios de abril: “En promedio, son 11 cristianos asesinados al día por profesar su fe”. Adicionalmente, “2.625 cristianos fueron detenidos sin derecho a juicio, arrestados, sentenciados y encarcelados” en el 2018, y “1.266 iglesias o edificaciones cristianas fueron atacadas”.

No es un detalle menor, el ataque contra la población cristiana en diferentes países del mundo no obedece a un cambio dogmático en una población que es más laica y menos seguidora de principios religiosos, por cuanto los primeros lugares en persecución que obedecen a países confesionales y en muchos casos de religión islámica, sus gobiernos están apegados a principios radicales de interpretación de la religión que les lleva incluso a aplicar penas capitales rechazadas por los principales observadores internacionales de los Derechos Humanos.

Es importante hacer memoria como durante el período de primacía del DAESH en los principales territorios de Irak y Siria, las comunidades cristianas con siglos de habitar en esta zona se vieron diezmados fuertemente, por cuanto fueron marcados en sus casas con la letra “nun” de nazarenos, impusieron el pago de la yizia (impuesto islámico para los no musulmanes monoteístas) y aplicaron castigos asociados con la Sharia contra aquellos que consideraron apostatas o blasfemos del Islam, incluyendo poblaciones cristianas.

Esta guerra declarada de grupos supremacistas islámicos contra poblaciones cristianas se extiende a muchos lugares del mundo, incluyendo los ataques en Sri Lanka que según Ranil Wickremesinghe, secretario de Estado de ese país podría ser un acto de venganza en respuesta a los ataques en Nueva Zelanda contra la comunidad musulmana de ese país, en cuyo caso sería una vez más el uso de una excusa por parte de radicales para mantener viva la llama de la intolerancia y el odio.

Volviendo al tema inicial de la columna, ¿por qué omitieron este detalle ambos políticos estadounidenses y utilizaron un término tan superfluo y poco grato? La respuesta no quedará clara.

Lo que sí marca, es que ese lenguaje para no ofender a nadie al final genera el efecto contrario; ofende a quienes realmente sienten que la respuesta fue débil y poco cargada de empatía y le da una excusa para aquellos que usan este tipo de acciones para deslegitimar a quienes reclaman contra una sociedad cargada de prejuicios y estereotipos odiosos contra grupos minoritarios, y les da razones para atizar la llama de su propia intolerancia. Las cosas se llaman por su nombre, porque si no, esta flexibilidad moral resta el valor de lo que ha ocurrido realmente.

Bryan Acuña Obando

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