Valle del Jordán visto desde la cima del Monte Sartaba Foto: Eddie y Carolina Stigson vía Unsplash

En momentos críticos, se pretende que el liderazgo nacional defienda el derecho soberano de perseguir sus propios intereses, incluso ante la fuerte presión internacional.

 Existe una brecha básica entre la soberanía como concepto y la soberanía que se ejercita en la práctica. Como proyección de la soberanía de Dios, lo que representa un dominio absoluto e ilimitado, desde tiempos inmemorables los autócratas han buscado autoproclamarse como gobernantes supremos e inexpugnables. La llegada del nacionalismo y el estado moderno sustituyeron la nación por el gobernante como fuente de soberanía al tiempo que lo sometían a limitaciones legales. El derecho internacional vino para determinar el carácter de la soberanía al enumerar sus posibilidades, restricciones y limitaciones en las relaciones entre estados.

Con el establecimiento de la ONU y el crecimiento de las organizaciones internacionales (la Unión Europea, la Liga Árabe, etc.) y organizaciones supranacionales (por ejemplo, conglomerados económicos y organizaciones no gubernamentales), se impusieron limitaciones de amplio alcance a los estados en cuanto a las relaciones entre sí, y la clásica imagen de la soberanía del estado-nación fue considerablemente modificada.

De este modo, existe una tensión entre a) el deseo de soberanía como prorrogativa gubernamental suprema que demuestra independencia ante la oposición local y extranjera; y b) la noción de la soberanía limitada que subordina la toma de decisiones interestatal a la legislación internacional y el acuerdo con otros estados. Es en esa tirantez en donde encontramos la disputa entre el primer ministro Benjamín Netanyahu y los defensores de la aplicación de la soberanía israelí sobre sectores de Cisjordania por un lado, y por el otro, aquellos que -como el ministro de Defensa Gantz y el ministro de Relaciones Exteriores Ashkenazi- condicionan la medida a acuerdos regionales e internacionales.

Conforme a tales circunstancias surge la pregunta: ¿Con qué fines, y hasta qué punto, el estado está dispuesto y es capaz de demostrar independencia ante la oposición internacional?

Exactamente en esta coyuntura se encontró David Ben Gurión en diciembre de 1949 cuando declaró a Jerusalén como capital de Israel, en oposición directa a la postura de la ONU. “Vemos la obligación de declarar que la Jerusalén judía es una parte orgánica e inseparable del Estado de Israel, como así también de la historia israelí, la fe judía, y el espíritu de nuestro pueblo”, aseveró. “Jerusalén el mismísimo corazón del Estado de Israel”.

Netanyahu considera que la aplicación de la soberanía es una cuestión de solemnidad similar. Cree que a Israel se le ha presentado una oportunidad histórica -que podría no volver a presentarse. Aprovechar la oportunidad requiere del ejercicio de la independencia política sin importar las limitaciones y los riesgos.

Netanyahu no niega el abanico de restricciones internacionales, al igual que sus opositores no han renunciado por completo al valor fundamental de la toma de decisiones soberana. Sin embargo, parecen estar en desacuerdo acerca de la naturaleza de dicha soberanía y lo que la libertad de acción significa para una estado-nación.

Fuente: BESA – Centro Begin-Sadat para Estudios Estratégicos.

 El General (res.) Gershon Hacohen es investigador superior en el Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos. Ha servido en las Fuerzas de Defensa de Israel durante 42 años. Comandó tropas en batallas contra Egipto y Siria. Anteriormente fue comandante de cuerpos del ejército y comandante de la Escuela Militar de las Fuerzas de Defensa de Israel.

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