Salmos a Eros: Camilo José Cela

9 noviembre, 2016
Estatua de Camilo José Cela en Padrón

Joseph Hodara
Las fronteras entre la alusión pornográfica y el sano impulso erótico tienden con frecuencia a confundirse. Ambos poseen y son poseídos por la pasión sexual; persiguen encenderla con razones y medios que a menudo coinciden. Muy poco se aproximan a lo sucio y a lo obsceno que son absolutamente contrarios a esta inclinación. Pero en todos los casos el juicio depende en última instancia del observador.
Con justeza el escritor británico D. H. Lawrence observó en un ensayo que consagró al tema que “lo que es pornografía para algunos es una picardía genial para otros.” Imágenes y frases encierran en verdad un valor relativo. Cuando se le preguntó a una senadora norteamericana si la fotografía de una mujer desnuda es o no pornográfica contestó: “depende de la forma en que se exhibe”… Y no pocos que repudian públicamente insinuaciones e incluso expresiones de la humana sexualidad cultivan y esconden tendencias abiertamente perversas. Es el bien conocido caso de J. Edgar Hoover, director en el pasado del FBI norteamericano, quien multiplicó en su momento las campañas en contra de la pornografía sin revelar sus propias preferencias sexuales.
Sin tediosas apologías y con acierto literario el escritor español Camilo José Cela (1916-2002) publicó dos volúmenes en torno a lo erótico. Y no tuvo objeción alguna cuando el primero de ellos indicó en la cubierta que el texto habrá de referirse a términos como abajo y eyacular (véase su Diccionario del erotismo, Grijalbo, Barcelona 1972).
Al aludir en el prólogo al sabroso fruto de la carne, Cela (coronado por el Nóbel en 1989) distingue entre los instintos “malos y peligrosos… que deforman y adormecen las voluntades… y los otros que son bien llevaderos… y que no han matado a alma o cuerpo alguno” Y añade con socarrona sonrisa: “uno se explica que haya sobrios; lo que ya se explica menos es que estén a gusto, aunque es bien sabido que hay gustos para todos…”
Sin inhibición alguna, con amplia y juguetona sonrisa, Camilo José inicia su expedición erótica con términos formalmente inocentes. Por ejemplo, abajo y abertura que más allá y con independencia de sus significados formales el humor popular les ha concedido otra marca: se trata de las partes genitales de hombre o mujer. Y recuerda más tarde estrofas de la poesía erótica española del Siglo de Oro para fundamentar esta sentencia. Con similar ánimo él revela los significados implícitos – que la púdica discreción disimula – de términos como abrir, abrocharse o ser de la acera de enfrente.
Ciertamente, no faltan en este diccionario interesantes noticias históricas. Cela alude por ejemplo a la Academia de los Nocturnos, agrupación de poetas españoles que, reunidos en Valencia, España, en 1591, leían versos de carácter amoroso y festivo. Entretenimiento social que también está presente en el celebrado Decamerón, conjunto de pícaras anécdotas que ayudó a sus narradores a superar la peste de aquel momento sin atender la hipócrita censura del Papa en Roma.
Cela explora también los significados psicológicos e íntimos de algunos términos. Por ejemplo: adolescente. Y al respecto escribe: “los adolescentes de ambos sexos han sido desde siempre uno de los objetos eróticos más utilizados… Alude al atractivo especial de la inocencia que comienza a perderse… a la posibilidad de seducción que se imagina fácil y sin esfuerzo a causa de la inexperiencia del objeto… Y el vocablo adulterio merece explicaciones que se extienden en cuatro páginas. Aquí recuerda lo que la Biblia, Solón, y el Código napoleónico prescriben al respecto. Observaciones eruditas que enriquecen la perspectiva de cualquier lector.
Ciertamente, algunos términos del Diccionario encierran significados sólo en algunos lugares y culturas. Por ejemplo, pelandusca, pelleja o pelota que en la literatura clásica española aluden a la ramera o prostituta. Y Cela no titubea en recordar escritos del peruano Vargas Llosa que revelan que términos como joder, maricón y tirar se encuadran y se entienden en una franca semántica erótica.
En suma: los dos volúmenes que componen El Diccionario del Erotismo ilustran y alimentan el buen humor de lectores de amplio criterio. En contraste, no complacerán a puritanos y falsarios que prefieren la convencional semántica.

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